viernes, 21 de marzo de 2014

Los progres no cambian

El progresista es una persona con gran fidelidad a determinadas ideas y recetas, por muchas veces que los hechos se empeñen en contradecirlas. Así, por ejemplo, es admirable cómo se aferra a la idea de que la violencia (y en particular el terrorismo) es una consecuencia de la pobreza, pese a los abrumadores indicios que la desmienten. Un progre de manual como George Lakoff, en su conocido opúsculo No pienses en un elefante, nos asegura que "si se acaba con esa pobreza, se acaba con lo que alimenta a la mayoría de los terroristas, aunque los terroristas del 11-S tenían dinero". Lo cual es como si yo digo que todos los bigotudos son tontos, aunque Einstein tenía bigote. Basta anteponer un "aunque" a cualquier hecho que venga a estropear mi teoría favorita, y ya puedo defender hasta que el socialismo es un sistema mucho más justo que el capitalismo, aunque sean los cubanos los que se empeñen en escapar a Florida y no al revés.

Otro ejemplo se refiere a los trágicos casos de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas masculinas. Los progres tienen ya una explicación previa a cualquier estudio empírico: estos asesinatos se deben a una cultura machista que pretende que la mujer debe limitarse a un papel de sirvienta doméstica. Así lo afirma al menos Miguel Lorente (expreboste del Ministerio de Igualdad) en un artículo titulado "Ellas están cambiando; ellos, no", donde nos asegura que "los hombres no cambian y permanecen en esa idea de que «su mujer» debe hacer lo que se espera de ella, es decir, ser ante todo «una buena esposa, madre y ama de casa»".

Pasemos por alto el carácter desfasadamente paternalista del artículo ("las mujeres están cambiando"), como si la presencia femenina en la educación superior, en los tres poderes del estado, en los medios de comunicación y en general en todos los sectores económicos, fuera una "conquista social" de las dos legislaturas de Zapatero, tras el derrocamiento de la bigotecracia aznariana. Pasemos por alto también el entrecomillado del sintagma "mi mujer", como si cualquier otra expresión que no fuera "la ciudadana Paula" debiera ser investigada por la Policía del Pensamiento:

-¿Cree usted que una muñeca es un juguete adecuado para una niña?

-Bueno, no sé qué tiene que ver...

-¡Conteste sí o no!

Lo que no podemos pasar por alto es que el propio autor inicia su artículo con la confesión de un asesino, que reconoce que mató a su mujer porque rompió con él: "si me dejas te mato, le advertí". Esto por lo pronto es algo distinto de afirmar que ese sujeto mató a su pareja porque no estaba dispuesta a asumir un papel de sumisión. Puede que esa fuera a su vez la causa de la ruptura, pero sostener que esto es así en la mayoría de casos es una hipótesis que debe ser contrastada como cualquier otra. Lo que sí demuestran las estadísticas son dos hechos:

1) Un gran número de muertes de violencia doméstica se producen durante o después de una separación que el hombre se niega a aceptar.

2) La violencia de mujeres contra sus parejas masculinas no es ni mucho menos anecdótica, pese a que no tenga la misma repercusión mediática ni política.

Lo segundo ya fue cuestionado por Miguel Lorente en un artículo anterior, titulado "Hombres asesinados y mentiras resucitadas", en el que afirmaba que ciertas cifras de muertes de varones a manos de sus parejas femeninas estaban infladas burdamente, pero al mismo tiempo reconocía que el Ministerio de Igualdad y otros organismos afines no contabilizaban las víctimas masculinas porque su cometido es precisamente "actuar sobre la violencia que sufren las mujeres", del mismo modo que la DGT no contabiliza los accidentes laborales. Ahora bien, esto es precisamente lo que nos lleva a cuestionar los registros oficiales de violencia ejercida por mujeres. Basta consultar las hemerotecas para comprobar que no existe correspondencia entre tales registros y un mero recuento de los casos aparecidos en la sección de sucesos, como divulgó Arcadi Espada en su blog.

Lorente venía a decir que, en todo caso, las cifras de hombres muertos a manos de mujeres son insignificantes comparadas con la mayoría abrumadora de varones que son víctimas de conflictos armados y luchas entre bandas criminales, mayoritariamente protagonizados por el sexo masculino. No obstante, si hablamos de violencia doméstica, aludir a las guerras y al pistolerismo es salir por peteneras; hábito por lo demás muy extendido entre los progres, que si te muestras contrario al aborto te recuerdan que no te vieron enarbolando una pancarta de "Aznar asesino" en las manifestaciones contra la guerra de Iraq.

Pero la cuestión decisiva es la que nos revela el primer hecho, la relación entre la violencia intersexual y las rupturas sentimentales. Que tras estas haya un sordo conflicto por el reparto de las tareas domésticas es una generalización de un cierto regusto marxista, que todo lo reduce a economía, y que habría que demostrar con datos. Mientras esto no se haga, otras hipótesis pueden ser igual de respetables. La mía es la siguiente: en una sociedad donde se rinde culto al hedonismo, la inestabilidad de las relaciones de pareja tiende a aumentar, debido a los incentivos para cambiar de rutina y de amante, así como a cierta insatisfacción artificial que en algunas personas puede generar la difusión de fabulaciones eróticas. Esto trae consigo los consabidos celos amorosos, fundados o infundados, que en algunos casos pueden acabar en comportamientos violentos.

La culpa es siempre de quien comete una agresión. Pero si nos empeñamos en trazar un retrato del hombre como una especie de fiera a la que hay que reeducar, a fin de erradicar sus atavismos machistas, dilapidamos energías que podrían orientarse a tratar de defender una concepción menos individualista de los vínculos entre hombres y mujeres, en la que ambos sexos salgan ganando, renunciando voluntariamente a una parte de su libertad para dedicarla más a la vida familiar.

El feminismo ha inculcado a varias generaciones de mujeres que tienen que imitar, paradójicamente, a los hombres: salir más de casa, tanto para trabajar como para irse de parranda con las amigas. Tenemos indicios sobrados para suponer que se trata de un mal consejo. La alternativa no es, como pretende la caricatura interesada, que la mujer se quede preparando la cena mientras el golfo del marido se solaza en el bar a la salida del trabajo. La alternativa consiste precisamente en que tanto hombres como mujeres dejemos de ser adolescentes y concibamos el hogar como el espacio sagrado de la vida conyugal y la crianza de los hijos, asumiendo plenamente nuestras responsabilidades.

Pero por el momento, el discurso dominante seguirá ahondando en la relativización de la familia, aunque la violencia doméstica siga siendo una lacra. Y es que los progres no dan señales de estar cambiando.