domingo, 18 de septiembre de 2011

Una explicación más profunda

La enfermedad profesional del corresponsal de guerra, ya lo sabíamos, es el antiamericanismo. Un ejemplo prototípico es Mercedes Cabrera, cronista de la guerra de Irak, a la que el malvado ejército yanqui permitió sin embargo ir “empotrada”, como se dice en el argot, en sus filas. En uno de sus textos, la periodista de Vocento llegaba a comparar las víctimas del 11-S con las víctimas civiles de esa guerra. Es decir, implícitamente equiparaba el terrorismo con una intervención militar, que es exactamente como quieren que lo veamos los terroristas. Mucha gente, manipulada y agitada por la propaganda izquierdosa, interpretaría poco después del mismo modo los atentados de Madrid. Dijeron que el gobierno de Aznar mintió sobre su autoría, pero si no hubieran pensado, insinuado –y hasta enunciado crudamente– que el 11-M fue un acto de guerra, no hubieran exigido a ninguna administración que resolviera el caso antes de 24 horas, ni la SER se hubiera atrevido a inventarse la falsa noticia de los terroristas suicidas. El mensaje de la chusma izquierdista era evidente: “¿Veis lo que nos ha pasado por la estúpida guerra de Bush y Aznar?” Que es algo así como si alguien dijera, ante un atentado de ETA: “¿Veis lo que pasa por no respetar el derecho de autodeterminación de los vascos?”

El pasado 13 de setiembre leí un artículo especialmente deleznable de Cabrera en el Diari de Tarragona. Puede leerse también aquí. Se titula “La generación de la venganza”, y en él, de un modo miserable, se ridiculiza a todos aquellos ciudadanos norteamericanos (y a los que no lo somos) que se alegraron de la muerte (“asesinato”, dice nuestra puntillosa corresponsal) de Bin Laden. En su crónica, la sectaria periodista contrapone a dos jóvenes que eran unos niños cuando los islamistas perpetraron el mayor atentado terrorista de la historia. Uno, cuyo padre murió en el World Trade Center, al hacerse un adolescente no se conformó con la explicación “muy simplista” según la cual “hombres malos de otro país [vinieron] a atacarnos porque les molesta nuestra libertad y nuestra democracia”. Su ilusión ahora es entrar en la política “para acabar con la guerra de Afganistán y dar seguro médico a todo el país”. El otro, algo mayor (tenía 15 años el 11-S), declara que al ver por primera vez la imagen de Bin Laden “supe que mi vida no tendría sentido hasta que lo matáramos”; después acabaría ingresando en los marines.

No hace falta decir hacia quién van las simpatías de Mercedes Cabrera. El segundo le parece una víctima de la propaganda de la guerra contra el terrorismo iniciada por Bush hace diez años. Su predilecto, en cambio, posiblemente acabará perteneciendo a ese 80 % de estudiantes de las “escuelas de élite socioeconómica e intelectual” que, según una encuesta, miran por encima del hombro al norteamericano medio que salió a la calle a celebrar la muerte de Bin Laden, gritando “¡U-S-A, U-S-A!”, qué vulgaridad.

Es definitorio el empeño del artículo por desacreditar como simplista y propagandística la interpretación del 11-S como un crimen, un acto cometido por “hombres malos” que odian la libertad y la democracia occidental: “Tiene que haber algo más, (...) una explicación más profunda.” ¿Cuál es esa explicación más profunda que reclama la autora? Pues posiblemente algo tan sofisticado como que los Estados Unidos son una potencia imperialista que oprime y explota a los parias de la tierra...

Todo indica que aquellos que con cierto complejo de superioridad creen estar en posesión de una visión profunda de las cosas, en realidad son presas de una grosera superstición materialista, por la cual las ideas y creencias son un mero decorado de relaciones de dominación. El éxito de esta teoría, que Karl Marx elevó a su formulación más brillante, se debe en el fondo a no otra cosa que a su irresistible... simplicidad. Es sin duda muy tentador un juguete intelectual que sirve para explicarlo todo y que permite identificar sin vacilación a los buenos y a los malos, precisamente aquello de lo que se burlan todas las Mercedes progres de este mundo. La derecha defiende a los fuertes y la izquierda a los débiles. La historia es una lucha constante de los segundos (obreros, mujeres, inmigrantes, palestinos, gays y repartidores de pizzas) contra los primeros. La guerra civil española fue un conflicto entre demócratas y fascistas. El PP defiende a los ricos y el PSOE a los pobres. Profundidades insondables, que solo la élite intelectual alcanza a vislumbrar.