miércoles, 9 de junio de 2010

Cómo subvertir la civilización occidental

Cuando yo hacía la mili, una tarde me leí un librito titulado Subversión y Contrasubversión, o algo parecido, que encontré fisgando en una pequeña biblioteca restringida a oficiales. En aquellos tiempos (hablo de 1988 o 1989), yo pensaba que la lectura a escondidas de ese texto me confirmaría el carácter incurablemente facha del ejército, pero incluso con mis ideas progres de entonces, me sorprendió el estilo objetivo de esta obra destinada a la formación del militar profesional. Desgraciadamente, no recuerdo el autor, ni apenas nada del contenido, excepto un dato muy concreto, que me llamó la atención. Decía el libro que para subvertir un Estado bastaba una organización de unas doscientas personas. Inevitablemente me acordé de esto al leer ayer a Pilar Rahola, en La Vanguardia, advertir contra El Peligro salafista. Dice la periodista catalana que solo en Cataluña podría haber, según los cálculos del CNI, cien mil radicales islámicos, adeptos a "una ideología que quiere destruir nuestro modelo social". Es decir, subversiva. Es una lástima que ahora ya no se utilice mucho esta palabra, pese a ser tan necesaria para describir técnicamente lo que está ocurriendo. Por supuesto, no se trata de que esos cien mil radicales estén participando en planes terroristas, sino de que constituyen una cantera más que suficiente para reclutar a mártires de Alá.

Eso sí, la complicidad de la izquierda con esta subversión no se puede despachar, como hace la articulista, hablando de "despistados". Esto no es un despiste, sino una patología tan grave, que ya va siendo hora de que personas inteligentes como Pilar Rahola se pregunten qué es lo que falla en el núcleo del pensamiento de izquierdas para que posiciones como la suya sean tan excepcionales. Quizás serían mucho más útiles, y contribuirían a despertar muchas consciencias adormecidas, si públicamente rompieran con esa izquierda que parece compartir con los islamistas el ansia por el suicidio.