sábado, 14 de mayo de 2011

Libertad infinita (1)

Según explicó Norberto Bobbio en su libro Derecha e izquierda, la derecha prima la libertad sobre la igualdad, mientras que la izquierda procede al revés. Pero aunque Bobbio era un pensador de izquierdas, la inmensa mayoría de sus correligionarios pensarán que eso sería conceder demasiado. Ellos dirían que la izquierda defiende los valores de la libertad y la igualdad, mientras que la derecha es el autoritarismo y la desigualdad. Cualquier otro análisis más ponderado les viene a chafar su historieta preferida de buenos y malos, débiles y poderosos, ricos y pobres.

Por si alguien pensara que yo también incurro en una caricatura de la izquierda, vean el vídeo de esta entrevista a José Luis Sampedro (minutos 33:30 a 47:24) si es que son capaces de soportar durante casi un cuarto de hora una mera sucesión de los tópicos más sonrojantemente simples y vacíos. (Lo que no es óbice para que se eche un capote a la política de recortes presupuestarios de Zapatero: Podría servir perfectamente como spot para la campaña electoral del PSOE.)

Vean también con qué fidelidad resume Enrique Gil Calvo, sociólogo de guardia de El País, la idea de Bobbio:

“Como resulta notorio y recordó hace algún tiempo Norberto Bobbio, la principal frontera ideológica entre derecha e izquierda es precisamente la actitud ante la igualdad social y económica: la izquierda apuesta por garantizar la igualdad de oportunidades mientras la derecha opta por favorecer la desigualdad de retribuciones como palanca de creación de riqueza.”

De libertad, sencillamente ni habla. Debe ser que leyó a Bobbio en diagonal. Por lo demás, todo el artículo es un repertorio de falacias y medias verdades escasamente originales. Bien es cierto que para la izquierda, la libertad se identifica prácticamente con el nivel de renta, y también con la ausencia de normas. Para ella, libertad no es actuar sin interferencias arbitrarias, sino poder hacer cosas: Cuantas más, más libertad. En este sentido, un rico tiene más libertad que un pobre, porque puede permitirse el hotel de cinco estrellas, o mandar a estudiar al hijo a Estados Unidos, mientras que el pobre se tiene que conformar con un hotelucho, o ninguno, y enviar a su hijo a la escuela pública del barrio. Y también es más libre la mujer que puede abortar, la persona que puede prestar asistencia a un suicida o, en el futuro, la sociedad que pueda clonar seres humanos sin trabas religiosas o morales.

El problema de este concepto de libertad es que siempre habrá infinitas cosas que no podemos hacer. La libertad sería algo que se incrementa con el progreso (“extensión de derechos”), asociado tanto con la innovación tecnológica (particularmente la biomédica) como con la erradicación de los “prejuicios”. Pero el ser humano por definición está limitado, nunca tendrá un poder infinito. De ahí que toda libertad, así entendida, sería relativa. Y también que existirían muchos tipos de libertad, según se valore más poder hacer unas cosas u otras. Habrá quien dirá que expresar opiniones críticas contra el gobierno, o tener acceso a la propiedad privada, es menos importante que la educación o la sanidad gratuitas. De aquí a justificar regímenes dictatoriales como el cubano (y siendo extraordinariamente generosos con la ínfima calidad de sus servicios públicos) no hay más que un paso, que muchos efectivamente dan. El concepto izquierdista de libertad no permite en realidad medirla con arreglo a una escala lineal, de ahí que fácilmente caiga en relativizar las violaciones de los derechos humanos. Es capaz de poner en un mismo plano las dificultades de llegar a fin de mes que padecen muchas personas en los países desarrollados, y la represión política que se produce en otros lugares del mundo, con frecuencia en nombre de ideas de izquierdas.

Sería entrar en un debate bizantino tratar de determinar si es más grave la pobreza o la falta de libertades políticas. La cuestión es que se trata de cosas distintas, cuyas causas a menudo no tienen nada que ver, si bien es cierto que la opresión estatal favorece mucho más la pobreza que no la prosperidad. Los izquierdistas, sin embargo, partiendo de su concepto de libertad, sistemáticamente confunden una cosa con otra. Para ellos, la pobreza es siempre, por definición, una forma de opresión. Por eso Sampedro, en el vídeo enlazado, habla de los poderes económicos que “nos oprimen con la bota”, metáfora que sería más apropiada para referirse a una dictadura militar.

El concepto de libertad de la derecha (en la medida en que no está contaminada por el concepto anteriormente expuesto, cosa desgraciadamente muy corriente) se basa no en la idea de poder, sino en la de elección. Somos libres cuando podemos elegir entre más de una opción. La libertad no se mide por el número de opciones, sino por el grado de interferencias arbitrarias, originadas en la voluntad de un tercero, que obstaculicen nuestra elección. Podemos ser plenamente libres aunque pobres, y esclavos aunque ricos. Esto no debe confundirse con el concepto estoico de “libertad interior”. Hablamos de nuestras acciones, no meramente de nuestros pensamientos. La libertad absoluta es inimaginable en el sentido izquierdista, porque no podemos tener un poder infinito. Siempre, sea cual sea el grado de avance tecnológico, habrá infinitas cosas que no podremos hacer. De hecho, los “progresistas”, ya antes de entrar en ensoñaciones utópicas, a menudo nos lo recuerdan, cuando condenan el “liberalismo salvaje” y demandan mayores regulaciones.

[Ver 2 y última.]