martes, 21 de diciembre de 2010

Por qué no soy ateo

Barcepundit nos llama la atención sobre un artículo titulado "Por qué soy ateo", de Ricky Gervais. Aunque no se trate del ensayo de un gran pensador, con su tono personal seguramente capta lo esencial de la actitud atea. Gervais dice que son los creyentes quienes deberían explicar por qué creen en Dios. Creo que este es el argumento fundamental del ateísmo contemporáneo, más que las disquisiciones de tipo materialista, aunque éstas se sigan repitiendo. El segundo argumento es que no necesitamos a Dios para que la vida tenga sentido: "La imaginación, el libre albedrío, el amor, el humor, la diversión, la música, los deportes, la cerveza y la pizza son razones bastante buenas para vivir." Esto me recuerda a Hannah y sus hermanas, una de mis películas preferidas, donde un Woody Allen abrumado por la duda existencial descubre el sentido de la vida viendo una película de los hermanos Marx. El tercer argumento típico, en el que no entra Gervais, es que un Dios infinitamente bueno y sabio no habría consentido la existencia del sufrimiento.

Cuando yo tenía trece o catorce años dejé de creer en Dios. Aunque se trató de un proceso gradual, lo que definitivamente me hizo perder la fe fue, irónicamente, la lectura de un libro de religión que tuve en el bachillerato. Este libro de texto, con gran honradez, explicaba las teorías de los principales pensadores ateos, naturalmente para intentar refutarlas. Pero a mí me impresionaron más los argumentos a favor del ateísmo que no sus refutaciones. Especialmente, me fascinaron las ideas de Freud sobre la religión. (Por entonces yo pensaba que el psicoanálisis era una ciencia.)

Pese a mi simpatía por el cristianismo, nunca recuperé la fe religiosa plena. Pero hoy ya no creo en absoluto que el ateísmo sea algo evidente. No estoy convencido de que Dios exista, pero cada vez me parece una hipótesis más seria. Y sobre todo, no creo que podamos prescindir tan fácilmente de lo trascendente como aseguran alegremente los ateos.

El argumento del dolor, que antes me impresionaba vivamente, ahora me parece el menos importante. Creo que surge de una limitación de la mente humana. Pensamos que podría existir un universo con la maravillosa complejidad del que conocemos, y en el que existieran todas las formas de felicidad que enumera Gervais (desde el amor hasta la pizza), pero desprovisto de cualquier sombra, de la mera noción del dolor. Sospecho que eso es imposible lógicamente, e incluso Dios debe atenerse a la lógica.

Pero vayamos al primer argumento de Gervais. Dice que la carga de la prueba recae en los creyentes, no en los ateos. Puedo estar de acuerdo en esto, respecto de los dogmas cristianos. Lo normal es que cuando nos dicen que Jesús resucitó, nos resulte difícil creerlo. Los propios Evangelios admiten que la fe es algo digno de admiración, y por tanto, implícitamente reconocen que el escepticismo es la actitud natural, en principio. Ahora bien, si nos limitamos al concepto de Dios, no es en absoluto evidente que el ateísmo sea la actitud por defecto de una mente racional, la que no requiere justificación. Que los seres humanos no resucitan, es algo que viene avalado por la experiencia. Pero afirmar que el universo existe por la voluntad de un Ser trascendente no es algo que choque con el conocimiento empírico, contra lo que muchos piensan.

Ya Lucrecio, hace dos mil años, observó que la naturaleza muestra una majestuosa indiferencia ante la existencia del hombre, lo cual apuntaría a que no existe un designio divino. Sin embargo, algunos físicos contemporáneos vienen debatiendo hace años sobre el "ajuste fino". Resulta que por alguna feliz casualidad (?) las leyes y las constantes físicas que rigen este universo están milimétricamente ajustadas de manera que permiten la existencia de vida inteligente. Una pequeñísima variación en algunas de las constantes o ecuaciones fundamentales hubiera producido un universo muy diferente del que conocemos, con toda probabilidad completamente inhóspito para cualquier forma compleja de inteligencia como nosotros.

Para eludir las implicaciones trascendentes del ajuste fino, los científicos ateos o agnósticos suelen tomar dos caminos distintos. O bien especulan sobre la existencia de infinitos universos con leyes distintas (con lo cual el nuestro dejaría de ser una singular coincidencia) o bien se refugian en un positivismo esterilizador, según el cual la ciencia debe limitarse a plantearse interrogantes del tipo cómo, no del tipo por qué. Tengo para mí que esta clase de positivistas, en tiempos de Newton hubieran dicho que la manzana cae del árbol porque sí, y no hay más que hablar. En cuanto a quienes hablan de infinitos universos, en realidad están proponiendo la existencia de un multiuniverso, o metauniverso, ante el cual (suponiendo que se descubrieran indicios de su existencia, algo todavía lejano) seguiremos planteándonos lo mismo que Wheeler, el creador del concepto de "agujero negro": ¿Por qué estas ecuaciones y no otras? Y podemos añadir con Leibniz: ¿por qué algo en lugar de nada?

Si estas preguntas no son lícitas, ¿por qué debería serlo ninguna otra? Hume en el siglo XVIII observó para siempre que las leyes causales carecen por completo de la necesidad de las matemáticas. En el fondo, por muy sofisticada que sea nuestra ciencia, por mucho que hablemos de quarks, de supercuerdas o de la teoría que surja en el futuro, la ciencia es incapaz de demostrar formalmente que al fenómeno A debe seguir inexorablemente B. Al final, siempre nos topamos con un hecho bruto irreductible, unas pocas ecuaciones de las cuales se deduce desde la expansión del universo hasta el comportamiento de las moléculas del café que estoy tomando. Pero gracias a que los pensadores y científicos del pasado no se conformaron con sostener que no hay más que hechos brutos, sino que trataron siempre de encontrar relaciones más amplias, se produjo el magnífico progreso científico posterior. ¿Quién está capacitado para afirmar que ya no tiene sentido continuar preguntando?

El ateo es una persona que cree oscuramente que la ciencia ya ha dado todas las respuestas básicas posibles, salvo algunos detallejos menores, y que aquello que la ciencia no puede responder, tampoco merece la pena ser preguntado. El cientifismo ateo odia el misterio, es una especie de solipsismo que se niega a considerar la existencia de algo más allá de lo que es dable conocer. Lo cual es tan absurdo, y en el fondo tan anticientífico, como si los antiguos astrónomos hubieran desechado como sinsentidos las especulaciones sobre la materia de la que están compuestas las estrellas, por tratarse de cuestiones inaccesibles a la mente humana. Es como si hubieran dicho que la pregunta ¿de qué está hecha una estrella? es una aplicación improcedente del tipo de preguntas admisibles como ¿de qué está hecho el vino? Esto es exactamente lo que hace el positivismo de carácter sectario cuando rechaza la pregunta por la causa del universo, o la escamotea con subterfugios como la aparición del universo a partir de la nada cuántica (entonces, no puede ser una nada absoluta, si en ella rigen las leyes cuánticas).

El segundo argumento, el sentido de la vida. Va muy ligado al problema moral, al de por qué debo hacer esto y no lo otro. En resumen, un ateo es alguien que dice que él es una persona muy buena, que ni mata ni roba, e incluso se abstiene de fumar en el ascensor. ¡Habría que ver cuántos creyentes pueden presumir de lo mismo! De lo que se deduce que no existe ninguna incompatibilidad entre ateísmo y ética. El ateo es un buenista. Piensa que todo el mundo es tan bueno como él, que en realidad no hay malas personas, sino personas equivocadas, que desconocen que serían mucho más felices siendo buenas. El mal no es más que un malentendido.

Creo que esto es una ingenuidad muy ligada a la anterior sobre el alcance de la ciencia. Con ello no estoy tratando de decir que la religión, o el teísmo, sean imprescindibles para regular la conducta individual. Los europeos estadísticamente son mucho menos religiosos que los estadounidenses, y no por ello parece que padezcan mayores índices de criminalidad. Más bien, si el tópico sobre la violencia de la sociedad americana es cierto, sucede lo contrario.

Sin embargo, la idea de que la vida y la moral no requieren ninguna justificación, sí tiene en mi opinión una consecuencia política capital. Los epicúreos decían que no hay nada más que átomos y vacío. Hoy los materialistas dirán energía o fuerzas fundamentales, da igual. Como sistema filosófico, el epicureísmo era claramente apolítico. Defendía la existencia de comunidades fraternales, que no se inmiscuyeran para nada en los asuntos cívicos. El único fin de la vida era la felicidad, y ésta podía lograrse en pequeñas comunidades regidas por sentimientos de amistad. El problema de esta propuesta tan simpática, que recuerda al "paz y amor" de los hippies, es el que avanzaba antes: Parece ignorar que siempre habrá quien no tendrá intenciones tan pacíficas y amigables, que puede haber personas que disfruten con el dolor ajeno, parásitos con mayor o menor descaro, y personas que deseen dominar a los demás. Estas últimas, sobre todo, son las que más pueden influir en la vida de millones de seres humanos. El mero sádico o psicópata escogerá una víctima individual, o una serie de víctimas. Sus daños, socialmente hablando, son limitados. Pero el tirano acaba condicionando la existencia de todos los habitantes de un país, y a veces de muchos países. (El terrorista es un tirano en potencia.)

Por supuesto, al tirano no lo podemos detener convenciéndole de que Dios lo va a castigar por sus fechorías, no estoy proponiendo semejante sandez. Sin embargo, no debemos olvidar que la principal arma del poder, más que las bayonetas o incluso los misiles nucleares, son las ideas. El poder político es por definición poder sobre las conciencias. Sin él, no puede haber obediencia, y sin ella uno no puede mandar ejércitos ni policías ni brigadas "populares" contra los que no se dejan convencer. Ahora bien, el poder político ha utilizado a lo largo de la historia diferentes ideas para justificarse, para enseñorearse de las mentes de sus súbditos. Incluso ha utilizado la religión, como nos recuerdan siempre los ateos. Pero no existe una ideología más poderosa, más hecha ex profeso para su utilización por el poder que la de afirmar que no hay ninguna norma trascendente, que el mal y el bien absolutos son una superstición, que todo es relativo, discutible y por tanto todo se puede justificar. Y contra esto, la única idea que podemos oponer es la de un Dios racional, omnisciente y bondadoso.

No nos engañemos, ahí también Hume tenía más razón que un santo, aunque fuera un santo laico: No existe ningún argumento racional (formalmente demostrativo) por el que yo deba hacer una cosa y no la otra. Pero admitir esto es algo muy distinto de negar que exista un imperativo último, inaccesible a nuestra razón, pero no a una Razón infinita y trascendente. (Aunque lo podemos vislumbrar empíricamente, en un proceso de decantación de la tradición y las instituciones espontáneas, de ensayo y error como el que sugiere Hayek en La fatal arrogancia. Vamos, en absoluto sugiero entregar a una casta teocrática el monopolio de la interpretación de una moral revelada.)

Se dirá que incluso concediendo esto, que la idea de Dios puede ser útil para justificar la dignidad de la vida humana y los límites del poder del Estado, eso no demuestra que Dios tenga que existir. Efectivamente. Pero sí demostraría una cosa: Que los ateos no tienen demasiadas razones para alegrarse, que todo eso de que basta con los buenos sentimientos, que el sentido de la vida es el que cada cual quiera darle y bla bla bla no son más que consuelos bobalicones de quienes se creen unos ateos duros y desengañados, pero no tienen la valentía de extraer las verdaderas consecuencias de su bonita idea. Lean a Max Stirner (El Único y su propiedad) si quieren ser ateos practicantes, con dos c... (Nietzsche era mucho mejor escritor, pero por ello mismo menos claro, menos brutalmente explícito.) Reconozco que yo no soy tan valiente. Por eso no soy ateo, o al menos me gustaría ser más creyente de lo que soy.