martes, 24 de julio de 2012

Teísmo y cosmología

Tres son las razones para postular la existencia de Dios:

1) Que existe algo en lugar de nada.

2) Que el universo es inteligible, está regido por un orden racional.

3) Que el bien y el mal son esencialmente irreductibles a realidades fácticas.

De estas tres proposiciones, se interpreten o no como argumentos a favor del teísmo, la primera no puede ser contradicha seriamente. Algunos filósofos han puesto en duda la existencia del mundo objetivo, pero jamás han negado que exista algo, sea lo que sea, salvo como ejercicio sofístico. La segunda proposición ha sido cuestionada rara vez. Negar que la naturaleza está sometida a leyes es una posición intelectualmente desesperada o extravagante, muy difícil de sostener. En cambio, la idea de que la moral no es reducible a convenciones culturales, o tendencias biológicas, o cualquier otro tipo de realidad fáctica, es ya no frecuentemente discutida, sino más menudo implícitamente descartada.

La principal causa de incredulidad de nuestro tiempo reside en el descrédito de la tercera proposición. Si no hay un bien o un mal absolutos, la hipótesis de Dios ya no es solo innecesaria intelectualmente, sino tampoco en un sentido personal. No creemos necesitar a Dios para ser buenos ni para ser felices. El sacerdote católico y filósofo Michael Heller se refiere a la Proposición 3 como "el hueco aixológico". Heller alude a la expresión "Dios de los huecos", con la cual se critican los argumentos teológicos que pretenden basarse en los huecos o lagunas explicativas de nuestro conocimiento actual. Spinoza se refirió a esto mismo con la expresión "asilo de la ignorancia": Función que asignan a Dios quienes solo recurren a Él ante aquello que la ciencia no acierta a explicar (todavía). Sin embargo, Heller distingue entre los huecos "espurios" y los "genuinos", aquellos que el progreso de la ciencia jamás podrá rellenar, por su propia naturaleza. Y entre estos menciona el hueco ontológico, el epistemológico y el axiológico, que se corresponden con las tres proposiciones de arriba, respectivamente.

Las reflexiones de este sacerdote filósofo las he conocido gracias a un libro extraordinario, Dios y las cosmologías modernas (BAC, 2005), una selección de artículos de varios autores, a cargo de Francisco J. Soler Gil, filósofo de la física de la Universidad de Bremen, y autor asimismo de obras sobre el tema. Aunque existen diferencias de criterio entre los distintos articulistas, se puede extraer una conclusión general de este libro colectivo. Y es que las razones basadas en las proposiciones 1 y 2 son mucho más poderosas de lo que muchos análisis superficiales permiten entrever. Lo cual, indirectamente, presta más apoyo a los razonamientos en favor de la proposición 3. Pero a la cuestión axiológico-moral apenas se alude en esta obra, por salirse de su tema, que se circunscribe a las relaciones entre ciencia (particularmente la física y la cosmología) y religión.

Algunos filósofos y científicos han pretendido eludir el problema que plantea la Proposición 1. Básicamente han utilizado dos estrategias. Una es la positivista, consistente en negar que la pregunta por la causa del universo tenga sentido. La otra, mucho menos seria, aunque apadrinada por divulgadores e incluso científicos de talla, pretende que se puede explicar el surgimiento del universo ex nihilo, como un fenómeno espontáneo del vacío cuántico, o algún subterfugio semántico similar. Se trata de una mera prestidigitación verbal porque no podemos identificar con la nada absoluta un vacío cuántico con sus leyes, constantes y parámetros perfectamente definidos. La ciencia solo puede explicar cómo pasamos de un estado físico (por simple que sea) a otro estado físico, nada más. Tampoco nos permiten eludir la cuestión teorías como la de Stephen W. Hawking, que proponen un modelo de universo (al menos en sus instantes infinitesimales iniciales) sin frontera espaciotemporal, lo que significa que no tendría sentido plantearse la cuestión de un inicio del tiempo, del mismo modo que no lo tiene plantearse dónde empieza o termina la superficie de la tierra. Aunque no existiera un comienzo temporal del universo (como defienden las antiguas filosofías que lo consideraban eterno), seguiría siendo un completo enigma por qué existe algo en lugar de nada, tal como lo vio santo Tomás de Aquino.

Como decíamos, más seria es la objeción positivista. La cual ofrece dos variantes o momentos. Por un lado, desprovee de sentido la pregunta por una causa del universo en su conjunto. Y por otro niega ningún poder explicativo a la solución teísta. Si Dios es la causa del universo, ¿cuál es la causa de Dios? Podemos ahorrarnos un paso y decir que no lo sabemos, o mejor aún, que no tiene sentido plantearse la cuestión de una causa del Todo, pues el concepto de causa solo tiene un sentido relativo, relacional (de los fenómenos entre sí), siendo absurdo pretender relacionar el Todo con algo fuera de él, que por definición no existe.

En mi opinión, la mejor respuesta a esta objeción es la del propio Soler Gil, quien la expone en uno de los artículos del libro, "La cosmología física como soporte de la teología natural". Resumiendo, la argumentación de Soler Gil, muy apegada a los modelos cosmológicos estándares, es que el universo puede ser considerado en su conjunto como un objeto. La definición de objeto del autor es filosóficamente bastante técnica, pero creo que no deformamos en exceso su pensamiento si afirmamos que Soler Gil entiende por objeto más o menos lo que así designamos en el lenguaje ordinario. Y no es posible escamotear la cuestión de la causa de existencia de un objeto. No podemos conformarnos simplemente con decir que un objeto existe porque sí, y basta. Al mismo tiempo, Soler Gil señala que una explicación última de la existencia del universo no puede basarse en el concepto físico de la causalidad, el cual nos remite a una cadena infinita de causas. De ahí que sea altamente plausible la hipótesis de un Ser de carácter personal, no reducible a un ente objetual.

Así pues, el teísmo sigue siendo una solución muy satisfactoria a la pregunta de por qué existe algo en lugar de nada. Pero por si esto fuera poco, tenemos el enigma que plantea la Proposición 2, y que tanto intrigó a Einstein. ¿Por qué el universo es inteligible? ¿Por que obedece leyes de naturaleza matemática? ¿Por qué se cumple la fuerza de la gravedad, y otras muchas, con inflexible regularidad? Estamos tan acostumbrados al orden de la naturaleza, al sucederse los días, las estaciones, los ciclos biológicos, etc, que rara vez nos asombramos de ello. Y sin embargo, no existe ninguna razón lógica, como ya vio David Hume, por la cual el sol deba salir mañana. En realidad solo hay dos respuestas posibles a este enigma, aunque los filósofos (y algunos científicos, invadiendo "competencias" de la filosofía) hayan propuesto una aparente tercera opción, que en realidad es una seudosolución. Las dos soluciones a las que me refiero son la teísta (el universo es racional porque "en el principio era el Logos", por decirlo en palabras de San Juan) y la hipótesis más extrema del "multiverso", según la cual el orden del universo es una ilusión, un mero caso aleatorio en medio del caos de infinitos universos. La seudosolución es la de Spinoza, según la cual el universo no podría haber sido de otro modo de como es, lo cual elimina la necesidad de un Dios que toma decisiones. Es una seudosolución porque lógicamente no se sostiene. Cualquier cosa que imaginemos que no encierra contradicción en sí misma es lógicamente posible. Luego es posible que existan muchos universos distintos, o incluso que no existiera ninguno. Es lógicamente insostenible que lo que existe no podría haber sido de otro modo.

Descartada la hipótesis teísta, pues, queda solo la del multiverso, de la que existen muchas variantes, aunque solo la más extrema puede sortear la mayor parte de las objeciones, en mi opinión. Estas teorías surgieron como alternativa a los argumentos teístas basados en el llamado "ajuste fino". Algunos científicos observaron que ligeras variaciones en algunas de las constantes físicas hubieran dado lugar a un universo muy distinto, con toda probabilidad no apto para que emergiera en él la vida inteligente. (Ver especialmente el cap. II del libro citado, "La evidencia del ajuste fino".) El teísmo proporciona una explicación sencilla a este hecho sorprendente: Dios ha diseñado el universo con el fin de que aparecieran en él los seres humanos. Pero algunos, con tal de no tener que abrazar esta solución están dispuestos a creer que existe un número enorme de universos, tal vez infinitos, con leyes y constantes distintas del nuestro. Con ello el "ajuste fino" del universo queda reducido a una mera necesidad probabilística. Estas teorías, de las cuales existen numerosas variantes, presentan varios inconvenientes. El primero, y más obvio, es su carácter altamente especulativo, incompatible con el principio de la navaja de Occam. Pero el más serio es que la mayoría de ellos, lo único que hacen es trasladar el misterio de la inteligibilidad del universo al multiverso. Porque si las leyes físicas que conocemos son un mero producto probabilístico, todavía queda por explicar por qué el universo se atiene a las matemáticas de las probabilidades. Como agudamente señala Michael Heller en el capítulo debido a él ("Caos, probabilidad y la comprensibilidad del mundo"), no es en absoluto evidente que la probabilidad de una de las caras de un dado tenga que ser 1/6 en el mundo físico.

Existe sin embargo una variante extrema de la teoría del multiverso, que parece sortear estas insuficiencias. Esta teoría afirma que todas las posibilidades lógico-matemáticas existen realmente, de algún modo, con o sin relación espaciotemporal o de otro tipo entre ellas. Esto permite eludir la embarazosa cuestión de cómo se generan los innumerables (infinitos) universos: sencillamente existen. De ahí que no debería sorprendernos que en uno de ellos hayamos surgido nosotros. Esta teoría, sin embargo, presenta un inconveniente verdaderamente monstruoso. Para "explicar" por qué el universo es como es, no tiene más remedio que admitir infinitas variaciones (triviales, delirantes o siniestras) de nuestro universo. Incluyendo muchas en las cuales algunas o todas las leyes de la física que conocemos sufren una interrupción inexplicable en algún momento t = x. Solo es imposible lo lógicamente contradictorio. No lo es que el año que viene, o mañana mismo, la luna se convierta en un hipopótamo con pantalón corto. ¿Cómo sabemos que nuestro universo es una de las muchas variantes que persistirán en la cordura indefinidamente? La respuesta es inapelable: No lo sabemos.

Es decir, la teoría extrema del multiverso plantea que en realidad el orden cósmico no es más que una ilusión, puesto que en cualquier momento las leyes que lo gobiernan pueden quedar en suspenso o mutar, con consecuencias que pueden ir desde lo meramente cómico a lo catastrófico.

Así pues, la única alternativa consistente a la solución teísta es, para el problema que plantea la Proposición 1, que el universo existe porque sí, sin causa alguna. Y para la Proposición 2, que el universo en realidad no es racional, en el sentido de que acate una estructura legaliforme, sino que equivale al conjunto de todas las posibilidades lógico-matemáticas. Estas alternativas teóricas no son refutables, bien es cierto. Sin embargo, repugnan profundamente al intelecto, porque suponen su más completo fracaso. De ahí que el libro de Soler Gil (cuya densidad y sutileza en absoluto recibe aquí justicia) venga a confirmar la aparente paradoja de Chesterton, quien aseguraba que la Iglesia era el último bastión de la racionalidad occidental.