sábado, 29 de diciembre de 2012

La ideología del hecho

Con frecuencia, en mis discusiones con progresistas, aparece el siguiente argumento: la derecha históricamente no hace más que retroceder posiciones. Se opone al divorcio y a los anticonceptivos, para terminar aceptando a regañadientes la "realidad social"; se opone al aborto y al matrimonio gay, y lo mismo. En el futuro, no sé qué innovaciones plantearán los progresistas, pero sin duda se repetirá el mismo argumento. La ideología subyacente es que no existe más verdad que la que determine en cada momento la "realidad social". Lo correcto es lo que la mayoría de la gente cree que es correcto. Si mañana un 51 % de la población ve con buenos ojos la poligamia, la eugenesia o el infanticidio ¿por qué no se iban a legalizar?

Parece que los progresistas no se atienen a este principio cuando se oponen a determinadas ideas que son bastante populares, como por ejemplo la cadena perpetua. Pero no hay contradicción. Los progresistas creen que en el futuro todo el mundo pensará como ellos, con lo cual la realidad social terminará coincidiendo con la legal; y si el proceso se puede acelerar, mejor. El progresista es la persona que va montado en la irresistible marcha de la historia. (Esto, por cierto, se llama marxismo, con Marx o sin Marx.) Las tendencias sociales existen en el presente, como la planta existe ya en potencia en una semilla. (Son las "contradicciones" del materialismo dialéctico.) La realidad es dinamismo, contiene la dimensión temporal, como ya vio Heráclito. El mañana puede leerse en el hoy, si se conoce la clave. Por eso sigue siendo exacto que el progresismo es la ideología de lo fáctico, o si queremos ponernos más metafísicos, la concepción según la cual el deber-ser se identifica con el ser, con la inmanencia. El marxismo a fin de cuentas era un hegelianismo de izquierdas.

Los liberal-conservadores, conservadores o personas de derechas (uso estas palabras como sinónimos, o al menos me gustaría que lo fuesen) pensamos exactamente lo contrario. La verdad es la verdad, el bien es el bien, triunfen o fracasen. Lo que la gente suele entender por conservador, un defensor del statu quo, no es más que un quietista, que ignora la naturaleza cambiante de la realidad. El progresista también se coloca del lado del vencedor, pero del vencedor de mañana, de la revolución que cree inevitable. En cambio, el auténtico conservador, el hombre de principios, es como lo retrata Borges: "a un gentleman sólo pueden interesarle causas perdidas". El bien se realizará o no, pero sigue siendo el bien, porque los valores, si existen, solo pueden ser trascendentes, estar más allá de los hechos. (Como sostuvo el conocido integrista Ludwig Wittgenstein, en Tractatus, 6.41) Las personas de derechas podemos estar equivocadas, pero no consideramos que una encuesta de opinión, ni el calendario ("¡a estas alturas del siglo XXI!") sean argumentos. Ni lo más reciente es por definición mejor que lo viejo, ni la mayoría tiene razón por el mero hecho de serlo.

Es verdad que la derecha se opuso al divorcio, y que hoy los de derechas se divorcian igual o casi igual que los de izquierdas. Pero el divorcio seguirá siendo una equivocación, aunque ya no quedara una sola persona que pensara así. Porque el divorcio no es la libertad para separarte de tu cónyuge (eso siempre existió), sino que la administración te reconozca una nueva unión. O lo que es lo mismo, que quien no debiera haberse casado pueda volver a cometer el mismo error cuantas veces quiera. Y los anticonceptivos no son la libertad de tener relaciones sexuales (eso siempre existió) sino que fundar una familia deje de ser la prioridad. En suma, que la gente no tenga unos lazos más sólidos entre sí que los que tiene con el Estado.

Cuando un individuo o una sociedad toman un camino equivocado, el progreso no consiste en continuar avanzando obcecadamente en la misma dirección, sino en tomar una distinta, o incluso desandar lo andado. Puede que eso sea imposible, y que nadie sea capaz de frenar un tren que se dirige hacia el abismo, pero no por ello estamos obligados a creer que en el fondo del precipicio está la Arcadia Feliz.