lunes, 17 de marzo de 2014

El mantra de confiar en uno mismo

En cualquier librería, grande o pequeña, encontraremos la nutrida sección de "Autoayuda", generalmente al lado, o incluso confundida con la sección "Espiritualidad". El principio fundamental de la clase de libros así etiquetados, tanto los de vertiente más psicológica o filosófica como los de tipo burdamente comercial, es el "confía (o cree) en ti mismo", así como un sinfín de variantes más o menos equivalentes: "quiérete a ti mismo", “búscate a ti mismo”, "aprende a perdonarte", "porque tú lo mereces" y toda la retahíla de "autos": "autoestima", "autorrealización", "autoayuda"...

Y pensar que no hace tantas décadas, uno de los libros que más frecuentemente podía hallarse en cualquier hogar era la Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, donde se pueden leer cosas como:

"El que bien se conoce, tiénese por vil..." (I, II)

"No confíes en ti, sino en Dios." (I, VII) 

"El que tiene verdadera y perfecta caridad, en ninguna cosa se busca a sí mismo, sino que desea que Dios sea glorificado en todas." (I, XV)

"El propósito de los justos más depende de la gracia de Dios que del saber propio (...). Porque el hombre propone, pero Dios dispone; y no está en mano del hombre su camino." ((I, XIX)

"Cuanto más te perdonas a ti mismo y sigues a la carne, tanto más gravemente serás después atormentado..." (I, XXIV)

"No debemos confiar de nosotros grandes cosas, porque muchas veces nos falta la gracia y la discreción." (II, V)

“Si en todo buscas a Jesús, hallarás de verdad a Jesús, mas si te buscas a ti mismo, también te hallarás pero para tu daño." (II, VIII)

"Si el hombre diere su hacienda toda, aún no es nada. Si hiciere gran penitencia, aún es poco. Aunque tenga toda la ciencia, aún está lejos; y si tuviere gran virtud y muy ferviente devoción, aún le falta mucho, le falta (...) que, dejadas todas las cosas, deje a sí mismo y salga de sí del todo, y que no le quede nada de amor propio." (II, XII)

"Nada tienes de que puedas alabarte, pero mucho de que humillarte; porque eres más flaco de lo que puedes pensar." (III, IV)

"Te es más útil y más seguro encubrir la gracia de la devoción y no ensalzarte ni hablar mucho de ella ni estimarla mucho, sino despreciarte a ti mismo y temer, porque se te ha dado sin merecerla." (III, VII)

"No hay enemigo peor ni más dañoso para el alma que tú mismo, si no estás bien avenido con el espíritu." (III, XIII)

"¡Oh Señor, cuán profundamente me debo anegar en el abismo de tus juicios, donde no me hallo ser otra cosa que nada y nada más que nada!" (III, XIV)

"Y si llegares al perfecto desprecio de ti mismo, sábete que entonces gozarás de abundancia de paz, cuanto cabe en este destierro." (III, XXVI)

"Hijo, no puedes poseer libertad perfecta si no te niegas del todo a ti mismo." (III, XXXII)

"El que se atribuye a sí mismo algo bueno, impide que la gracia de Dios venga sobre él; porque la gracia del Espíritu Santo siempre busca el corazón humilde." (III, XLII)

"Señor Dios (...), sé Tú mi fortaleza y toda mi confianza, pues no me basta mi conciencia." (III, XLVI)

"Así como no desear nada exterior produce la paz interior, así el negarse interiormente causa la unión con Dios." (III, LVI)

Cada una de estas sentencias es como un escupitajo a la conciencia moderna. Hoy es mil veces más probable que en una mesita de noche haya un libro de Ken Follet que el Kempis. Y es que las ciencias avanzan una barbaridad... Recientemente, un premio Nobel de Física ha reeditado el estribillo: "Si miras el mundo desde la perspectiva científica, no necesitas la religión". Claro. Tampoco la necesitas desde la perspectiva gastronómica, musical o metalúrgica. Cuando me como una tortilla de patatas, no suelo pensar en Dios, pecador de mí. Pero creo que si lo bendijéramos más a menudo, con cualquier pretexto, hasta una humilde tortilla nos sabría mejor.

Hoy sabemos mucho más que en tiempos de Kempis, y por eso descreemos de Dios o nos fabricamos un dios a nuestra medida, una "energía cósmica", al estilo de la "Nueva Era". (Aprovecho para recomendar encarecidamente el libro del sacerdote católico Gonzalo Len, New Age. El desafío, Stella Maris, Bacelona, 2014.)

Sin embargo, por muchas cosas que sepamos, hoy no somos más inteligentes que en el siglo XV, ni siquiera que en el siglo XV antes de Cristo. Subyugados por “el espejismo de que las llamadas leyes de la naturaleza son las explicaciones de los fenómenos de la naturaleza” (Wittgenstein, Tractatus, 6.371), hemos dado en la idea inconcebible (que nadie jamás ha presentado de manera inteligible) de que el universo se autoexplicaría. De ahí a suponer que somos autosuficientes, no hay más que un paso naturalmente lógico.

Tenemos un alto concepto de nosotros mismos en comparación con nuestros antepasados, pese a la legalización del aborto, a los millones de euros o dólares que mueven las drogas, la pornografía y los sucedáneos más descaradamente comerciales de la religión. Y los más engreídos de todos son los que van de escépticos y neoilustrados, los que creen saber realmente algo. Tan seudocientíficas son las especulaciones divulgativas sobre el origen del universo a partir de "fluctuaciones cuánticas de la nada" como la charlatanería new age de las “vibraciones de energía”.

Desde que la humildad ha quedado reducida a un concepto con el que juegan los entrenadores de fútbol y los formadores de equipos de ventas, no pasa un día sin que se acreciente nuestro narcisismo. Hoy Tomás de Kempis molestaría, suponiendo que siquiera se le comprendiese; se prefiere a un Paulo Coelho para que nos diga lo especiales y maravillosos que somos cada uno de nosotros. Desde luego, hay un innnegable progreso en ello: en la cuenta corriente del señor Coelho y, seguramente, en su autoestima.