sábado, 3 de marzo de 2012

Bioética para nazis

El artículo aparecido en Journal of Medical Ethics, que defiende llamar al infanticidio de recién nacidos "aborto postnacimiento", es intelectualmente una basura. Desiste del menor esfuerzo de reflexionar sobre las cuestiones de fondo, algo que hasta ahora pensábamos que definía a la filosofía; se limita a partir de supuestos aceptados acríticamente. Los autores señalan que el aborto es legal en muchas legislaciones, y de ello deducen (no sin coherencia) que el infanticidio también debería serlo. Como ya se ha observado, en realidad tal aserto es un regalo dialéctico para los pro vida, los que pensamos que la vida humana es sagrada, y que ningún comité puede decidir quién es persona y quién no. El método de estos bioéticos, consistente en aceptar sin más los precedentes ("hasta ahora hemos matado fetos... ¿por qué no también bebés?"), permite justificar la liquidación de la mitad de la humanidad, o incluso de toda (con argumentos decrecionistas, por ejemplo, o de ecologismo radical) basándose en el precedente del Holocausto. Si los nazis mataron a millones de judíos ¿por qué no podemos eliminar a siete mil millones de seres humanos que maltratan gravemente -como podrían decir esos pirados- la naturaleza?

Hay un aspecto del artículo que, pese a su completa inanidad intelectual, no debería pasar inadvertido. Y son los motivos para el aborto y el infanticidio. Aunque los autores empiezan llamando la atención sobre graves enfermedades congénitas, terminan defendiendo que se pueda abortar, o cometer infanticidio, simplemente porque el bebé no sea deseado, lo que ellos expresan diciendo que compromete el "bienestar" de las personas que deberían encargarse de criar al niño. Y llegan hasta el extremo de argumentar en contra de la adopción, porque supuestamente las madres que dan un niño en adopción pueden sufrir daños psicológicos. (Por lo visto, si abortan, deben experimentar una sensación de alivio fenomenal.) Aunque el director de la revista ha defendido el artículo como un mero ejercicio de reflexión académica, es inevitable preguntarse de dónde procede la manía homicida de estos supuestamente apacibles profesores. ¡El empeño que tienen en que exterminemos bebés, sanos o enfermos, es verdaderamente sobrecogedor!

Vale la pena reflexionar brevemente sobre los motivos aducidos a favor del aborto. Obsérvese en primer lugar que uno empieza defendiendo el aborto, la eutanasia y el infanticidio para evitar sufrimientos extremos, y acaba apoyándolos igualmente para eludir la menor incomodidad. Niños "no deseados"... ¿Por qué no ancianos o enfermos mentalmente deteriorados, o en estado vegetativo, "no deseados"? A fin de cuentas, tiene su lógica, porque el dolor es una sensación subjetiva, difícil de cuantificar.

La fobia histérica al menor sufrimiento es uno de los fenómenos asociados a la descristianización. Si no es en absoluto trivial explicar la existencia del sufrimiento desde una posición cristiana, desde un punto de vista materialista ateo resulta completamente imposible. El dolor es la cosa más absurda que se pueda concebir. ¿Por qué debería existir semejante sensación en un universo reducible a fluctuaciones cuánticas y fuerzas gravitatorias? Las explicaciones corrientes, basadas en la teoría de la "señal de alarma fisiológica", ni siquiera rozan la cuestión. El dolor nos informa, efectivamente, de que algo no va bien en nuestro organismo. Si no sintiera un pinchazo al clavarme una astilla, es posible que esta pasara inadvertida, con los efectos de infecciones, etc. Pero que el dolor transmita información no quiere decir que sea un mero símbolo. Uno no se limita a observar el dolor, sino que este nos embarga, ocupa nuestra consciencia de una forma que solo podemos describir con torpes redundancias, de una manera... dolorosa.

Es por esta razón que desde una posición atea o agnóstica, el sufrimiento debe ser erradicado a toda costa. Esta es la idea que subyace en toda la construcción ideológica del Estado del bienestar. Desde la pedagogía de la "diversión" y las prestaciones sociales que deben protegernos de toda contingencia, hasta el aborto y la eutanasia, hay una línea de razonamiento lógicamente irreprochable. Quien tiene como máxima aspiración eludir el dolor, antepondrá este objetivo a la libertad e incluso a la vida. Y al desacostumbrarnos a los dolores más intensos, nos hacemos menos resistentes incluso a los más banales.  De ahí que se llegue a justificar el aborto con la figura puramente ideológica del "riesgo psicológico para la madre", cuando es científicamente conocido que un aborto resulta indeciblemente más traumático que un parto.

Sacrificar las vidas de niños, ancianos y enfermos, para evitar las molestias que conllevan sus cuidados, es un retroceso brutal de la civilización, posiblemente el mayor imaginable. Exactamente lo contrario de como lo pretende mostrar el sedicente progresismo, pese a que, por lo general, no se atreva a llegar explícitamente hasta las últimas consecuencias. Eso lo hicieron los nazis, que al menos eran menos hipócritas. Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, algunos alemanes se consolaban pensando que Hitler no les dejaría caer en manos de los rusos, que administraría alguna suerte de eutanasia colectiva que les permitiría morir sin dolor. Cuando una sociedad declina gravemente, el suicidio colectivo llega a convertirse en una especie de obsesión. Preocuparse por justificar fríamente la muerte de bebés, como si en Europa, nada menos, estuviéramos sobrados de ellos, es otro síntoma siniestro de esta pulsión autodestructiva.