domingo, 30 de octubre de 2011

Rubalcaba es una mala persona

No de otra forma puedo describir a alguien capaz de decir semejante mezquindad: Que respecto a ETA, su final dependerá no de que los terroristas entreguen las armas, sino del "talante del nuevo Gobierno". Y por si esto no fuera lo bastante insidioso ha añadido: "Con Aznar hubo más muertos; con Zapatero, más etarras detenidos." Esto lo dice del presidente del gobierno que estuvo a punto de ser asesinado por ETA. Esto lo dice quien era portavoz del gobierno de los GAL, es decir, de un gobierno que asesinó directamente. Esto lo dice el ministro del caso Faisán. Hay que ser mala persona. Hay que tergiversar con premeditación y alevosía para omitir que fue Aznar quien estuvo a punto de derrotar policialmente a la organización terrorista, quien además lo consiguió ilegalizando a su brazo político (no como ahora que está exultante) y acabando prácticamente con la kale borroka. Hasta que llegó el gobierno de Zapatero para dar oxígeno a los asesinos durante siete años. Esto lo dice el miembro de un partido que no se ha cansado de acusar a la oposición de hacer un uso indecente de la política antiterrorista para atacar al gobierno. Esto lo dice quien utilizó el peor atentado terrorista de la historia de España para atacar al gobierno el día de reflexión electoral. Se puede ser más cínico, se puede tener más cara dura, se puede ser más vil y despreciable, sin duda. Se puede ser más hipócrita que quien derrama lágrimas de cococrilo para capitalizar políticamente el comunicado de la falsa "paz" de los etarras. Pero Rubalcaba ha puesto el listón muy alto.

Somos 7.000 millones

Al poco de que, en tiempos de Jordi Pujol, la Generalidad impulsara la campaña identitaria "Som sis milions", circuló un chiste.

Llega Pujol de visita oficial a China y al bajar del avión les dice a sus anfitriones:
-¡Somos seis millones!
-Muy bien -responden los chinos- ¿y en qué hotel se alojan?

La población del planeta ha alcanzado los 7.000 millones. Como era de esperar, estos días los medios de comunicación nos ofrecerán reportajes alarmistas sobre el significado de esta cifra. Pocos analizarán la cuestión en sus justos términos, señalando, por ejemplo, que la tasa de crecimiento mundial no ha dejado de diminuir desde los últimos treinta o cuarenta años. Por supuesto que mientras que esa tasa sea positiva, la población seguirá creciendo, pero a un ritmo muy inferior al del crecimiento económico, incluso en períodos de crisis. Si bien es cierto que en 2009 la economía mundial se contrajo un 0,7 %, en 2010 el crecimiento fue del 5 %, y las previsiones del FMI para 2012 son del 4 %. En cambio, la tasa de crecimiento demográfico es del 1,1 y bajando. El apocalipsis malthusiano ni ha tenido lugar ni tendrá.

La tasa de fecundidad (número de hijos por mujer) se encuentra ya en el 2,5, según el último informe de la ONU. No está tan lejos del mínimo de reemplazo generacional, que matemáticamente se halla en el 2,1. (Una curiosidad: Debido a que nacen 1,05 niños por cada niña, una tasa media de exactamente 2 no sería suficiente para el reemplazo generacional, porque nacería menos de 1 niña de media por mujer.) Así pues, aunque la natalidad de los países menos desarrollados, y de los inmigrantes de estos países que llegan a los nuestros, es todavía bastante elevada, el propio crecimiento económico actúa haciendo que su evolución demográfica converja con la de Europa. En cuanto la gente empieza a disfrutar de ciertas comodidades materiales, tiende también a planificar el número de hijos que quiere tener. Esto, que en principio parece razonable, puede degenerar en una reducción del tamaño medio de las familias que nos conduzca ya no a la estabilidad, sino a la disminución de la población. Es precisamente el riesgo que corre Europa, incluso teniendo en cuenta el efecto de la inmigración. Que nuestros periódicos alerten sobre los supuestos riesgos de la superpoblación mundial, con el panorama que tenemos en casa, es igual de ridículo que si un periódico etíope alertara en su portada de los riesgos de la obesidad en el mundo.

Claro que hay quien no ve nada malo en que la población disminuya. Todavía hoy los medios siguen entrevistando a Paul Ehrlich (el majadero que "previó" hambrunas terribles en Estados Unidos a finales del siglo XX, por culpa del crecimiento demográfico), como si fuera un gran sabio. Las barbitas blancas hacen estragos... Este tipo pretende que la población mundial debe reducirse drásticamente, porque es imposible mantener más de 1.000 millones de seres humanos con la renta per cápita de Estados Unidos. Para ello confía en la "presión suave" de políticas antinatalistas encaminadas a convencer a la gente de que no tenga más de dos hijos. Aunque no dice claramente qué habría que hacer si la gente no obedece ante la "presión suave", al final de la entrevista se le escapa la expresión "organizar", referida a la población mundial. Estos seudosabios que pretenden organizarnos la vida son uno de los mayores males que padece la civilización occidental desde el siglo XIX. Si a pesar de ellos hemos conseguido llegar a los 7.000 millones es que algo hay en nuestra especie que le permite sobreponerse a todas las plagas, incluidos los delirios totalitarios de intelectuales ensoberbecidos -y los ignorantes periodistas que les bailan el agua.

El aumento de la población y el crecimiento económico van indisolublemente unidos. No hay riesgo de que la Tierra se nos quede pequeña, no al menos antes de que seamos capaces de emigrar a otros planetas, porque los recursos son por definición de carácter dinámico, dependen del nivel tecnológico. Es evidente que la Tierra no puede soportar cualquier población, pero es imposible determinar el límite que puede alcanzar, porque nadie puede prever las innovaciones tecnológicas. Si hubiera habido ecologistas en tiempos del Imperio romano, seguramente hubieran considerado que el planeta no podría soportar una población de 500 millones de habitantes... Un Ehrlich de tiempos de Augusto hubiera propuesto reducir la población mundial a 50 o 100 millones. Hoy, los habitantes de los países desarrollados, con una renta per cápita muy superior a la de un ciudadano romano medio, suman 1.240 millones.

Decir que la población debe dejar de crecer, o incluso decrecer, equivale exactamente a negar a millones de seres humanos que tengan derecho a prosperar como ya lo ha hecho Occidente y parte de Asia. Es de un egoísmo tan ciego y pueril como solo son capaces de alimentarlo nuestros "intelectuales". Como esta novelista (Isabel Allende) que, en una entrevista del Magazine de El Mundo, se descuelga con la típica gansada progre-ecologista: "Pero ¡¿cómo a alguien se le puede ocurrir que el progreso [sic], la ganancia y el consumo se den de modo indefinido en la Tierra?! Es enfermizo, esto tiene que estallar pronto." Claro, cuando uno vive en California más que pasablemente, es estúpidamente fácil decir que a dónde vamos a parar si todos los chinos quieren aire acondicionado y beber vinos de crianza. Pero cabría esperar más de quienes pretenden pertenecer a una cierta élite cultural, además de la repetición de los tópicos más vulgares, que cualquiera puede escuchar en una barra de bar.

El negativo

El candidato socialista, Pérez Rubalcaba, lo ha dicho. Quiere subvencionar (¡textual!) el empleo. Y también que baje más (aún más) el precio del dinero. Pasemos ahora por alto que son precisamente los tipos artificialmente bajos, establecidos por las autoridades monetarias, uno de los desencadenantes de la crisis económica mundial. Lo de subvencionar el empleo me ha llegado al alma. Estos tíos, los socialistas, son incapaces de imaginar que exista vida más allá de los presupuestos estatales. Ya lo sabíamos. Pero que lo manifiesten con semejante candidez (aunque aplicada al sujeto en cuestión no sea la palabra más indicada) resulta conmovedor. Definitivamente, no tienen cura. Incluso un drogadicto llega a ser consciente de que la droga lo está matando, aun cuando sea incapaz de alejarse de ella. Pero los dirigentes del PSOE son capaces de llevar a un país a la quiebra a base de gasto público, y todavía te dirán que el problema es que no se gasta lo suficiente.

Dejémonos de bromas. Son un peligro público. Apelan a lo peor que hay en la gente, al gratis total, a la carencia de responsabilidades, a los sentimientos de envidia, al odio de clases (si es que algo así existe todavía) y al odio de sexos. Engañan a la gente, sí, pero solo a aquellos que quieren dejarse engañar, a todos aquellos millones de personas que prefieren vivir en una mentira llamada "derechos sociales" antes que tomar el destino en sus manos. Y también a todos aquellos que desde sus situaciones personales más o menos acomodadas se gustan a sí mismos adoptando la pose de izquierdistas biempensantes.

Un sujeto que dice que la solución al desempleo es subvencionarlo, o bien es un completo imbécil, o bien es que carece del menor escrúpulo. Creo que Rubalcaba es menos inteligente de lo que pregonan algunos, pero desde luego no me parece idiota. Por tanto, necesariamente no puedo evitar pensar que es capaz de decir cualquier cosa con tal de arañar un puñado de votos. Con todo, es de agradecer que opte por un discurso clásico de izquierdas. Ya que el PP opta por evitar meterse en honduras ideológicas, como de costumbre, basta con escuchar a Rubalcaba para obtener, aunque sea en negativo, el discurso que realmente le conviene a España. Si el gobierno que salga del 20-N hace todo lo contrario de lo que defiende Rubalcaba, o por lo menos lo intenta, hay esperanza. Saber por dónde no debemos ir ya es un progreso.

sábado, 29 de octubre de 2011

¿Quién colocó la mochila de Vallecas?

En la madrugada del 12 de marzo de 2004, apenas veinte horas después de los atentados del 11-M, dos agentes de policía encontraron en la comisaría de Puente de Vallecas una bolsa de deportes con diez kilos de dinamita Goma-2 Eco, 640 gramos de metralla, un detonador Ensign Bickford y un teléfono móvil Mitsubishi Trium T-110 con número 652282963. (Actualmente, al llamar a este número, se escucha: "Buzón Orange. La persona a la que llama no está disponible. Por favor, deje su mensaje después de la señal.") Era la "mochila de Vallecas", una de las pruebas principales que condujo a la detención de Jamal Zougham, en cuyo local se vendió la tarjeta SIM del móvil. Este Zougham fue reconocido en el juicio del 11-M por tres testigos que aseguraron haberle visto con una mochila en uno de los trenes, antes de las explosiones. Cumple una condena de más de cuarenta mil años como autor de la masacre. (Ver La cuarta trama, de José María de Pablo, Ciudadela, cap. 14.)

Estos son los hechos principales. Ante ellos, cualquier persona con un mínimo sentido crítico debería hacerse dos sencillas preguntas:

(1) ¿Por qué no se descubrió que una bolsa de más de diez kilos de peso contenía una bomba hasta que fue depositada en comisaría, si es que realmente procedía de los escenarios de los atentados?

(2) ¿Cómo fue Jamal Zougham tan imbécil de utilizar una tarjeta SIM de su propia tienda, para que en el caso nada improbable de que una de las bombas no estallase, por cualquier fallo del mecanismo, la policía pudiera detenerlo en menos de 48 horas?

Según las declaraciones policiales en el juicio, tras los atentados los TEDAX revisaron concienzudamente, de la cabeza a la cola de los trenes, cada objeto que encontraron, para asegurarse de que no quedara ningún artefacto sin explosionar. Los bultos encontrados fueron conducidos, después de ser rechazados en las comisarías de Villa de Vallecas y Puente de Vallecas, a un pabellón de IFEMA, donde permanecieron sin custodia hasta que finalmente, por orden judicial, hacia las diez de la noche se depositaron en la segunda comisaría mencionada.

Solo caben dos respuestas posibles a la pregunta (1). O bien se produjo una terrible negligencia de los TEDAX, que pasaron por alto la existencia de una bomba sin estallar en una sospechosa bolsa de deportes, o bien esa bomba jamás estuvo allí, sino que alguien en algún momento la introdujo entre los restantes objetos acarreados por los agentes policiales. Asimismo, la pregunta (2) admite también solo dos respuestas. O bien los autores del mayor atentado de la historia de España eran lo suficientemente estúpidos para utilizar sus propios números de teléfono para activar los explosivos, o bien alguien utilizó esas tarjetas para incriminarlos.

A los hechos expuestos debemos añadir, además, los siguientes:

-En los cadáveres de las víctimas del 11-M no existían restos de metralla, material que sí se halló en la mochila de Vallecas, como acabamos de ver.
-Como se pudo comprobar mediante la radiografía previa a la desactivación, los cables de la bomba que contenía la mochila estaban incomprensiblemente sueltos, de manera que nunca hubiera podido estallar.
-El Tedax "Pedro", que desactivó la mochila de Vallecas, realizó unas fotografías antes de la desactivación, que un superior le obligó a entregar, impidiéndole además que hiciera otras fotografías posteriores a la desactivación, según el protocolo habitual. Las primeras no aparecieron en el juicio.
-En el asa de la mochila se halló una huella dactilar no identificada con perfil genético europeo.

La conclusión de que la mochila de Vallecas es una prueba falsa, elaborada para incriminar a un ciudadano magrebí, se impone con toda su fuerza. Ineludiblemente, las respuestas más verosímiles a las preguntas anteriores conducen a esta otra pregunta: ¿Quién colocó la mochila entre las pruebas? La elaboración de un artefacto explosivo, que necesariamente tuvo que producirse a lo largo del mismo día 11, si no antes, no pudo tratarse de un acto de improvisación. Quien fuera que fuese el que depositó esa prueba falsa entre los bultos recogidos en el lugar de los atentados, obtuvo el material adecuado (dinamita de la mina Conchita, el detonador y el móvil) en escasísimas horas después de la masacre, o bien ya lo tenía preparado antes de los atentados. Solo cometió, acaso, un error, que fue incluir metralla dentro de la bolsa, cuando sabemos que los explosivos que causaron la masacre no la contenían.

La presencia de metralla en la mochila de Vallecas podría llevar a pensar que quien la elaboró no podía tener relación con los autores de los atentados. Aunque es posible que sea así, veo muy poco verosímil que quien es capaz de tener preparada el mismo día de los atentados una prueba tan sofisticada, pueda hacerlo sin poseer una información de primera mano de lo que ha ocurrido, una información que en esas primeras horas no tenía absolutamente nadie, salvo que estuviera implicado en los atentados. Más creíble me parece la hipótesis de un error de coordinación. Quienes idearon y dirigieron el asesinato masivo del 11-M no fueron, con toda probabilidad, aficionados. Pero precisamente los errores de coordinación suelen ser inherentes a las organizaciones integradas por especialistas en diferentes materias (logística, explosivos, información, destrucción de huellas, creación de pruebas falsas, etc). Por ejemplo, en los servicios secretos.

La mochila de Vallecas, disculpen mi insistencia, difícilmente se pudo improvisar en las escasas veinte horas que median entre los atentados y su hallazgo en la comisaría. Y además todo indica que no fue la única prueba falsa o manipulada. Las irregularidades en la investigación de los atentados del 11-M fueron algo más que el intento de unos policías oportunistas y sin escrúpulos que vieron la ocasión de hacerle la cama al gobierno para influir en las elecciones del 14-M. Son parte misma de los atentados, o al menos, mientras no sepamos toda la verdad, tenemos todo el derecho del mundo de pensarlo. De pensar lo peor.

domingo, 23 de octubre de 2011

La solución al terrorismo y a todos los males

Curro, comentarista habitual de este blog, además de un gran amigo del que siempre procuro aprender, opina que esta vez puede ser cierto que ETA abandone la vía del terrorismo, porque es evidente que le beneficia mucho más la vía política. Y se plantea entonces qué hacer ante un posible escenario de declaración unilateral de independencia del País Vasco, con o sin referéndum, poniendo sobre la mesa la opción de "soltar lastre de una vez por todas respecto al podrido tema vasco (hay mucha gente harta de estar toda la vida con lo mismo), y comenzar de nuevo (refundando España sin autonomías)." O sea, aceptar la independencia y que nos dejen en paz de una vez.

Por una vez voy a discrepar de mi amigo. Voy por partes.

1. Lógicamente, nadie sabe el futuro. ¿Volverá ETA a atentar, a poner bombas? No lo sabe nadie, y un servidor menos que nadie. Pero dudar de la credibilidad de un comunicado etarra es una actitud sobradamente avalada por la experiencia. Dice Curro que aunque no abandonen las armas, "por lo visto, les quedan muy pocas". Yo eso no lo sé. Si de verdad les quedan solo cuatro pistolas y un fusil oxidado, no les supondría demasiado sacrificio entregarlos. ¿Por qué no lo hacen? Señala Curro que si en su momento creímos las actas de ETA sobre las negociaciones, que dejaban al aire las vergüenzas del gobierno socialista, ¿por qué ahora no vamos a creer en este comunicado? Aquí respondo, primero, que una cosa es la documentación interna de la banda (que no tiene por que engañarse a sí misma) y otra su propaganda. Y segundo, que si leemos el comunicado, tampoco afirma en absoluto que ese abandono de las armas sea irreversible. Son el gobierno y sus terminales mediáticas quienes han hecho esa interpretación.

2. Esto no significa que no sea probable el escenario que plantea Curro. Todo indica que, al menos en los próximos meses, ETA se cuidará de cometer atentados, porque es lo que más le conviene para favorecer unos buenos resultados de los batasunos en las elecciones del 20-N y después en las autonómicas. Algunos ya especulan con la posibilidad de un Otegi lehendakari que proclame la independencia en 2013. Curro sugiere permitir la celebración de un referéndum de autodeterminación, que a lo mejor los independentistas perderían. Y si no lo hacen, por lo menos los daños quedarían limitados al País Vasco, porque en Cataluña no cree que ganaran los partidarios de la separación. ¡Demasiado suponer, me parece a mí! Si se independiza el País Vasco, con o sin referéndum, la siguiente es Cataluña. Esto es impepinable. ¿Refundar España sin Cataluña y el País Vasco? No digo que no se pueda, pero evidentemente el resultado ya no será España, al menos como la entendemos desde los reyes católicos.

3. Lo fundamental, sin embargo, es lo siguiente: Aceptar la independencia del País Vasco, se mire por donde se mire, supone dar la razón a los terroristas, es decirles que su "lucha" (como ellos denominan a sus crímenes) ha tenido sentido. Quizás podíamos haber concedido la independencia a Euskadi en 1978, quién sabe si no hubiera sido mejor. Pero ahora, moralmente ya no podemos. Los más de ochocientos asesinados por los terroristas se revolverían en sus tumbas.

Los dos primeros puntos en el fondo se reducen a cuestiones de hecho; el segundo atañe al problema filosófico central. Dice Curro que "hay mucha gente harta de estar toda la vida con lo mismo". Claro, quién no está harto de que se produzcan asesinatos y todo tipo de violencias. Pero la pregunta es si los familiares de las víctimas no tienen mucha más razón para estar hartos que la inmensa mayoría de nosotros. ¿Vamos a darles la razón a los etarras porque al español medio le fastidia ver informativos encabezados por la noticia de un atentado? ¿Vamos a decir: "venga, dadles la independencia, lo que sea, con tal que no tengamos que soportar más sobremesas con este coñazo de ETA, los vascos y la madre que los parió"? Por supuesto que se trata de algo más que de imágenes desagradables en la tele. Cualesquiera podemos ser víctimas de un coche-bomba. Pero estadísticamente tenemos más probabilidades de morir en un accidente de tráfico. Quiero decir que no creo que el hartazgo ante la violencia de ETA sea siquiera miedo personal (podría comprenderse), sino que en gran medida obedece a la superstición moderna de que todo problema tiene solución.

El mal no tiene "solución". Siempre habrá seres humanos que elegirán el camino del asesinato y del robo. Una de las tesis centrales del progresismo es que la violencia tiene unas "causas" que es posible erradicar. Por ejemplo, eliminando la propiedad, se evitaría la mera posibilidad del robo. Eliminando la religión, acabaremos con el fanatismo. Eliminando la familia, acabaremos con no sé qué discriminaciones... Dando la independencia a los vascos, haremos que la existencia de ETA sea innecesaria.

Pues yo creo todo lo contrario. Aunque suene duro decirlo, creo que vale la pena afrontar que determinados problemas quizás no tienen solución, al menos durante un período inferior a la duración de nuestras vidas, y que es mejor enfrentarse al mal y a sus consecuencias que renunciar a valores superiores, como son la justicia, la dignidad de la vida humana o la unidad de España. Si los terroristas vuelven a matar será su decisión. La nuestra debe ser continuar persiguiéndolos allí donde se encuentren. Quizás los malos no nos dejen descansar, pero al menos que ellos tampoco lo hagan. Puede parecer una actitud moralista, y efectivamente lo es, pero no por ello es poco práctica, sino todo lo contrario. Decía Chesterton que "el idealismo sólo consiste en considerarlo todo en su esencia práctica." Solo si nuestros enemigos saben que no estamos dispuestos a ceder un milímetro, existe la posibilidad de que algún día se rindan.

"Ah, pero entonces esto quizás no terminará nunca", protestan algunos. Efectivamente, el mal, bajo una forma u otra no se terminará nunca, mientras exista el mundo. Solo la moderna superstición utópica ha podido convencer a muchos de que determinados males tienen que remediarse al precio que sea, aunque sea transformándolos en males de naturaleza distinta, cuando no peor -que en realidad es lo que suele ocurrir. España puede vivir sin una décima parte de su territorio (sumando la pérdida de Cataluña y País Vasco), y con una especie de Corea del Norte batasuna como vecino. Seguramente. También puede vivir luchando sin cuartel contra el terrorismo, por muy duro e insensible que suene a nuestros delicados oídos pacifistas. Yo elijo lo segundo, y creo que tú, Curro, en el fondo también, aunque quizás lo hayas olvidado por un momento. Un abrazo.

sábado, 22 de octubre de 2011

El comunicado conjunto Gobierno-ETA

Partamos de una consideración previa: Una organización terrorista no puede comunicar su disolución, porque si lo hace, es que todavía existe, y si ya está disuelta nadie puede hablar, en rigor, en su nombre. Mientras conserve una mínima capacidad criminal, ETA no se va a rendir sin condiciones. Bien mirado, y dejando de lado las consideraciones morales (que son precisamente las que por definición no tienen en cuenta los terroristas), sería del género tonto. ¿Por qué no utilizar la fuerza, o la amenaza de la fuerza, si con ello aún puedes obtener algo a cambio, y la moral es para ti un cuento de viejas? Por el contrario, suponiendo que ETA estuviera derrotada, con prácticamente todos sus miembros detenidos, encarcelados o muertos, un comunicado de abandono de la "actividad armada" sería en realidad un chiste, un acto superfluo.

Ningún comunicado de ETA puede tomarse en sí mismo como una buena noticia, porque lo único que realmente demuestra es que ETA sigue siendo una amenaza, cosa que por lo demás ya sabíamos. No es demasiado alivio que quien nos perdona la vida siga conservando las pistolas que le permiten cambiar de opinión en cualquier momento. Y máxime cuando la experiencia demuestra que ETA ya ha "abandonado" la lucha armada muchas veces antes, como el fumador que asegura que no tiene dificultad alguna en dejar el tabaco porque lo ha hecho ya en una docena de ocasiones.

La razón por la cual muchos han reaccionado alborozados ante el comunicado de ETA no es por el empleo de la palabra "definitivo", después de que en el pasado la organización criminal utilizara otros adjetivos, como "indefinido" o "permanente". En todos los casos, se sobreentiende la cláusula "hasta que deje de serlo." Es más, el comunicado no solo no muestra el menor arrepentimiento por el uso de la violencia (todo lo contrario, rinde homenaje a quienes la han utilizado), sino que abre la puerta a retomarla en caso de que los gobiernos español y francés no se avengan a solucionar el "conflicto" de acuerdo con las directrices etarras. Más que una declaración de paz, el breve comunicado de ETA es una clara amenaza dirigida, sobre todo, al gobierno que surgirá de las elecciones del 20-N.

En realidad, el comunicado no tendría el menor interés, sería uno más de tantos que demostraron ser un engaño, si no fuera por las declaraciones de Zapatero (pronunciadas una hora después de la escenificación de los encapuchados), seguido de las de Rubalcaba y de los titulares de las ediciones digital e impresa de El País y otros medios de la izquierda. Es cuando el gobierno y sus terminales mediáticas adoptan, con perfecta coordinación, una solemne perspectiva histórica, que el anuncio de ETA se convierte (o eso pretenden que creamos) en un anuncio de su final. "Durante muchos años... hemos sufrido y combatido el terror" (ZP); "[el anuncio] pone fin a décadas de acciones terroristas" (Rubalcaba); "la banda terrorista ETA pone fin a 43 años de terror" (El País) .

He dicho coordinación, y no me refiero solo a la del gobierno con sus medios afines, sino a la de todos ellos con la propia ETA. Solo las palabras del presidente del gobierno, del candidato socialista y de su periódico de campaña podían conferir al papelucho de los terroristas ya no credibilidad, sino una significación que por su mero contenido no se le puede atribuir. En ningún lugar dice que el "cese de la actividad armada" sea sin condiciones, en ninguna línea hay algún giro, alguna expresión que lo diferencie de otros comunicados anteriores. Incluso es más discreto que aquel de 1998 donde los encapuchados afirmaban que aquella "generación" no volvería a tomar las armas. A los cuatro meses se comprobó que las generaciones de las ratas se suceden con mucha mayor rapidez que las de los hombres.

Tenemos, pues un comunicado conjunto Gobierno-El País-ETA. Alguno añadirá también a la oposición. Desde luego, no envidio el papelón de Mariano Rajoy, pero creo que ha actuado con bastante inteligencia para eludir la entente izquierda-ETA. El líder del PP no puede regalarle al PSOE la campaña ideal, tiene que morderse la lengua y no expresar lo que pensamos muchos, empezando por la gran mayoría de sus votantes: que todo esto es una farsa repugnante, producto de la negociación política con ETA. Si ahora manifestara Rajoy algo así, la maquinaria socialista exultaría de felicidad. Estaría hasta el 20-N acusando a Rajoy de sabotear la "paz", de ser un miserable que se niega a reconocer el gran éxito del genial Rubalcaba. Emponzoñaría el ambiente hasta el delirio, con la entusiasta colaboración de los nacionalistas catalanes y vascos, a fin de evitar una mayoría absoluta del PP. Hace bien, pues, Rajoy, esquivando una trampa tan burda.

Lo importante aquí, lo que no hemos de perder de vista, son los objetivos de la izquierda y de los terroristas. Uno inmediato es insuflar unos cuantos votos a un PSOE en sus horas más bajas. Se nos venderá la "paz" como el gran logro de Zapatero y Rubalcaba. Otro es que el brazo político de los terroristas obtenga la mayor representación posible en el parlamento. Y el más vil de todos ellos es condicionar la política del partido que previsiblemente saldrá elegido en los comicios de noviembre.

Si ETA vuelve a cometer atentados bajo un gobierno del PP, no les quepa la menor duda de que oiremos a los miserables de siempre culpar de ello no a los que pegan tiros, ponen bombas o extorsionan, sino a "la derecha". Volverán los eternos tontos útiles, junto a los cínicos más redomados, a clamar por el "diálogo", y el jefe de Estado que nos ha tocado soportar volverá a pedir "la unidad de los demócratas", es decir, que la derecha le dé la razón a la izquierda y anuncie el cese definitivo de su actividad.

domingo, 16 de octubre de 2011

Manifestantes útiles

Quien va a una manifestación para oponerse al "sistema", para criticar el capitalismo y exigir "verdadera" democracia, y se sorprende de que se produzcan actos vandálicos, destrucción de mobiliario urbano y agresiones a la propiedad; quien se sorprende de encontrarse de repente en medio de una batalla campal entre los agitadores profesionales y la policía... definitivamente, tiene que ser un perfecto idiota. Y si además ha llevado a sus hijos pequeños a la manifestación, es un completo irresponsable.

Leyendo la crónica de El Mundo sobre los altercados en Roma, uno no puede evitar indignarse, pero de verdad, no como estos niños malcriados que exigen que los contribuyentes les sigamos costeando la regalada vida que han venido disfrutando hasta ahora. La corresponsal, Irene Hernández, chapotea en todos los tópicos buenistas: "la inmensa mayoría de las cerca de 150.000 personas que participaron en manifestación de los indignados (...) lo hicieron de manera pacífica"; los estragos solo son atribuibles a "un pequeño grupo de unos 300 vándalos. (...) El ambiente era de protesta, sí, pero festivo." Conmovedor.

Claro que había "un siniestro grupo de unos 50 tipos (...) vestidos de los pies a la cabeza de negro, varios con la cabeza cubierta con cascos de moto, otros con gafas de sol con cristales negros. Todos con el rostro indefectiblemente cubiertos." Fueron estos sujetos quienes empezaron a saquear un supermercado, para proseguir luego la violencia con rotura de escaparates, incendios de coches, profanación de iglesias (estos debían ser españoles, seguro) y ataques brutales a la policía, poniendo en riesgo las vidas de al menos dos agentes que, por poco, escaparon de un furgón en llamas. Según el alcalde de Roma, se trataría de miembros de "grupos bien organizados que se han infiltrado en la manifestación". ¡No me diga! Así que no fueron pacíficos padres de familia quienes destrozaron todo a su paso... Vaya, vaya.

Quién lo duda, la mayoría de los manifestantes eran gente candorosa y pacífica. Pero en su candor y su mansedumbre, una y otra vez, sistemáticamente, se dejan utilizar por los agitadores profesionales, tanto en las manifestaciones antiglobalización como en las del movimiento del 15-M, tan parecidas. Son los tontos útiles de la extrema izquierda, los que luego lloran ("¡pero si yo no he hecho nada malo!") cuando les cae algún porrazo en una carga policial; son los panolis que se tropiezan con los cordones de las zapatillas cuando hay que echarse a correr frente a los antidisturbios, como los típicos americanos que todos los años van a los sanfermines a jugar a ser Hemingway y un toro acaba revolcando por el suelo: Por gilipollas.

¿Cuándo se enterarán algunos de que ir a una manifestación contra el capitalismo, y contra la actual democracia representativa, no es ningún juego? Es peligroso, y no solo porque es la ocasión que están esperando los extremistas para incendiar las calles, sino porque en sí misma, la ideología que subyace a estas propuestas buenistas, es siempre la justificación de toda dictadura. En los lemas de apariencia naif de las pancartas se apuntan medidas que, de traducirse a la práctica, destruirían libertades esenciales de nuestra civilización. Uno no puede sencillamente apuntarse a una manifestación antisistema y no hacerse responsable de las consecuencias de esa manifestación, simplemente por el procedimiento de declararse retóricamente en contra de la violencia. Uno no puede jugar a la revolución y luego lamentar que se rompan cristales y cosas peores.

Nadie niega el derecho a la manifestación. Pero también existe el deber moral de elegir a qué manifestaciones se va. Si aquí en España no ha ocurrido lo mismo que en Italia posiblemente sea porque todavía no gobierna la derecha. Después del 20-N, veremos cómo se ponen las cosas. Y quien acuda a las manifestaciones que entonces se convoquen, por favor, que no nos venga con el cuento de sus tiernas intenciones, que ya somos mayores de edad. Si vas a una discoteca y le sonríes a la novia de un macarra, luego no te quejes si te rompen esa cara de buen chico. ¿O nunca te dio ningún consejo tu padre?

Comer o votar

Esteban González Pons es uno de los políticos españoles que menos me desagrada escuchar. Ahora ha escrito un libro de tipo autobiográfico, del que el periódico El Mundo ofrece algunos pasajes no exentos de brillantez. Afirma por ejemplo que es normal desconfiar de la clase política, que lo preocupante sería que admiráramos a políticos, y no a científicos, poetas o misioneros. Muy bien dicho. Pero como si González Pons quisiera ilustrarnos con su propia persona la razón por la que él y sus colegas no son muy admirables, poco después nos regala con un enunciado de esos que le dejan a uno tieso. Tras definirse como liberal, aclara: "Capitalismo y liberalismo no son lo mismo, uno y otro se necesitan y se implican, pero también se amenazan mutuamente." Hasta aquí, puedo estar bastante de acuerdo. Incluso en Adam Smith podríamos encontrar alguna advertencia que aparentemente va en este sentido. Pero entonces González Pons va y suelta esta perla: "A mí me parece más importante la democracia que el comercio. Anterior incluso, añadiría yo."

Esto sonará muy bien a mucha gente, sobre todo a ese potencial votante de ideas poco definidas que nunca se ha cuestionado que eso del "neoliberalismo" debe ser una cosa muy mala, aunque exactamente no sepa en qué consiste. Pero no deja de ser una completa mentecatez. Incluso el demócrata más convencido debería reconocer algo tan simple como que sin democracia la civilización puede existir, pero no sin comercio. Desde el neolítico, y probablemente desde antes, no ha existido ninguna sociedad humana que no haya conocido alguna forma más o menos rudimentaria de intercambio económico. Los arqueólogos han descubierto objetos manufacturados (de piedra, hueso, cerámica, etc) a miles de kilómetros de sus lugares de producción, datables en períodos de hace miles de años. Si por arte de magia todo el comercio mundial y local se interrumpiera mañana, la mayor parte de la humanidad perecería de hambre en cuestión de meses. La democracia, qué duda cabe, es el mejor sistema político que se ha inventado, con todos sus defectos. Pero, pese a todo, sin democracia se puede vivir.

No se trata de si es más importante la democracia o el comercio, es que son cosas distintas que no tiene sentido tratar de situar relativamente en una misma escala de valoración. Nadie se pregunta normalmente si prefiere un libro de poesía o unos zapatos. Puede perfectamente querer ambas cosas, pero si es invierno y tiene muy poco dinero, deberá elegir estos últimos. ¿A santo de qué viene entonces esta comparación absurda entre el comercio y la democracia? No hay duda: Existe en todos nosotros un viejo prejuicio contra el comercio, que tiene su origen seguramente en la herencia genética recibida de nuestros antepasados cazadores y recolectores, cuya actividad mercantil dentro de la horda debía ser muy reducida. Y los políticos, a fin de cuentas, son especialistas en pulsar nuestros más íntimos resortes emocionales, sin que para ello les preocupe soltar verdaderas gansadas.

sábado, 15 de octubre de 2011

La mentira de la paz

El lunes empieza en San Sebastián, ciudad gobernada por el brazo político de ETA, la llamada "Conferencia Internacional para promover la resolución del conflicto en el País Vasco". Por supuesto, en el País Vasco no hay ningún conflicto, en el sentido de las dos primeras acepciones del diccionario de la Real Academia. No existe ningún "combate", "lucha" o "pelea", ni ningún "enfrentamiento armado". Lo que ha ocurrido en las últimas décadas es que una organización criminal ha asesinado a policías, militares, políticos, jueces, periodistas y a personas que pasaban por ahí, incluidos niños. Y ha extorsionado a empresarios y ha coaccionado a los ciudadanos, impidiéndoles el ejercicio de sus libertades. Las víctimas de ETA, por su parte, siempre han renunciado a cualquier tentación de venganza. Los GAL fueron una creación de los servicios secretos, sin vinculación con la sociedad civil, que en ningún momento llegaron remotamente a convertir la situación en un conflicto entre dos bandos más o menos equiparables. Basta comparar las cifras de víctimas de la violencia de ETA con las de los GAL.

Incluso aunque se tratara de un conflicto (que no lo es), esto no significa que una posición equidistante fuera moralmente aceptable. No todos los conflictos son iguales. El conflicto entre los aliados y los nazis no se hubiera podido resolver, de manera decente, en una mesa de negociaciones. Hay conflictos en los que la única opción compatible con la moral, con la justicia y con las libertades es que uno de los dos bandos se rinda incondicionalmente, en que haya vencedores y vencidos. A nadie se le ocurre que el gobierno italiano tenga que negociar con la Cosa Nostra para resolver el "conflicto" (si es que fuera válido llamarlo así, que tampoco lo es) en Sicilia.

Pese a ello, los terroristas y sus cómplices siempre han visto, con razón, favorable a sus intereses el lenguaje bélico, la terminología político-militar. Porque efectivamente existen conflictos que solo pueden resolverse aceptablemente mediante el diálogo, como era quizás el caso de Irlanda del Norte, con dos comunidades enfrentadas que mutuamente se infligían violencia, en una espiral demencial de venganzas. Puesto que en el País Vasco no existe nada parecido, los simpatizantes de ETA convierten la política penitenciaria de dispersión de presos, así como los casos de supuestos abusos policiales, en una forma de violencia que justifica o relativiza la ejercida por los terroristas. Es como si una banda de atracadores de bancos declarara que continuará con sus "acciones" mientras la policía no respete los derechos de los detenidos. Incluso aunque fueran ciertas esas violaciones de derechos, eso no legitimaría, no explicaría un solo robo, ni antes ni después de la supuesta violencia policial. A no ser, claro, que partamos de una ideología marxista-leninista que considere la propiedad privada ya en sí misma como una forma de violencia. Que, con el ingrediente añadido nacionalista, es exactamente lo que hace ETA.

Si el lenguaje del conflicto ha sido siempre concienzudamente utilizado por ETA y su entorno, en los últimos años y meses cabe decir que los esfuerzos propagandísticos por hacer que cale esta concepción entre la opinión pública se han multiplicado, con la inestimable ayuda del gobierno socialista, y de medios de comunicación públicos, como TV3. Ejemplo de esto último es el documental de Gorka Espiau, "Lluvia seca. Los mediadores internacionales en el País Vasco", que fue emitido por el canal autonómico catalán el pasado mes de febrero, y que el entorno batasuno hace todo lo posible por difundir en colegios, asociaciones de vecinos y "cine-fórums". (Aquí puede verse la versión original completa, en catalán.)

Se trata de un vídeo interesante porque muestra, involuntariamente, pero con claridad, la postura de los llamados mediadores internacionales, como el abogado sudafricano de izquierdas Brian Currin, que no solo asumen la tesis del conflicto como punto de partida, sino que no ocultan su mayor proximidad a una de las partes, por supuesto la de los etarras. (Currin, menudo jeta, asume incluso la terminología de "presos políticos".) En una calculada introducción melodramática, el vídeo nos revela que el sudafricano había recibido una carta amenazadora con el anagrama de ETA, cuya autenticidad fue semanas después desmentida por la organización terrorista, animándole a proseguir con su labor mediadora. Moraleja: ¡Qué majos que son estos etarras, y qué malos son estos servicios secretos españoles que tratan de sabotear la paz con cartas falsas! Por lo demás, por si quedara alguna duda, un dirigente batasuno histórico, Rufi Etxebarria, reconoce que él y los suyos han recibido cursillos de negociación de estos mediadores, tan imparciales que asesoran a una de las partes.

En toda esta estrategia de los terroristas subyace la mentira pacifista, la patraña según la cual la paz es preferible a la libertad, o dicho de otro modo, que la libertad es gratuita. No es así, la libertad tiene un precio, y es que quienes la amenazan, sean delincuentes o sean ejércitos extranjeros, se vean disuadidos de ello por la amenaza de la fuerza, y en caso necesario, detenidos y derrotados por el uso de la fuerza. Un pueblo que prefiere que los terroristas gobiernen, con tal de que dejen de colocar bombas, ha perdido toda noción de dignidad, y será en consecuencia pasto de la tiranía. Los socialistas llegaron al poder gracias a un atentado terrorista y, siete años después, siguen especulando con el comunicado de una organización terrorista para agarrarse a la última esperanza que les queda de no sufrir una aplastante derrota electoral. Es lo mínimo que se merecen. Que se metan ellos y los etarras su paz donde les quepa.

miércoles, 12 de octubre de 2011

El éxito cultural de la izquierda

Gobierne quien gobierne, la ideología hoy dominante en la civilización occidental es la llamada corrección política (CP), que algunos autores califican como "marxismo cultural". Según William S. Lind, esta ideología, más allá del estrecho punto de vista económico de Marx y Engels, sostiene que toda la historia está determinada por relaciones de poder, entre grupos definidos por la raza, el sexo, etc. (The Origins of Political Correctness. Ver también "Political Correctness": A Short History of an Ideology.)

El problema de la CP es que es manifiestamente falsa. En la vida no todo se reduce a relaciones de poder, existen otros factores, y más importantes, además de la real o supuesta dominación de unos grupos sobre otros. Pero lo fundamental es captar el objetivo de la CP. Al afirmar que la dominación es  algo omnipresente, mejor dicho, que es la esencia de la realidad social, estamos favoreciendo la concentración del poder político desmedido, desviando nuestra atención desde él hacia las reales o supuestas formas históricas de opresión sobre los obreros, las mujeres, los homosexuales, los negros, las otras culturas, e incluso la naturaleza. El Estado se presenta como el justiciero, y a sus críticos como malvados machistas, racistas, fascistas, etc, que se oponen a su poder no por amor a la libertad, sino con el único fin de preservar un statu quo que les beneficia.

La CP se contradice con la realidad de las cosas, razón por la cual tiene que acabar prohibiendo la realidad, esto es, el pensamiento libre. Este fenómeno ha alcanzado ya en Occidente un grado preocupante, pero la contestación social es muy débil. La gente parece resignada ante los ridículos giros lingüísticos que gradualmente va imponiendo la CP, como si se tratase de una mera cuestión de palabras. Pero lo que están en juego son nuestras libertades. Cualquier persona que en determinados contextos ose contradecir la ideología de género o el multiculturalismo, puede llegar a recibir incluso sanciones penales, por no hablar del ostracismo social o laboral al que se arriesga. So pretexto de proteger a unas minorías definidas como víctimas, en Europa y América vuelven a existir delitos de opinión. Podemos reírnos de las cursilerías del lenguaje políticamente correcto, pero como señala el citado W. S. Lind, no se trata de ninguna broma.

Tanto los comunistas como los nazis veían el mundo como una eterna lucha por la supremacía de una clase social, o de una raza, sobre otra. Nuestros actuales izquierdistas, herederos directos de aquellos totalitarismos, siguen percibiendo la existencia como una lucha histórica entre grupos. Su objetivo es el mismo, transformar la sociedad para instaurar un Estado de poder ilimitado, cuya justificación se halla en una quimérica resolución de todos los conflictos. La diferencia entre los totalitarismos del siglo XX y el actual es que este último es generalmente mucho más precavido, y tiende a evitar cuidadosamente defender explícitamente la dictadura. Todo lo contrario, pretende ser el más acendrado defensor de la democracia y la libertad. Pero tampoco se trata de una diferencia radical, porque también los comunistas sabían jugar muy bien al despiste en este terreno, presentándose como adalides de la democracia, por ejemplo en la guerra civil española. Y al revés, a nuestro "totalitarismo blando" también se le escapan, ocasionalmente, significativas defensas explícitas de un gobierno autoritario, por ejemplo, para salvar al planeta del cambio climático.

La CP apunta contra el mercado libre, contra la familia y contra el cristianismo. Trata de destruirlos porque son el obstáculo, el último reducto que impide que el poder del Estado sea total. Pero no puede atacarlos de manera frontal, porque entonces sus objetivos resultarían demasiado evidentes y generaría una fuerte resistencia social. Su técnica es el gota a gota cultural, ir poco a poco minando las creencias tradicionales, las redes mentales y materiales que permiten a los individuos vivir sin depender absolutamente del Estado. No dirán los "progresistas", como hacían no hace muchas décadas, que la familia es una institución opresiva, fuente de neurosis y traumas, sino que existen "otros modelos de familia". Y no utilizarán demasiado descaradamente los medios de propaganda del gobierno, sino que dejarán, tras décadas de control de la educación pública, que guionistas televisivos compongan comedias que reflejen de manera desenfadada y simpática esa "nueva realidad social". Existen muchas formas sutiles de reclutar propagandistas sin necesidad de tenerlos en la nómina de ningún departamento oficial de propaganda, sobre todo cuando el Estado controla el 40 % del PIB y goza de un amplio poder regulador sobre el resto, incluidos los medios de comunicación.

Mención especial merecen los nacionalismos irredentos (vasco, catalán, etc) que aunque históricamente tienen un origen distinto, han confluido actualmente con la ideología de la CP, asimilando sus técnicas y por supuesto sus objetivos. Los catalanes y vascos son victimizados como cualquier otro grupo (obreros, mujeres, etc) y partiendo de esta distorsión de la historia, se pretende justificar con ello la creación de unos nuevos Estados caracterizados, no solo por disponer de un territorio propio desgajado de una unidad mayor, sino por sus métodos totalitarios, de ingeniería social. La fusión de nacionalismo e izquierdismo (denominada por Miquel Porta Perales con la feliz expresión "nacionalprogresismo") es de una naturaleza letal, porque en él el odio a España (nación cuya historia va íntimamente ligada a la del catolicismo) y el odio a todo lo tradicional adquieren su grado máximo de coherencia, hasta convertirse en un artefacto ideológico compacto, sin fisuras.

Los gobiernos nominalmente conservadores o liberales hacen bien poco para revertir esta situación, lo cual no significa que no sean preferibles. Solo existe verdadera esperanza si no damos por perdida la diaria batalla de las ideas; y es un error exigir que esa batalla sea liderada por los partidos políticos. Quienes desaconsejan el voto al PP por no asumir este papel, aunque tengan parte de razón, incurren en el fondo en un cierto contrasentido. No podemos defender la preeminencia de la sociedad civil sobre el Estado y al mismo tiempo esperar a que aparezca un determinado partido gobernante que nos lo resuelva todo. La sociedad debe exigir a los políticos lo que estime oportuno. Y una forma inteligente de hacerlo es elegir a aquellos que, previsiblemente, atenderán mejor sus demandas, no esperar a que aparezca un líder carismático que las haga innecesarias porque se halle identificado (¿cómo? ¿místicamente?) con ellas. El PP no tendrá acaso en su programa, por ejemplo, privatizar la televisión estatal, pero ¿a quién prefiere usted en el gobierno para exigírselo, a Rubalcaba o a Rajoy?

Por supuesto, la batalla cultural es una lucha desigual, porque la izquierda controla hace tiempo buena parte de los medios de comunicación, así como de la educación, en todos los niveles. Pero existen think tanks liberales y conservadores, editores y medios valientes, y todo el movimiento de ideas que permite internet, uno de los inventos más imprevistos de la historia, con el cual no contaban los antecesores de nuestros progres, los Marx, Gramsci o Marcuse. A diferencia de lo que propugnan las visiones deterministas de la historia, nada está escrito, no existe una ley inflexible por la cual la civilización tienda de manera progresiva a convertir la sociedad humana en una sociedad de insectos. El ser humano por naturaleza se mueve en función de ideas de tipo religioso, filosófico, científico, político o técnico. Las ideas tienen un influencia enorme en la vida y en la historia. La izquierda, aunque en ocasiones lo niegue, y hable de ciegas fuerzas impersonales, actúa sabiéndolo perfectamente. Aprendamos de su éxito para combatirla.

domingo, 9 de octubre de 2011

Mercado y democracia

"Programa, programa, programa", era la conocida cantinela de Julio Anguita cada vez que alguien sugería la posibilidad de pactos con los comunistas. Su postura era a menudo elogiada como un ejemplo de incorruptible coherencia, dejando entre paréntesis el pequeño detalle de en qué consistía el programa del señor Anguita: convertir a España en una dictadura de estilo soviético.

Ahora muchos, de manera más o menos severa, reprochan al PP que no dé a conocer todavía su programa electoral. Y no falta quien afirma que es de tontos apoyar a un partido cuyo programa no conocemos. A mí lo que me parece ingenuo es que, a estas alturas, haya quien necesite todavía que partidos como el PSOE, CiU o el PP presenten sus programas, como si no los conociéramos. Los primeros solo quieren aumentar el gasto público y, con él, la dependencia de los ciudadanos del Estado, destruyendo de paso los principios morales, con el mismo fin. Los segundos solo quieren seguir jugando a la independencia de Cataluña pero sin consumarla nunca del todo, para que España siga pagando. Y los terceros, en fin, como todos, aspiran al poder... pero da la casualidad de que para ello no tienen más remedio que apoyarse en lo más sano de la sociedad, en la gente que cree todavía en principios morales, en el valor del esfuerzo y el mérito, y en la libertad inalienable del individuo -no en las graciosas concesiones de gobernantes justicieros. Vale la pena sumarse a unos votantes así.

Existe una concepción ingenua de la democracia representativa según la cual esta debería basarse en una elección racional, profundamente meditada, de las diferentes opciones políticas. Es tan ingenua como aquella según la cual esto es lo que se produce en el mercado. Así, Jorge Valín, en el artículo antes enlazado, se pregunta: "¿Por qué el actor actúa racionalmente cuando “compra” o apuesta por un producto del libre mercado y hace todo lo contrario cuando vota?" En realidad no existe tal contradicción, porque tampoco compramos de manera racional.

Las críticas contra la democracia  basadas en que la gente hace elecciones estúpidas pueden aplicarse perfectamente al mercado. La gente se gasta el dinero en seguir a su equipo de fútbol hasta Ucrania, y al mismo tiempo considera excesivamente caro un seguro médico. Pero estos no son argumentos contra la democracia ni contra el mercado, salvo para quienes se enrocan en una concepción angelical de la naturaleza humana. La democracia y el mercado son lo mejor que tenemos, partiendo del hecho incontrovertible de que no somos ángeles. Eso es lo que olvidan personas de ideas tan opuestas como Jorge Valín o Cayo Lara. Ambos coinciden en no entender no solo lo que aborrecen, sino incluso aquello (sea la democracia o el mercado) que pretenden defender. Hay idealizaciones que matan.

José Blanco tiene padres

Rubalcaba, en una demostración conmovedora de su tierna sensibilidad, nos ha descubierto que José Blanco (acusado por un empresario de haber recibido dinero a cambio de favores de la administración) tiene madre y padre. ¿Cómo puede haber alguien tan malvado que haga sufrir a la madre de Blanco difundiendo sospechas acerca de su honradez? Pues lo hay. La derecha está habitada por verdaderos monstruos, muchos de los cuales también pretenden (¡ja!) tener ascendientes aún vivos. Pero no nos van a engañar con sus trucos sentimentales, todo el mundo sabe que un derechista nace por generación espontánea, y que si por un error de la naturaleza adviniera al mundo mediante reproducción vivípara, sus propios progenitores renegarían despavoridos de él, abandonándolo en el primer portal.

Aparte de las ganas de vomitar que me produce escuchar a este sujeto (me refiero a Rubalcaba, por supuesto) hay algo en todo este asunto mucho más grave que la posibilidad de que un empresario pueda haber sobornado a unos políticos del PSOE, el BNG y el PP. Y es que los servicios de seguridad del Estado, una vez más, se hayan convertido en instrumentos al servicio del partido socialista, vigilando a la juez que investiga el caso y muy probablemente robando ordenadores para destruir pruebas, según informaciones que ayer aportaba Intereconomía TV. No hay duda: Nuestros actuales gobernantes (esperemos que por poco tiempo), además de padres biológicos, tienen un padre ideológico preclaro, llamado Dzerzhinski, el primer experto en "cloacas del Estado" (según la célebre expresión de Felipe González) que alumbró el siglo XX. El inventor de la Cheka podría estar orgulloso de Rubalcaba, el héroe del gobierno de los GAL, de la jornada de reflexión del 14-M y del Bar Faisán...
-¡Papá!
-¡Hijo!
Conmovedor.

domingo, 2 de octubre de 2011

La diferencia

El movimiento del 15-M, surgido de manera aparentemente espontánea pocos días antes de las últimas elecciones locales y autonómicas, tenía un mensaje central: Que los dos grandes partidos, PP y PSOE eran lo mismo, en esencia. Por supuesto, cabe recelar de la ecuanimidad de una afirmación que en la práctica perjudica mucho más a un partido que a otro. (En este caso, obviamente, era al PP, al que las encuestas daban una gran ventaja.) Por si alguien abrigaba alguna duda, las actuaciones del movimiento del 15-M en los meses posteriores (por ejemplo, en relación a la visita del papa) han demostrado que su carácter "transversal" era puro cebo para incautos. Son extrema izquierda, y por ello con muchas coincidencias con el zapaterismo: anticlericalismo (lo llaman laicismo), proabortismo, simpatías apenas encubiertas hacia la izquierda pro terrorista vasca, etc.

Esto no significa que la idea según la cual PP y PSOE son lo mismo sea exclusiva de la izquierda. En realidad, la sugieren también muchos opinadores de derechas, liberales o liberal-conservadores, con escaso sentido práctico. Una cosa es que acusemos a la derecha política de tibieza, de no poner suficiente empeño en la batalla ideológica. Y otra muy distinta es pretender que la derecha haga la campaña electoral que le gustaría a la izquierda. ¡No seamos ingenuos! Este domingo escuchaba a Luis del Pino en esRadio exigir a Mariano Rajoy que declare solemnemente que su gobierno no respetará ningún acuerdo con ETA obtenido con la participación de los llamados "mediadores internacionales" (en realidad, unos exterroristas que siguen viviendo del terrorismo, vía contribuyentes). Claro, para liberar a los socialistas de tener que hablar de economía, el tema que más daño les causa, solo falta que Rajoy diga algo tan innecesario como que ningún gobierno entrante tiene la menor obligación moral, política ni jurídica de respetar acuerdos de un gobierno saliente con un grupo criminal, con o sin unos mediadores que solo se representan a sí mismos y a sus cuentas corrientes.

Lo mismo puede decirse de quienes reprochan al PP que no declare con sinceridad que habrá que hacer más recortes "sociales". Si alguien es tan pánfilo como para necesitar que le digan tal cosa, lo más probable es que también reaccionase votando a quien, por el contrario, le dijera lo que quiere oír, es decir, a Rubalcaba. El PP ya está hablando claramente en los gobiernos autónomos donde gobierna desde el pasado 22 de mayo: Con lo hechos. No hay ninguna necesidad de que se ate ninguna otra piedra al cuello para ayudar al PSOE a reducir la distancia a la que se encuentra del previsible ganador, según todas las encuestas.

Más grave es cuando esos mismos opinadores, supuestamente encuadrados en la derecha liberal, comparan a los dos grandes partidos políticos españoles partiendo de concepciones que en realidad son de izquierdas. Y pongo como ejemplo de nuevo a Luis del Pino, periodista al que aprecio mucho, pero que a veces, cuando se equivoca, lo hace con todo el equipo. En su editorial del programa "Sin complejos" del sábado, se mostraba preocupado por la coincidencia de los discursos de Esperanza Aguirre y José Bono en la presentación del último libro de Pedro J. Ramírez, sobre la revolución francesa. Ambos políticos alertaban, al parecer, sobre los peligros de quienes tratan de aprovecharse del descontento popular para erosionar las democracias. Dice Del Pino:

"Y ver a aquellos dos presentadores del libro de Pedro J. advertir insistentemente sobre los peligros de las revueltas callejeras, en lugar de reclamar las reformas necesarias para que esas revueltas no sean posibles, me convenció de que no hay, realmente, nada que hacer: los acontecimientos seguirán su curso de forma cada vez menos controlada. Y en lugar de una reforma que evite los sufrimientos, acabaremos por tener un estallido, que los exacerbará."

Se entrega entonces nuestro analista a una fatalista concepción de la historia según la cual, aunque Robespierre, Marat o Danton no hubieran existido, los acontecimientos hubieran seguido el mismo curso, porque todo se cifra en que había grandes injusticias que están allí solo para que el primer demagogo sin escrúpulos sepa explotarlas.

Estoy rotundamente en desacuerdo con esta concepción materialista de la historia, afín al marxismo. Descontento social lo ha habido en todas las épocas y latitudes. En ocasiones estalla y conduce a golpes de Estado o cambios de régimen. ¿Por qué unas veces ocurre y otras no? Pues precisamente porque a veces aparece un Robespierre, un Lenin o un Hitler. Esa es la diferencia crucial, he ahí la importancia capital de los individuos, para bien y para mal. Por tanto, cuando Esperanza Aguirre alerta contra las tentaciones de la demagogia, tiene toda la razón del mundo, no está en ninguna torre de marfil, insensible a las dificultades de la gente. Que José Bono, con su habilidad para adaptarse a los auditorios y hacer guiños a la derecha sociológica más tontaina, pueda coincidir en el mismo discurso, tampoco debería llamarnos especialmente la atención.

Y sí, hay también una diferencia capital entre el PP y el PSOE. Uno dice que va a subir los impuestos al alcohol y al tabaco para financiar la sanidad. El otro anuncia que deducirá 3.000 euros a los autónomos que contraten a su primer empleado. Uno busca de dónde sacar más dinero a los contribuyentes, en una cerril visión de suma cero. (Hace falta dinero: hay que quitárselo a alguien.) Otro se orienta a crear empleo, es decir, a que se cree más riqueza real. (Hace falta dinero: debemos trabajar más.) Uno se empeña en seguir repartiendo miseria y dependencia del Estado. El otro aspira a que los individuos prosperen y se ganen por sí mismos el bienestar. No es lo mismo, sino más bien todo lo contrario.