miércoles, 26 de diciembre de 2012

Tirios y troyanos

Según argumenta Roberto Augusto en un artículo, "la identificación con una ideología, sea la que sea, es una barrera mental." La pretendida superación de los términos derecha e izquierda es un tema recurrente de la reflexión política. Sin ir más lejos, en mi libro Contra la izquierda (perdón por la autocita) y en este mismo blog he hablado varias veces sobre ello. El locus classicus es el célebre pasaje de Ortega, en su "Prólogo para franceses" de La rebelión de las masas: "Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral." Aunque este pasaje se ha citado muchas veces, quizás no siempre se lo ha situado en su adecuado contexto: 1937, una época en la que, como señalaba Ortega en el mismo párrafo, las derechas prometían revoluciones y las izquierdas proponían tiranías.

Hoy sin embargo, las cosas son distintas: la derecha promete bienestar y la izquierda lo mismo. Ambas se distinguen por lo que entienden por bienestar. Para la derecha es la renta per cápita y para la izquierda son los sentimientos per cápita. La derecha vende realismo y la izquierda romanticismo. El pecado de la derecha suele ser olvidar que no solo de pan vive el hombre: lo que mueve verdaderamente el mundo no es el dinero, ni el petróleo, no es Wall Street; son las ideas. (Y si nos ponemos pesimistas como Revel, las ideas falsas.) El verdadero realismo consiste en comprender la fuerza motriz del pensamiento. "Son las ideas, estúpido." La izquierda, por su parte, lo tiene mucho más claro, y ahí reside su peligro. Si bien la teoría marxista relega las ideas a epifenómenos de las relaciones de producción, es decir, de la economía, fue un marxista, Gramsci, quien se percató de que para construir la utopía socialista primero había que transformar la mentalidad social, asaltar el palacio de la cultura. La derecha sigue creyendo que se puede gobernar sin ideas; la izquierda no se conforma con tan poca cosa como gobernar, quiere transformar, es decir, dominar las almas y los cuerpos, porque el verdadero poder no se ejerce meramente sobre el cuerpo sino sobre la mente. La ironía es que Gramsci comprendiera esto gracias al fascismo, que si triunfó en Italia fue debido a su dominio de la cultura, a la adhesión de la mayoría de figuras intelectuales del momento.

Por esta razón me considero de derechas: Precisamente porque creo que las ideas pueden trastocar el mundo con resultados impremeditados, no pueden dejarse en manos de aprendices de brujo. Y recelo siempre de quienes pontifican que, para pensar por nuestra propia cuenta, debemos prescindir de "etiquetas". La veo como una posición adanista. Lo normal es que, si uno reflexiona por sí mismo, no llegue muy lejos. Lo aconsejable es leer y así poder darse cuenta de que algunas ideas que apenas entrevemos oscuramente, ya han sido pensadas antes por otros, y con mucha mayor clarividencia. Lo honesto es reconocer que nuestras ideas no son inclasificables, sino que seguramente se pueden catalogar, se pueden adscribir a una determinada tradición intelectual. Lo habitual es que, si intentamos mínimamente pensar por nuestra cuenta, acabemos descubriendo antes o después que simpatizamos más con güelfos o gibelinos, montescos o capuletos, tirios o troyanos, aun conservando nuestro criterio autónomo. Esto no nos convierte en sectarios, no significa que debamos ponernos incondicionalmente detrás de ninguna bandera.

Sostiene Roberto Augusto que "lo importante no es ser de izquierdas o de derechas, sino la verdad". Totalmente de acuerdo. Pero ¿qué le hace suponer que la verdad no está ya descubierta? Precisamente la diferencia decisiva entre la izquierda y la derecha es que la segunda cree que la verdad ya fue descubierta hace tiempo. Puede ser una posición equivocada, pero entonces la razón se hallará más cerca de la izquierda, en cuyo ADN está cuestionar la tradición. De lo cual se deduce que, a fin de cuentas, existen fundamentalmente dos grandes concepciones del mundo, y solo dos. No las llamemos izquierda y derecha, si no queremos, pero algún nombre habrá que darles.