sábado, 9 de febrero de 2013

Otro manifiesto inútil

El Manifiesto en favor de la Reforma de la Constitución y la Ley Electoral, difundido por el Foro de la Sociedad Civil, propone abolir las autonomías y acabar con la partitocracia, modificando la ley electoral y suprimiendo las subvenciones a partidos políticos, sindicatos y patronales. Simpatizo plenamente con la propuesta, pero se me ocurren tres graves objeciones.

La primera, que no se nos explica cómo la actual clase política, central y autonómica, se practicará el harakiri.

La segunda, que nuestros problemas se originan en un déficit moral de la sociedad, por lo que una reforma estructural por sí sola no bastaría para solucionarlos. Dicen los autores que nunca hemos tenido una juventud tan preparada, lo cual es más que discutible. Los menores de treinta años sabrán mucho de redes sociales y bajarse aplicaciones con el móvil, pero en general son mucho más incultos y con menor capacidad de sacrificio que las generaciones anteriores. Esto es un problema gravísimo que no se solucionará meramente con reformas estructurales.

Lo mismo puede decirse de los problemas económicos, como el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. A la vista está que países con estructuras políticas como las defendidas por el Manifiesto tampoco han escapado a situaciones similares. Ni el excesivo intervencionismo de las administraciones ni las legislaciones antivida y antifamilia, que se hallan en el origen de casi todos los problemas, pueden conjurarse con una determinada ley electoral o una organización territorial unitaria.

La tercera objeción es que los autores proclaman su "decidida vocación europea", y la transferencia de mayor soberanía a las instituciones de la Unión. Como si ese monstruo burocrático que es Europa hubiera demostrado algún tipo de superioridad moral sobre los gobiernos nacionales. ¿De qué nos serviría ninguna reforma que fuera para ponernos (todavía más) en manos de los funcionarios de Bruselas, preocupados ante todo por borrar cualquier rastro de nuestro pasado cristiano, mediante la instauración de una obsesiva reglamentación políticamente correcta?

Esta sociedad tiene los políticos que se merece. No podemos esperar, con las actuales audiencias de "Sálvame", ni con cien mil abortos al año (la ley los permite, pero no obliga a nadie a abortar), que la gente vote a Churchill o a Reagan. En consecuencia, los Reagan se dedican a trabajar en los ámbitos privado y profesional, y las mediocridades a medrar dentro de los partidos. Las reformas estructurales que propone el Manifiesto solo pueden ser un efecto del cambio de mentalidad, no al revés. Y este no se producirá con un debate sobre la ley electoral o el estado autonómico.

El paro masivo no se solucionará con ninguna reforma laboral, mientras gran parte de la juventud se queda en casa chateando con el pretexto de que "no encuentro nada de lo mío". Mientras le digamos a la gente que es una víctima, y no la principal responsable de la mayor parte de lo que ocurre, seguirá votando a los Rajoyes y los Rubalcabas. Y los que les sucedan seguirán halagando a la claque y ofreciéndole fáciles chivos expiatorios, sean el "mercado", la "casta política" o los "reinos de taifas"; como si estos surgieran de la nada, y no de las decisiones de todos nosotros.

Hay que abandonar de una vez por todas la pretensión de que los gobiernos, del color que sean, con este marco legal u otro, nos van a solucionar los problemas. Debemos intentar influir en la sociedad directamente; el gobierno ya se verá luego obligado a seguirla. Es difícil porque difícil es lo que se pide: recuperar los valores de la autodisciplina, del esfuerzo, del perfeccionamiento moral; remar, en suma, contra el hedonismo dominante. Nadie puede hacer esto por cada uno de nosotros, pero si lo logramos, ya no será necesario esperar el harakiri de los políticos actuales, porque serán desplazados por otros mejores: los que demandarán unos votantes mejores.