domingo, 27 de abril de 2014

Los otros pobres

En España tenemos auténticos pobres: gente que sobrevive rebuscando en las basuras, que vive en la calle. Algunos padecen enfermedades mentales o alcoholismo, que les incapacitan para trabajar y vivir en sociedad. Posiblemente habrá quienes lo han perdido todo y se han visto en la miseria, debido a una desafortunada acumulación de factores. En cualquier caso, sería inadmisible que un país civilizado como el nuestro no atendiera a estas personas, sean cuales sean las causas de su situación.

También tenemos la pobreza agridulce de quienes sobreviven gracias a subsidios. Son parados de larga duración o personas inactivas por una invalidez profesional, aunque no totalmente incapacitadas para trabajar. Viven bajo techo y no pasan hambre ni demasiado frío, pero poco más. Digo que esta pobreza es agridulce porque estas personas no tienen que madrugar todas las mañanas para trabajar, al menos de momento. Suelen quejarse mucho de su situación, pero no se esfuerzan verdaderamente para salir de ella, porque prefieren sobrevivir sin dar golpe a ganar lo mismo que perciben del Estado, o incluso un poco más, con un empleo. Luego no deben estar tan mal.

La pobreza agridulce es uno de los grandes problemas de España, porque devora una parte enorme del presupuesto público con el único fin de mantener inactivas a personas que podrían hacer algo más o menos productivo, mientras muchos ancianos o inválidos absolutos perciben pensiones de miseria. Quienes reclaman una vida digna para todos a menudo olvidan que la dignidad empieza por ganarse la vida uno mismo, siempre que la edad y la salud lo permitan.

Luego está la pobreza espiritual, que es independiente de la material. Puede afectar a personas de clase media o incluso alta. No sé si existe un perfil de este tipo de pobres, ni si hay un método infalible para detectarlos. Posiblemente los reconoceríais si vierais que en sus casas no hay un solo libro, o los libros que hay son basura del tipo de esas novelas que reeditan la fórmula del príncipe azul, guapo y con pasta, añadiendo un poco de sadomasoquismo blando para histéricas.

En estas casas tampoco suele haber un solo símbolo católico. Ni un crucifijo, ni un santo, ni una virgen. Pero muy posiblemente se encuentre una figura de un buda, de una bruja o unos palitos de incienso. No se trata de que estas personas tengan por lo común ni pajolera idea de quién fue Buda, ni sean adeptas a ninguna doctrina esotérica en particular. Es que su incuria espiritual es tan profunda que ni siquiera son conscientes del ridículo que hacen poniéndola de manifiesto con su vulgaridad decorativa.

Estos otros pobres son los que a mí me dan más lástima, y no lo digo retóricamente. Se puede ser pobre, en sentido material, con mucha dignidad. Incluso se puede ser culturalmente indigente, y tener una rica vida interior. Pero que los únicos objetivos en tu vida sean planificar las próximas vacaciones, comprarte un coche o ahorrar para la vejez, me parece algo tan triste que no tengo palabras para expresarlo. Bien es verdad que el amor por los hijos y los nietos, por sí solo, ya permite superar de algún modo ese sórdido círculo de los meros intereses materiales. Pero la tendencia demográfica es que cada vez existan menos hijos y menos nietos. ¿Habrá una explosión de tedio espiritual? ¿Conseguirá el orientalismo de todo a cien, y sucedáneos similares, posponer la crisis catártica que se necesita?