En cualquier librería, grande o pequeña,
encontraremos la nutrida sección de "Autoayuda", generalmente al
lado, o incluso confundida con la sección "Espiritualidad". El
principio fundamental de la clase de libros así etiquetados, tanto los de
vertiente más psicológica o filosófica como los de tipo burdamente comercial,
es el "confía (o cree) en ti mismo", así como un sinfín de variantes
más o menos equivalentes: "quiérete a ti mismo", “búscate a ti mismo”,
"aprende a perdonarte", "porque tú lo mereces" y toda la
retahíla de "autos": "autoestima",
"autorrealización", "autoayuda"...
Y pensar que no hace tantas décadas, uno
de los libros que más frecuentemente podía hallarse en cualquier hogar era la Imitación de Cristo, de Tomás
de Kempis, donde se pueden leer cosas como:
"El que bien se conoce, tiénese por
vil..." (I, II)
"No confíes en ti, sino en
Dios." (I, VII)
"El que tiene verdadera y perfecta
caridad, en ninguna cosa se busca a sí mismo, sino que desea que Dios sea
glorificado en todas." (I, XV)
"El propósito de los justos más depende
de la gracia de Dios que del saber propio (...). Porque el hombre propone, pero
Dios dispone; y no está en mano del hombre su camino." ((I, XIX)
"Cuanto más te perdonas a ti mismo y
sigues a la carne, tanto más gravemente serás después atormentado..." (I,
XXIV)
"No debemos confiar de nosotros
grandes cosas, porque muchas veces nos falta la gracia y la discreción."
(II, V)
“Si en todo buscas a Jesús, hallarás de
verdad a Jesús, mas si te buscas a ti mismo, también te hallarás pero para tu
daño." (II, VIII)
"Si el hombre diere su hacienda toda,
aún no es nada. Si hiciere gran penitencia, aún es poco. Aunque tenga toda la
ciencia, aún está lejos; y si tuviere gran virtud y muy ferviente devoción, aún
le falta mucho, le falta (...) que, dejadas todas las cosas, deje a sí mismo y
salga de sí del todo, y que no le quede nada de amor propio." (II, XII)
"Nada tienes de que puedas alabarte,
pero mucho de que humillarte; porque eres más flaco de lo que puedes
pensar." (III, IV)
"Te es más útil y más seguro encubrir
la gracia de la devoción y no ensalzarte ni hablar mucho de ella ni estimarla
mucho, sino despreciarte a ti mismo y temer, porque se te ha dado sin
merecerla." (III, VII)
"No hay enemigo peor ni más dañoso
para el alma que tú mismo, si no estás bien avenido con el espíritu."
(III, XIII)
"¡Oh Señor, cuán profundamente me
debo anegar en el abismo de tus juicios, donde no me hallo ser otra cosa que
nada y nada más que nada!" (III, XIV)
"Y si llegares al perfecto desprecio
de ti mismo, sábete que entonces gozarás de abundancia de paz, cuanto cabe en
este destierro." (III, XXVI)
"Hijo, no puedes poseer libertad
perfecta si no te niegas del todo a ti mismo." (III, XXXII)
"El que se atribuye a sí mismo algo
bueno, impide que la gracia de Dios venga sobre él; porque la gracia del
Espíritu Santo siempre busca el corazón humilde." (III, XLII)
"Señor Dios (...), sé Tú mi fortaleza
y toda mi confianza, pues no me basta mi conciencia." (III, XLVI)
"Así como no desear nada exterior
produce la paz interior, así el negarse interiormente causa la unión con
Dios." (III, LVI)
Cada una de estas sentencias es como un
escupitajo a la conciencia moderna. Hoy es mil veces más probable que en una
mesita de noche haya un libro de Ken Follet que el Kempis. Y es que las ciencias
avanzan una barbaridad... Recientemente, un premio Nobel de Física ha reeditado
el estribillo: "Si miras el mundo desde la perspectiva científica, no
necesitas la religión".
Claro. Tampoco la necesitas desde la perspectiva gastronómica, musical o
metalúrgica. Cuando me como una tortilla de patatas, no suelo pensar en Dios,
pecador de mí. Pero creo que si lo bendijéramos más a menudo, con cualquier
pretexto, hasta una humilde tortilla nos sabría mejor.
Hoy sabemos mucho más que en tiempos de
Kempis, y por eso descreemos de Dios o nos fabricamos un dios a nuestra medida,
una "energía cósmica", al estilo de la "Nueva Era".
(Aprovecho para recomendar encarecidamente el libro del sacerdote católico
Gonzalo Len, New Age. El desafío, Stella Maris, Bacelona, 2014.)
Sin embargo, por muchas cosas que sepamos,
hoy no somos más inteligentes que en el siglo XV, ni siquiera que en el siglo
XV antes de Cristo. Subyugados por “el espejismo de que las llamadas leyes de
la naturaleza son las explicaciones de los fenómenos de la naturaleza”
(Wittgenstein, Tractatus,
6.371), hemos dado en la idea inconcebible (que nadie jamás ha presentado de
manera inteligible) de que el universo se autoexplicaría. De ahí a suponer que somos
autosuficientes, no hay más que un paso naturalmente lógico.
Tenemos un alto concepto de nosotros
mismos en comparación con nuestros antepasados, pese a la legalización del
aborto, a los millones de euros o dólares que mueven las drogas, la pornografía
y los sucedáneos más descaradamente comerciales de la religión. Y los más
engreídos de todos son los que van de escépticos y neoilustrados, los que creen saber realmente algo. Tan seudocientíficas son
las especulaciones divulgativas sobre el origen del universo a partir de "fluctuaciones
cuánticas de la nada" como la charlatanería new age de las “vibraciones de energía”.
Desde que la humildad ha quedado reducida a
un concepto con el que juegan los entrenadores de fútbol y los formadores de equipos
de ventas, no pasa un día sin que se acreciente nuestro narcisismo. Hoy Tomás
de Kempis molestaría, suponiendo que siquiera se le comprendiese; se prefiere a un Paulo Coelho para que nos diga lo especiales y maravillosos que somos cada uno
de nosotros. Desde luego, hay un innnegable progreso en ello: en la cuenta
corriente del señor Coelho y, seguramente, en su autoestima.