viernes, 4 de abril de 2014

El elefante europeo

Recientemente, Vox ha difundido un simpático vídeo en el que, con loable afán didáctico, se desarrolla la metáfora del elefante, utilizada por Vidal-Quadras para describir el insostenible sobredimensionamiento del sector estatal (mal llamado público).

Este esfuerzo pedagógico me parece, ya digo, de aplaudir, en una sociedad que tiene sorbidos los sesos por los dogmas anestesiantes de la socialdemocracia, los "derechos sociales", el "gratis total" y el subsidio generalizado. Aquí el más torpe se las apaña para tener una paguita, y no hablo sólo de Andalucía, aunque se trate de la comunidad autónoma emblemática en este aspecto.

Por supuesto, las quejas de los llamados indignados (esos chicos tan pacíficos en cuyas líricas manifestaciones siempre se acaba destrozando el mobiliario urbano y abriendo cabezas de policías) no sólo no van contra eso, sino que pretenden que el monto de las paguitas aumente todavía más.

El resultado final de esta espiral de demandas al estado (perfectamente conocido para cualquiera con un mínimo interés por la historia del siglo XX y principios del XXI) lo resume el viejo chiste que contaba la gente en la URSS, o en la RDA (yo no estaba pero me acuerdo, que decía aquel), con ese característico fatalismo que imprime el socialismo real: "Nosotros hacemos como que trabajamos, y ellos hacen como que nos pagan."

Ahora, el cabeza de lista a las europeas por Vox, Alejo Vidal-Quadras, acaba de colgar otro vídeo en YouTube, en el que nos explica muy brevemente su trabajo durante cinco años en el parlamento europeo, y las razones que tenemos los ciudadanos para votar en las elecciones a este organismo, que básicamente se reducen a una: el 70 % de la legislación nacional es mero desarrollo de normatividad europea.

Debo decir que este vídeo no me ha parecido, ni mucho menos, tan brillante como el anterior. De hecho, dudo que genere excesivo entusiasmo la labor (sin duda diligente) de Vidal-Quadras como eurodiputado, relacionada con regulaciones del sector del gas y de los plátanos. Es más, me pregunto si esta regulación verdaderamente habrá contribuido a mejorar en algo la vida de los ciudadanos, y no sólo beneficiar a algunos grupos de presión, que son los únicos que se habrán enterado de los intereses en juego, como de costumbre.

Al ciudadano, como es lógico, sólo se le dice que van a restringir los nuevos cigarrillos de vapor (es un ejemplo, yo no fumo ni los nuevos ni los de antes) por su salud, pero de los tejemanejes de las farmacéuticas que ven con recelo la competencia a sus parches y chicles de nicotina, ya nos enteramos menos, sobre todo si tenemos mejores cosas que hacer.

Es absolutamente imprescindible, ya no por razones económicas, sino de supervivencia de nuestra civilización, reducir el peso del estado. Pero para que de verdad nos creamos que Vox (hasta ahora, el único partido que está defendiendo este mensaje) va realmente en serio, debemos empezar por fijarnos en el monstruo burocrático de Bruselas.

Para votar, no me basta con saber la influencia que tiene la legislación de la Unión en la vida de los europeos; necesito saber concretamente qué van a defender nuestros eurodiputados en Europa, qué creen que debe ser la Unión; y tampoco nos basta con el mantra beatífico de "más Europa". ¿Qué significa esto? ¿Más poderes para Bruselas es a priori bueno para todos, o sólo para las legiones de funcionarios y políticos allí acuartelados?

No es ninguna broma. El acervo comunitario (acquis communautaire), el conjunto del derecho de la Unión, debe andar en torno a las 200.000 páginas, y no para de crecer. Si esto contribuye a hacer más productiva y competitiva a Europa, yo soy monje trapense.

No me extenderé aquí con los mil y un ejemplos más o menos chuscos, como el de la regulación de las jaulas de las gallinas ponedoras para disminuir su estrés (sic), imponiendo costes de millones de euros a los productores y -en consecuencia- a los cientos de millones de consumidores europeos.

No hablemos tampoco ahora de las incesantes tentativas de grupos organizados de la ideología de género por implantar a través del parlamento europeo sus delirios de ingeniería social, a favor del abortismo, la eugenesia, la eutanasia, la experimentación con embriones humanos y la promoción de toda forma de sexualidad no reproductiva, a fin de que la crisis de natalidad alcance decididamente niveles de suicidio colectivo.

El problema es aún peor que todo eso, aunque parezca mentira. Porque todo este volumen ingente de normas resulta prácticamente imposible de revertir por procedimientos democráticos, dada su plasmación formal, en gran parte, como tratados internacionales, sin que haya un gobierno que sea directamente responsable de sus consecuencias ante los votantes. Es decir, la Unión Europea se parece cada día más a la vieja Unión Soviética, basada en un sistema de planificación económica totalmente incapaz de autocorregirse, hasta el colapso final.

La UE nació tras la Segunda Guerra Mundial para promover unos lazos económicos que hicieran imposible que volvieran a repetirse las carnicerías bélicas de la primera mitad del siglo XX. Fue una finalidad noble, inspirada por políticos con firmes creencias cristianas. Pero hoy la Unión es algo irreconocible, se ha convertido en un fin en sí mismo, y el europeísmo en una especie de religión laica que justifica cualquier desmán y encima no sirve geopolíticamente para evitar guerras en los Balcanes o inspirar un mínimo respeto a Rusia.

Eso sí, para tachar de fascista al gobierno húngaro por atreverse a incluir en su constitución el derecho a la vida desde la concepción, y que el matrimonio es la unión entre una mujer y un hombre, la UE muestra una celeridad y una contundencia dignas de mejor causa.

Permanezco expectante (y no es ironía) ante el desarrollo del programa de Vox en relación con el tema europeo. Creo que me he mojado lo suficiente, y he dejado meridianamente claro que mi voto lo tienen prácticamente asegurado. Pero espero que no lo vayan a estropear a última hora escurriendo el bulto, como hacen todos los demás partidos españoles, con aquello de que la solución es "más Europa". ¿Qué Europa? El euroescepticismo es algo demasiado heterogéneo para que pueda valer como respuesta. Pero los problemas de los cuales surge el euroescepticismo son absolutamente reales y perentorios, y España debe dejar de ser uno de los pocos países donde de eso apenas se habla.