jueves, 19 de agosto de 2010

Qué significa ser de izquierdas en 2010

Dedicado a El eterno pasmado.

Si queremos hablar con un mínimo de claridad, lo primero que hay que advertir es que los términos derecha e izquierda debieron haberse dejado de utilizar hace ochenta o noventa años. Después de la Primera Guerra Mundial, los fascismos desde su origen siempre trataron de explicar que ellos encarnaban un fenómeno político novedoso, más allá de la derecha y la izquierda. Y no les faltaba razón. Una de las características definitorias del fascismo es la crítica contra el parlamentarismo burgués y el capitalismo, asociados sistemáticamente con elementos decadentes y apátridas, corruptores de la comunidad nacional y racial. Al mismo tiempo, mientras el fascismo italiano se reconoció en estéticas vanguardistas como el futurismo, el canto a la máquina y los nuevos deportes de masas, el nazismo pretendió fundamentar sus delirios racistas en teorías "científicas", llegando a aplicar la tecnología moderna al exterminio. No es de sorprender, por tanto, que los fascistas no se identificaran con la vieja derecha reaccionaria, que había llegado a aceptar en general la convivencia con unos mínimos requisitos democráticos y liberales, y que en absoluto estaba dispuesta a renegar de ciertos principios del humanismo cristiano -otra cosa es que fuera siempre coherente en su práctica.

Por su parte, también tras la guerra del 14, surgió el primer régimen socialista en Rusia, y la izquierda que hasta entonces había hecho bandera de la democracia y la libertad, al menos retóricamente, se encontró en la tesitura de adoptar una posición frente a la dictadura soviética. ¿Podía seguir defendiendo esos principios ilustrados y al mismo tiempo apoyar a un régimen mucho más tiránico (al menos por su capacidad para liquidar al prójimo) que el de los zares? En general, con testimoniales excepciones, la izquierda decidió que sí, y desde entonces no se ha curado del todo de esa esquizofrenia. Aún hoy, en el mundo anglosajón, lo que aquí se llama "progresismo" o "izquierda", sigue siendo conocido como liberalism. Y es que, efectivamente, una de las fuentes de la izquierda es sin duda el liberalismo, como con luminosa claridad explica Spencer en su ensayo "The New Toryism", incluido en el clásico imprescindible The Man versus the State*. Fueron los viejos liberales (los whigs) quienes insensiblemente evolucionaron hacia posiciones socialdemócratas, por una confusión de los fines con los medios. Acabaron creyendo que la libertad no era un fin en sí, sino sólo un medio para lograr la prosperidad del pueblo, y por tanto no vieron problema en defender dicha prosperidad con métodos incompatibles con la libertad. Ahora bien, frente a esta izquierda posliberal, por llamarla así, que fue desarrollándose a lo largo del siglo XIX (aunque para Spencer no era más que un nuevo tipo de conservadurismo, Tories of a new type), la izquierda marxista, decididamente antiliberal, sobre todo tras la Revolución Rusa, resultaba ya irreconocible. ¿Tenía algún sentido reclamarse de la misma tradición, seguir englobándose bajo el mismo nombre de izquierda?

Lo más sensato, pues, hubiera sido abandonar los términos izquierda y derecha ya en la década de los veinte del pasado siglo. Existían entonces, básicamente, el fascismo, el comunismo, los conservadores tradicionales, los socialdemócratas y los (casi residuales) viejos liberales. ¿Qué utilidad podía tener intentar introducir con calzador estas ideologías en la clasificación heredada de la Revolución Francesa? Creo que muy escasa. Sin embargo, el par de vocablos se mantuvo porque para las labores de proselitismo, siempre es muy efectivo dividir el mundo en esquemas binarios de ellos y nosotros. Y también es cierto que existen ciertas convergencias o complicidades entre, por un lado, la izquierda socialdemócrata y la comunista (lo que no excluye las típicas riñas de familia) y por otro, entre los conservadores y los liberales (vale también lo de las riñas). En la medida en que el socialismo democrático comparte los mismos fines que el socialismo marxista, ya que no sus métodos, es inevitable que ambos se cobijen bajo el paraguas de la izquierda. Y en la medida en que conservadores y liberales coincidan a veces en desconfiar del Estado, aunque sea por motivos distintos -que no necesariamente incompatibles- es comprensible que se utilice el término derecha para aglutinar la oposición a la izquierda, pese a la incomodidad de su carácter polisémico, que obliga a precisar constantemente a qué derecha nos referimos. Es tan díficil luchar contra los usos establecidos del lenguaje...

Dicho esto, para un estricto liberal, la izquierda, puesto que nace como una desviación de sus orígenes liberales, sólo puede ser considerada un error, sea cual sea la variante bajo la cual se presente. En realidad, la esquizofrenia de que hablábamos antes, se encuentra en sus mismos orígenes, y es lo que lleva a los "progresistas" a persistir en su relación siempre conflictiva con el liberalismo, incluso cuando más aseguran valorar su legado. Algunos han hablado de fundar una "tercera izquierda", basada en los valores del ecologismo y del individualismo "bien entendido". Lo del ecologismo ya sabemos como acaba siempre (intervencionismo desorbitado en nombre de la Pacha Mama); lo del individualismo, aunque sea con todas las cautelosas matizaciones, puede sonar a retomar los viejos valores de la libertad individual frente al colectivismo, a marcar claras distancias frente a la distinta vara de medir fascismo y comunismo. Nada más falso. En un opúsculo escrito por Mendiluce y Cohn-Bendit en el año 2000 (Por la tercera izquierda), todavía conmocionados por la recentísima mayoría absoluta de Aznar, ambos políticos incurrían en los mismos tics antiliberales de siempre. Para Mendiluce, la caída del muro de Berlín, en lugar de un progreso de la libertad, supone "la victoria del pensamiento único y de su sistema económico -el neoliberalismo", la cual "ha resultado devastadora para el planeta y para los humanos". ¡Y estos son los que se pretenden renovadores de la izquierda!

El pensamiento de izquierdas no tiene remedio. En su código genético desconfía de la libertad económica, lo cual acaba comprometiendo cualquier libertad. Incluso un filósofo de la talla de John Rawls, que no se opone por principio al libre mercado, cae en errores tan hondos como negar que las libertades económicas o la propiedad privada pertenezcan a los derechos fundamentales**. Pero al admitir tal cosa, se incuba siempre el huevo de la tiranía, por muy buenas intenciones que se abriguen. El siguiente paso consiste, ineludiblemente, en valorar los procedimientos discrecionales de unas autoridades tecnocráticas, supuestamente bienhechoras, por encima de las libres decisiones de los individuos en el mercado, y de los formalismos legales. La corrupción de la esencia misma del Estado de Derecho que ello comporta es evidente. Por eso los políticos de izquierdas difícilmente se sienten constreñidos por la legalidad o cualquier otro tipo de principios, porque están imbuidos de la idea según la cual sus nobles fines (la lucha contra la pobreza, etc) justifican los medios. Es el conocido fenómeno de la hiperlegitimación, que conduce a encomiar prácticas que, observadas en la derecha, serían calificadas, con toda razón, de autoritarias.

Por supuesto, la izquierda no tiene la exclusiva del intento de acrecentar el poder político vaciando de sentido las leyes y las instituciones. Estos son hechos consustanciales a la naturaleza humana, frente a los cuales siempre debemos estar en guardia, incluso con el gobierno que más de deshaga en declaraciones de respeto al Estado de Derecho. Pero es innegable que si la ideología de partida ya es antiliberal, el peligro de las tendencias autoritarias se acrecienta mucho más, pues a fin de cuentas todo poder obtiene su fuerza última de las convicciones que lo legitiman en la mente de los ciudadanos.
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*En español, el libro de Spencer se ha traducido como El individuo contra el Estado y también, más literalmente, El hombre contra el Estado.

** John Rawls, A Theory of Justice. Revised Edition, 1999.