miércoles, 30 de junio de 2010

Mi curro me lo robaron

Un amigo del PP me ha pasado este vídeo. La verdad es que el autor se lo ha currado... Y nunca mejor dicho.


Se podrá criticar al Partido Popular (con toda razón) por su indefinición ideológica (digámoslo suavemente), pero no hay duda de que en estos momentos el pragmatismo se impone, y que España necesita un cambio de gobierno como el aire. Y no existe en el horizonte otro recambio al PSOE que el PP, nos guste más o menos. Desear que existiera aquí un Partido Liberal como el de Alemania (no bromas antisistema como el P-Lib), con un 10 % o más de los votos, es comprensible, pero ahora el tiempo apremia. Creo que España está ya madura para que surja un partido liberal que aspire a ser decisivo para sostener en el gobierno una mayoría liberal-conservadora, pero mientras alguien se decide a crearlo, al menos que esté en el poder el PP, la opción menos mala, como se demostró entre 1996 y 2004.

martes, 29 de junio de 2010

La apoteosis de Zapatero, en setiembre

Tras sus grandes logros en favor del pleno empleo en España, y de la paz mundial, Zapatero viajará en setiembre a Nueva York para luchar contra la pobreza en el mundo. Ban Ki-Moon lo ha nombrado copresidente (Co-Chair), junto al presidente de Ruanda (sic), de la próxima reunión de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).

La ridícula pretenciosidad de las declaraciones de la ONU, atribuyéndose los logros de las últimas décadas en la reducción de la pobreza mundial, casa muy bien con el estilo fatuo de Rodríguez Zapatero. Dice el secretario general de Naciones Unidas, en el informe 2010 de los ODM:

"La declaración del Milenio en 2000 (...) inspiró objetivos de desarrollo que han mejorado las vidas de cientos de millones de personas en todo el mundo."

Sin embargo, más adelante, el informe no puede evitar reconocer la simple verdad. En el mundo, el porcentaje de personas que viven con menos de 1,25 dólares al día ha pasado del 46 % en 1990 al 27 % en 2005, gracias al "robusto crecimiento de la primera mitad de la década" (registrado sobre todo en China y la India; si bien todos los países, excepto las repúblicas ex soviéticas, registraron avances). Es decir, lo que ha sacado a "cientos de millones de personas" de la pobreza ha sido ese crecimiento económico tan denostado por el señor José Luis Sampedro y demás gurús antiglobalización, crecimiento en el que las onerosas burocracias internacionales no solo no han tenido nada que ver, sino que seguramente han actuado frenándolo.

A pesar de esta evidencia, todo el informe se prodiga en expresiones del estilo de "los esfuerzos colectivos emprendidos para conseguir los ODM", como si los millones de personas que madrugan cada día en todo el mundo para acudir a sus puestos de trabajo, o sacar adelante sus negocios (los únicos agentes verdaderos de su propia prosperidad), no tuvieran en la cabeza otra cosa que los Objetivos del Milenio de la ONU.

Zapatero, pues, se va a encontrar en su salsa. Allí podrá entregarse a esas cursiladas verbales que tanto le gustan, y explicarnos lo mucho que debemos a los políticos, que nos protegen del impío mercado. La influencia internacional de España alcanzará entonces las más altas cimas. Junto a Ruanda.


Una sentencia mala pero irrelevante

El Tribunal Constitucional ha dictado sentencia sobre los recursos contra el Estatuto catalán (cuando escribo esto, no sé si todos). El hecho de que lo haya hecho en pleno Mundial de Fútbol, pocas horas antes del partido de la selección española donde se decide su pase a cuartos de final, es por supuesto una mera casualidad. Pensar lo contrario sería tanto como admitir que los señores magistrados consideran que España es un país de borregos.

Pero el hecho esencial es que se trata de la peor sentencia posible, incluso peor que si no se hubiera tocado ni una coma. Porque ha consagrado un Estatuto que es malo para Cataluña y para España, y al mismo tiempo ha proporcionado al nacionalismo catalán, en el gobierno y en la oposición, algunos motivos a los que poder agarrarse, a fin de poder seguir ejerciendo el victimismo contra Madrit.

El Estatuto, con todo, es solo un síntoma. Una sociedad como la catalana, en la que se percibe como normal restringir la venta de souvenirs en los quioscos de la Rambla de Barcelona (por poner un ejemplo nimio, pero significativo, leído en El Periódico de este lunes) está gravemente enferma de un intervencionismo disparatado. Un intervencionismo que, sostenido por la ideología nacionalista, ha perdido hace tiempo hasta el sentido del ridículo, alcanzando niveles de autoparodia. La traducción técnica a leyes de esta enfermedad es sólo un epifenómeno.

Quizás algún día despertaremos de esta pesadilla, y nos preguntaremos cómo pudimos llegar a esta situación. Cambiar las leyes (sobre todo reducirlas y simplificarlas) será entonces una mera consecuencia de la nueva mentalidad. Mientras tanto, me importa bien poco lo que diga el Constitucional, pues la justicia, cuando llega tarde, ya no es justicia. Hace años que el Estatuto y sus desarrollos legislativos rigen de facto en Cataluña. El mal hace tiempo que ya está hecho, y no es en unos tribunales condicionados por el poder ejecutivo (pobre Montesquieu) donde podemos luchar contra él, sino en el ámbito de las ideas. Y ahí somos muchos los que no cejaremos, digan lo que digan los jueces y los políticos de uno u otro signo.

lunes, 28 de junio de 2010

El oráculo ha hablado

Nos encontramos ante un sabio, "maestro sabio", puntualiza la entrevistadora, de las pocas mentes lúcidas que previeron "la hecatombe de hoy (...) hace décadas (sic)". Y ¿qué nos revela este oráculo, este pozo de sabiduría en su venerable senectud (93 años)? "Son de temer y esperar conmociones muy fuertes: revueltas sociales y catástrofes naturales." La única salida, nos aclara, es la "redistribución de la riqueza". Nuestro sabio certifica el fin del "capitalismo turbo consumista". No tiene sentido "producir más cosas", la población humana se ha multiplicado por tres en el siglo XX, "mientras que la capacidad productiva de la Tierra, no". Por eso tiene que producirse algún tipo de revolución, que dé paso a una nueva forma de "poder público" que supere el parlamentarismo vendido a la "oligarquía financiera". ("¿Será ese sistema -sugiere la periodista- un socialismo inédito?" -"Llámale como quieras", concede el Sabio.) Pero esta revolución no la hará el mundo desarrollado, demasiado anestesiado, sino los africanos, "que vienen aquí a buscar su parte de los recursos".

El pensador de quien hablo es José Luis Sampedro, entrevistado ayer domingo en El Mundo, con motivo de haber recibido el Premio Menéndez Pelayo. El respeto por las personas mayores, en el cual he sido educado, me impide calificar tal acumulación de despropósitos como lo haría si su autor fuera un estudiante de ESO, tratando de hacer méritos ante sus profesores progres. Lo que sobre todo me deja estupefacto es que, cuando cada vez hay más indicios de que el continente africano, tímidamente, empieza a subirse al carro del crecimiento, un economista venga a decirles a sus habitantes que eso de la productividad ("con qué fines, ¿para tener cada vez más?") ya se acabó. Ahora sólo les queda repartirse los restos de la civilización occidental "y recuperar la armonía". ¡Esperanzador evangelio!

Por lo demás, es también digno de nota que una entrevista realizada con ese arrobamiento a un escritor antiliberal tanto podría haber aparecido en El País como en el diario Público, cuyos lectores fieles consideran seguramente a El Mundo como un ejemplo de amarillismo ultraderechista. Claro que si lo fuera, tampoco la dicha entrevista hubiera desentonado. Sampedro quizás no lo sabe, pero sus ideas son habitualmente difundidas por los ideólogos del neofascismo europeo (salvo en la parte de los africanos, claro). Que Estados Unidos es una sociedad vilmente materialista, la cual "no conserva el sentido ético heredado de la Antigüedad", es un viejo tópico que podría suscribir perfectamente un Alain de Benoist, y por supuesto el más reputado pensador nazi, Martin Heidegger.

Pero a fin de cuentas, este veneno antiliberal es lo que se difunde a todas horas en el mundo desarrollado, sin necesidad de acudir a los medios de la extrema derecha ni la extrema izquierda. El problema no es tanto que existan militantes de uno otro signo contra la globalización y la democracia formal, sino que miles de personas sin especial formación política, con escaso tiempo para reflexionar acerca de cuestiones cívicas, se desayunen un día sí y otro también con brebajes semejantes. Me pregunto si una civilización que continuamente se está cuestionando a sí misma, que denigra los principios que la han hecho grande, y que constituyen la gran esperanza del mundo subdesarrollado, puede sobrevivir mucho tiempo. Esperemos que las siniestras profecías de Sampedro no acaben cumpliéndose, por causas estrictamente opuestas a las que él enuncia: porque terminemos cargándonos el libre mercado y la globalización, en un apoteósico estallido de la estupidez universal.

domingo, 27 de junio de 2010

¿La homosexualidad se cura?

El Departamento de Salud del gobierno autonómico catalán está investigando a una clínica de Barcelona (Policlínica Tibidabo) que al parecer ofrece tratamientos para "curar" la homosexualidad. Al poco de conocerse esta noticia, el presidente de CiU en el Congreso, Duran Lleida, escribió una entrada en su blog, en la cual decía en esencia lo siguiente:

1º: Él no piensa que la homosexualidad sea una enfermedad: "Jo mai he dit que l'homosexualitat sigui una malatia".

2º: Con todo, cree que si se anima y aplaude a quien "sale del armario", debería existir también la libertad inversa de que el homosexual que quiera dejar de serlo, pueda requerir ayuda profesional.

3º: Le sorprende la celeridad con la cual se ha investigado a las clínicas que supuestamente tratan la homosexualidad, comparada con la desidia en perseguir a las clínicas abortistas ilegales.

Como era de prever, las organizaciones de homosexuales no han tardado en rasgarse las vestiduras y en anunciar acciones judiciales contra quienes todavía sostienen que la homosexualidad es una enfermedad (posición que, como acabo de mostrar, no es la de Duran Lleida.)

Mi pregunta es: ¿Se podrá decir algo racional, sin actitudes prejuiciosas sobre el tema, sin que automáticamente el proguerío clame al cielo contra la homofobia, por el mero hecho de no repetir los cuatro tópicos políticamente correctos? Lo dudo mucho, pero a pesar de todo voy a intentarlo, de la manera más sintética posible, con las siguientes proposiciones:

1. Más allá de que exista una definición política o académica de un término (por ejemplo, enfermedad) intelectualmente la cuestión puede ser debatible.

2. La libertad de pensamiento implica que existe el derecho a sostener que la homosexualidad es una enfermedad, incluso aunque la mayoría de la profesión médica no esté de acuerdo. ¿No se permite a algunos chalados que difundan la idea de que el sida no es una enfermedad vírica, sino un invento de las farmacéuticas para hacer negocio?

3. Con todo, personalmente no creo que la homosexualidad sea una enfermedad. Pienso que es una característica de tipo genético, no adquirida, como lo es ser zurdo, por ejemplo (yo lo soy). Esto excluiría cualquier tratamiento psicológico o bioquímico de la homosexualidad, al igual que hace muchos años que los pediatras desaconsejan a los padres y educadores que traten de forzar a los zurdos a que usemos la mano derecha.

4. En cuanto a tratamientos de tipo genético (preventivo o eugenésico), aunque existieran razones para pensar que es más conveniente ser diestro y heterosexual en una sociedad compuesta mayoritariamente por diestros y heterosexuales, por razones éticas me parecería monstruoso que se planteara eliminar a zurdos y homosexuales, mediante ingeniería genética.

5. En conclusión, a la pregunta ¿la homosexualidad se cura? en mi opinión sólo cabe contestar que no tiene sentido, porque no se trata de una enfermedad, pero es lícito que haya quien piense de manera distinta, del mismo modo que es lícito el creacionismo, la creencia en la astrología o en el psicoanálisis jungiano.

6. No es cierto que considerar la homosexualidad como una enfermedad conduzca inevitablemente a políticas discriminatorias o que atenten contra los derechos humanos. Esto sólo ocurre desde el momento que admitimos que el Estado debe velar por nuestra salud. Que un homosexual acuda libremente a una clínica privada para "curarse" de su orientación sexual, es algo absolutamente lícito, lo consideremos una decisión acertada o no. Lo que sería inadmisible es que el Estado obligara a los homosexuales (incluso aunque se tratara de enfermos, como por ejemplo las personas obesas) a someterse a un tratamiento, o que propugnara alguna suerte de eugenesia. (Caso distinto es el de las enfermedades mentales que son peligrosas para terceras personas.)

7. Dicho lo anterior, coincido con Duran Lleida, sin que sirva de precedente, en sus puntos 1º y 3º (este último muy bien traído). En cuanto al 2º, me parece muy mal expresado, porque no tiene nada que ver que una persona reconozca, aunque sea tardíamente, su orientación sexual (que es lo que significa "salir del armario") con que una persona quiera cambiarla (sea por la presión sociofamiliar, sus ideas morales, o cualquier otro motivo). Pero estoy de acuerdo en que, sean cuales sean las razones por las que un homosexual pueda tomar esa decisión, debe ser libre de hacerlo, aunque pensemos que se equivoca y que más le valdría, para su felicidad, aceptarse como es. Y por supuesto, en correspondencia deben ser libres las clínicas privadas de ofrecer sus servicios a esas personas, de la misma manera que aceptamos que haya clínicas de cirugía estética que se forran gracias a ideas sobre la belleza corporal que nos puedan parecer discutibles, pero en todo caso atañen a la libertad de personas adultas de hacer lo que quieran con su salud y su aspecto físico.

8. Otro tema distinto es el de la confusión entre la no discriminación de los homosexuales, y la ideología que se traduce en políticas educativas y culturales en las que se otorga el mismo valor a todos los comportamientos sexuales, en un claro intento de relativizar el papel de la familia basada en la monogamia heterosexual, lo cual conduce a un vacío que, oh casualidad, acaba llenando el mismo Estado que promueve dichas políticas. Yo puedo pensar que los creacionistas tienen perfecto derecho a difundir y enseñar sus ideas, pero me parecería inaceptable que oficialmente se les concediera el mismo valor que a la teoría de la evolución, y que los libros de texto, los museos de ciencias naturales, los documentales, etc, estuvieran obligados a mostrar en pie de igualdad las teorías creacionistas, para no ofender a sus seguidores. Pues bien, algo muy parecido ocurre con la pedagogía progre, obsesionada por inculcar a los niños cuanto antes que la homosexualidad es algo tan normal y deseable como la heterosexualidad, como si ésa fuera la única manera de promover la tolerancia. Error mayúsculo (aunque no inocente) pues precisamente la tolerancia se demuestra ante aquello que no nos gusta. Y es que la dictadura de lo políticamente correcto se caracteriza por ser absolutamente intolerante con todo aquello que no le gusta, es decir, con todo aquel que discrepa de sus postulados.

10. Con ello no quiero decir que deba abandonarse la lucha por los derechos humanos de los homosexuales (lo que niego es que existan unos derechos específicos de los homosexuales). Al contrario, creo que en los países islámicos sigue siendo vital.

11. Por último, estoy convencido de que un homosexual puede estar perfectamente a gusto consigo mismo, y al mismo tiempo coincidir con todo lo que aquí afirmo. Si alguno se siente ofendido, no será por su orientación sexual, sino por su condición de progre. Pero esto sí que se puede "curar".

jueves, 24 de junio de 2010

Mapa mental de la izquierda 2.0

...O la rama bastarda de Occidente

(Clic para agrandar)

domingo, 20 de junio de 2010

El mapa mental de la izquierda

(Clic en la imagen para agrandar.)

El esquema que presento no pretende ser más que un primer bosquejo, susceptible de mejoras y abierto a sugerencias. Su intención es mostrar de una forma visual las relaciones entre los distintos conglomerados de ideas que conforman lo que suele llamarse progresismo, para intentar mostrar dos cosas:

1) Que el progresismo en realidad es lo contrario de lo que su nombre proclama, una regresión nostálgica hacia una mítica solidaridad primitiva, aunque hábilmente se sitúe en un futuro no menos impreciso.

2) Que las aparentes contradicciones entre determinadas ideas de izquierdas (por ejemplo, defensa de los derechos de la mujer y connivencia con el islamismo) son perfectamente explicables dentro de la particular lógica de los progres, que se deriva de lo anterior. El diagrama no pretende describir el universo mental de toda persona de izquierdas. No todos los que se autodenominan progresistas son por ejemplo islamófilos. Pero hay muchos que sí, y en mi opinión son los otros quienes deberían explicar qué les hace permanecer en un club donde muchos piensan cosas como que los Estados Unidos se merecieron el 11-S.

Comento rápidamente algunas etiquetas utilizadas.

Romanticismo: Por supuesto, no aludo aquí a un período de la historia del arte, no tengo nada en contra de Beethoven ni de Brahms (¡todo lo contrario!). Quizás un término más apropiado sería irracionalismo, pero me ha parecido demasiado vago, y sobre todo que introduce una connotación valorativa previa innecesaria. Lo que entiendo por romanticismo en el contexto político-ideológico lo conté, y perdón por la autorreferencia, en mi entrada Contra el romanticismo. Pero mucho mejor lo explica Miquel Porta Perales en su imprescindible La tentación liberal. Vale la pena citar un pasaje largo:

"A pesar de lo que se acostumbra a decir y creer, la ideología emancipatoria, filosófica y políticamente hablando, es conservadora y tiene mucho que ver con el romanticismo clásico. En efecto, ante los cambios producidos, primero por la revolución industrial, y ya en nuestro tiempo por las diferentes y sucesivas revoluciones tecnológicas y de toda clase que nos invaden, la ideología emancipatoria lamenta la -supuesta- solidaridad perdida. Cosa que implicaría la desaparición de aquel sentido y espíritu colectivos que, según se afirma, definirían la esencia y la existencia del ser humano. Al respecto, la ideología emancipatoria lamenta también la emergencia y consolidación de determinados valores -éxito, competitividad, dinero, etc.- que, por así decirlo, prostituirían la -supuesta- esencia del ser humano. En este sentido, hay una correlación entre el movimiento romántico y la ideología emancipatoria en tanto y en cuanto una y otra critican que la sociedad, en lugar de recuperar la armonía perdida, tome cuerpo y forma a través de la defensa del interés egoísta de unos individuos que fundamentan su relación mediante el contrato. En esta concepción casi orgánica de la sociedad, no resulta difícil de percibir, por cierto, el aire antiliberal que define la ideología emancipatoria. Y es que para esta última, la ideología liberal -al basarse en el egoísmo, el interés y el contrato- convertiría al ser humano en enemigo del ser humano al excluir la posibilidad de llegar a una sociedad reconciliada y no escindida fundamentada en la solidaridad." (Ed. Península, 2009, págs. 82-83)

Por su parte, Ludwig von Mises también veía en toda ideología colectivista una añoranza de un idealizado estado salvaje, que aunque generalmente es inconsciente, el marxismo manifestó explícitamente desde el principio, como puede comprobarse leyendo el clásico de Engels, El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado. (Muy ameno, aunque científicamente risible.)

El fundamento romántico del Igualitarismo (ver mi reciente entrada La igualdad contra el progreso) es el mismo que el del Nacionalismo y el Ecologismo, lo cual permite comprender las relaciones entre los tres campos ideológicos. Es cierto que la izquierda no ha sido siempre ecologista, e incluso que en determinados momentos fue antinacionalista, pero no debería sorprendernos la convergencia de todas estas ideas, porque en el fondo tienen un origen común, la nostalgia de la tribu primitiva, lo que implica también la añoranza paganoide de una mítica armonía entre el hombre y la naturaleza, que en realidad jamás existió. Así pues, discrepo de la concepción (aunque tenga parte de verdad en el nivel de la práctica política) según la cual temas como el ecologismo y el nacionalismo son utilizados por la izquierda por mero oportunismo, ante el descrédito del marxismo. En mi opinión, la conexión es mucho más profunda, no hay una izquierda que se haya desviado del racionalismo (como defiende in extremis Sebreli en El olvido de la razón, otro libro fundamental) sino que más bien ha ido a parar a donde la conduce su lógica interna, la de un colectivismo reaccionario.

Anticapitalismo y Feminismo son los dos grandes frutos del Igualitarismo. Por feminismo me refiero a lo que suele denominarse ideología de género, una concepción radical que reduce a construcción cultural toda diferencia sexual, llegando a negar la maternidad. Esto no tiene nada que ver con la idea perfectamente liberal de la igualdad jurídica entre el hombre y la mujer, que niegan las teocracias islámicas y el Ministerio de Igualdad (sic) de Bibiana Aído, al promover la discriminación legal entre ambos sexos (el mismo delito cometido por un hombre es más grave que si lo comete una mujer).

Pero no hay duda que la madre de casi todo es el Anticapitalismo. De ahí viene el odio a Estados Unidos y a su -hasta ahora al menos- aliado en Oriente Medio, Israel; el Pacifismo asimétrico (que consiste en querer desarmar a Occidente antes de que se desarmen sus enemigos) y el Multiculturalismo, que so capa de una crítica al etnocentrismo, proporciona argumentos al Islam (negación de unos derechos del hombre universales). Cuando hablo de Islamofilia, me refiero, más que a una actitud mental de simpatía con la civilización islámica (aunque sin duda se da en muchos casos) a la práctica de, queriéndolo o no, estar efectivamente regalando todos los días argumentos a los integristas de Hamás y de Irán, con las críticas desquiciadas a los judíos y al "imperialismo yanqui". En este sentido, los nacionalismos ibéricos, con su odio a España, confluyen con ese antioccidentalismo, al cuestionar el papel de la nación española en la resistencia contra el Islam medieval y congeniar con el populismo indigenista de Hispanoamérica (véase ETA en Venezuela, a Carod-Rovira subvencionando las lenguas no españolas en el Ecuador, etc).

Una crítica radical de Occidente requiere, pues, atacar a la razón, y negar la idea misma de progreso, pues todas las culturas -se afirma- valen lo mismo, independientemente de sus logros técnicos. En esto, el izquierdismo es donde revela más claramente su fundamento romántico. Pero el ataque no sería completo si no se combinara con un furibundo Anticristianismo. Ello permite disfrazar el carácter irracional de la izquierda, que así se muestra como una digna hija de la Ilustración, abanderada contra el oscurantismo y la Inquisición. Pero sobre todo, al ir contra el cristianismo se apunta contra la propia razón (como lúcidamente vieron Nietzsche y sus epígonos), es decir, contra el supuesto metafísico de un orden objetivo inteligible que el ser humano debe intentar descubrir, no meramente inventarse, aunque nunca pueda aprehender de manera absoluta. Para el sedicente progresista, no existen el bien y el mal objetivos, todo se reduce a convenciones, al derecho positivo. Por tanto, no hay límites a la facultad normativizadora del Estado, del colectivo. Por otra parte, negar el concepto de responsabilidad individual consustancial al cristianismo nos lleva directamente al Buenismo, la doctrina rousseaniana según la cual el mal procede de la sociedad, no del individuo, fuente de todos los estragos causados por concepciones penales ilusorias, que acaban protegiendo a los delincuentes más que a las víctimas. Finalmente, el Anticristianismo confluye con el feminismo radical en minar una institución fundamental de la sociedad, como es la familia, con la retórica engañosa de los "otros modelos de familia", poniendo en pie de igualdad cualquier tipo de asociación arbitraria entre individuos con la pareja heterosexual que cría a sus hijos biológicos, institución que es la más adecuada para formar a personas autónomas, no dependientes del Estado. El proabortismo no es más que una consecuencia de esta política, que al mismo tiempo pretende apuntalarla, pues generalmente la mayoría de abortos provocados se producen fuera de la institución familiar.

En conclusión, todos los motivos del progresismo pueden derivarse del igualitarismo, el ecologismo y el nacionalismo, los cuales a su vez son las tres variantes que ha tomado en la cultura occidental la reacción contra la razón, el progreso y el liberalismo, que resumimos con el concepto romanticismo. Naturalmente, los progres no lo ven así, porque el progreso sigue teniendo demasiado prestigio para que puedan ni quieran atacarlo frontalmente, de ahí que hábilmente han sabido camuflarse como sus partidarios por antonomasia. La teoría más elaborada del igualitarismo, el socialismo marxista, adoptó la forma de un progresismo radical, aun cuando preconizaba una sociedad autoritaria, la dictadura del proletariado, y en aspectos de costumbres no era especialmente más avanzado que la sociedad de su tiempo. Al mismo tiempo, quienes apoyamos el sistema capitalista y el legado judeocristiano, hemos sido tachados de reaccionarios, cuando lo que defendemos son las únicas bases concebibles que puede tener todo progreso, que es imposible sin la conservación acumulativa de todo aquello que vale la pena ser conservado. La izquierda por el contrario pretende destruir y partir de cero como paso previo a una construcción, a un paraíso terrenal que jamás llega, porque no tiene otra entidad que la oscura nostalgia por una edad dorada que tampoco existió jamás, pero que por alguna razón persiste en la mente humana como ciertas características genéticas recesivas.

Versión 2.0 aquí.

viernes, 18 de junio de 2010

El nombre de las cosas

La manía de cambiar el nombre de las cosas, cuando no hay necesidad alguna, es una de las variantes más nefastas de la estupidez universal. Basta con que a un solo tonto se le ocurra rebautizar a la selección española de fútbol como "La Roja" para que surjan docenas de tontos que repitan la nueva expresión como si toda la vida la hubiéramos usado. Pero lo peor es que esta clase de tontería suele tener consecuencias. ¿Recuerdan cuando al Deportivo de La Coruña se le empezó a llamar Súper Dépor? Intentó ganar la Liga durante varias temporadas en la década de los noventa, sin éxito. No lo consiguió hasta el 2000, curiosamente cuando lo del Súper Dépor había caído en el olvido, seguramente porque había terminado resultando hiriente. ¿Y qué decir del Madrid Galáctico? Tras los éxitos iniciales bajo la primera presidencia de Florentino Pérez, fue generalizarse hasta el hartazgo el adjetivo galáctico, y el Madrid empezó a sumar temporadas sin títulos. Y algo parecido le ocurrió también al Barça. Aunque quizás no se abusó tanto del Dream Team como en los casos citados, me atrevo a afirmar que el auge en la difusión de esa denominación coincidió con la decadencia de la era Cruyff, cuando el holandés empezó a hacer cosas raras, por decirlo suavemente. Estoy convencido de que una de las claves de la solidez del Barça de Guardiola es que, gracias a Dios, a ningún metepatas se le ha ocurrido cambiarle el nombre.

Tras extraer la lección de estos antecedentes, me gustaría equivocarme, pero me temo que España no ganará el Mundial de Sudáfrica, ni ningún otro título mientras la legión de idiotas (periodistas y patrocinadores) a la que ahora le ha dado por llamar a la selección nacional "La Roja", se canse de la última moda idiota.


jueves, 17 de junio de 2010

Dejo de comprar libros en Abacus

La cadena de librerías Abacus ha decidido dejar de vender un juego de mesa israelí, llamado Rummikub, cediendo a las presiones de grupos propalestinos. Bueno, Abacus dice que es por iniciativa propia, lo cual todavía me parece peor. Por lo visto, piensan sustituir ese producto por una imitación fabricada en China, ese modelo de democracia.

Como estoy hasta los huevos de tanta campaña antisemita, por mi parte desde hoy dejo de comprar libros en Abacus, muy a mi pesar, porque era un cliente asiduo.

lunes, 14 de junio de 2010

La igualdad contra el progreso

El crecimiento del Estado se ha pretendido justificar con las políticas de redistribución, que supuestamente transfieren parte de las rentas de los ricos a los más pobres. Generalmente, la crítica que se hace a este método consiste en que no consigue su objetivo. Se ha dicho, con razón, que el peso de los impuestos recae en las clases medias, y no en los verdaderamente ricos. También se ha afirmado que la redistribución tiene un efecto desincentivador de la inversión, pues a partir de cierta presión fiscal, el empresario pierde motivación por seguir ampliando su negocio, lo que se traduce en un menor crecimiento de la riqueza nacional, y por tanto en un menor nivel de vida de la población. Asimismo, los aparentes beneficiarios de la redistribución (como receptores de subsidios y prestaciones sociales) también pueden verse desalentados al trabajo productivo y al ahorro, lo cual los coloca en una precaria situación de dependencia de un Estado del Bienestar cuya sostenibilidad futura es dudosa.

Todo esto es cierto, pero elude la cuestión esencial: si la igualdad, aparte de factible, es realmente deseable. (Conviene precisar que por igualdad me refiero a la nivelación de rentas, no a la igualdad ante la ley, de la que no hablo aquí y que en todo caso considero indiscutible.) Para responder a ello, debemos distinguir entre dos conceptos lógicamente independientes, que son el aumento del nivel de vida (lo que llamaré progreso) y la tendencia a la nivelación de las rentas de los ciudadanos. De esta distinción nacen, pues, no una, sino dos cuestiones lógicamente independientes: ¿Es deseable el progreso? y ¿es deseable la igualdad?

En ambos casos, se han dado respuestas contrapuestas. Generalmente, la mayoría de personas, sobre todo las de posición social más modesta, tenderán a responder afirmativamente a la primera pregunta. El deseo de mejora es universal, y acaso sea tanto más intenso cuanto mayor sea el grado de insatisfacción presente. (Los pobres necesariamente han de depositar más esperanzas en el progreso que los ricos.) Pero con todo existen excepciones. Siempre ha habido personas, en todas las civilizaciones, que han renunciado a los bienes materiales, creyendo encontrar la felicidad precisamente en la anulación de los deseos mundanos.

En cuanto a la segunda pregunta, posiblemente también nos encontraríamos con una adhesión mayoritaria a los ideales igualitaristas. Pero en cuanto descendemos a los casos concretos, las actitudes de la gente no parecen tan coherentes con una condena de la desigualdad per se. Si la crítica a los ricos ha sido un motivo muy extendido en nuestra cultura, al menos desde Jesús, también es cierto que el pueblo ha tendido tradicionalmente a ser mucho más tolerante con las ostentaciones de los reyes y de la aristocracia, actitud que en tiempos modernos se ha desplazado en gran medida hacia personajes públicos como las estrellas del cine o de la música. Podríamos decir, por tanto, que la gente no está tanto en contra de la desigualdad, como de la riqueza supuestamente inmerecida, actitud en la cual sin duda intervienen ciertos prejuicios atávicos contra el comercio y el préstamo a interés.

A fin de intentar hallar una respuesta a ambas preguntas, puede ser muy útil plantearnos una cuestión previa: ¿Son compatibles los ideales del progreso y la igualdad? Sea cual sea la respuesta, quizás no demostraría si el progreso y la igualdad son buenos o malos; pero en el caso de la respuesta negativa, al menos sabríamos que deberíamos elegir entre el uno o la otra.

Tenemos una respuesta empírica a esta cuestión. Todos los regímenes donde la nivelación de rentas se ha querido imponer, han resultado catastróficos desde el punto de vista del crecimiento económico, y no sólo desde éste. En cambio, allí donde se ha respetado en gran medida la libertad de mercado, el nivel de vida de la mayor parte de la población ha aumentado de forma espectacular, tanto en el sentido puramente cuantitativo (mayor poder adquisitivo) como en el cualitativo (acceso a innovaciones tecnológicas que en el pasado no disfrutaron los ricos, ni siquiera los príncipes.) Sin embargo, los partidarios del igualitarismo siempre pueden objetar que esos ejemplos no son concluyentes, debido a errores de los dirigentes, o al sabotaje de sus enemigos externos o internos. Esta última es la justificación con la cual se defienden todas las dictaduras de la acusación de hundir a sus países en la miseria.

Ahora bien, existe un razonamiento puramente lógico, independiente de la experiencia, que nos lleva a concluir que el progreso y la igualdad son incompatibles. La primera aproximación a este razonamiento ya la anticipábamos antes, cuando decíamos que la presión fiscal con fines redistributivos desincentiva la inversión. En su forma extrema, cuando la propiedad privada queda abolida, desaparece cualquier motivación para la productividad que no sea la pura coacción. El ejemplo histórico más nítido fueron las colectivizaciones agrícolas en la Rusia soviética, que condujeron al hambre por el derrumbe de la producción, y a que la URSS tuviera que importar cereales del enemigo capitalista. Este argumento ya lo expuso Aristóteles en su crítica de la república platónica, donde afirma que los hombres se cuidan menos de los bienes públicos que de aquellos de los cuales gozan individualmente. O como decían los ciudadanos de los regímenes comunistas: “Nosotros hacemos como que trabajamos y ellos [los dirigentes] hacen como que nos pagan.” Pero conviene refinar más esta argumentación, despojándola de consideraciones psicologistas, que los marxistas pretendieron rebatir aduciendo que la naturaleza humana no es una constante, sino una variable de la estructura social.

Los seres humanos se esfuerzan cuando perciben que de esta manera conseguirán mejorar su condición presente. Pero el progreso quedaría muy limitado si solo se basara en el trabajo. Para que el progreso sea indefinido, es necesaria la innovación tecnológica, en el sentido más amplio de la palabra, que va desde la exploración de nuevas rutas comerciales hasta los avances técnicos más punteros en los campos de la ingeniería, la medicina, etc. Ahora bien, toda innovación tecnológica en sus inicios es solo accesible a una minoría, porque no se han desarrollado o perfeccionado suficientemente los métodos de producción, ni la demanda que estimule a invertir en ellos. De ahí que una sociedad de iguales no podría progresar más allá de la mera intensificación del esfuerzo laboral; no existiría nadie con capacidad para apostar –tanto en el papel de consumidor como de emprendedor– por las innovaciones. Cuando surgieron los primeros teléfonos móviles, sólo una minoría de altos ejecutivos podía acceder a ellos, por su elevado coste. Ahora los manejan hasta los niños. Pero si esa minoría de superiores ingresos y necesidades, que financió con su consumo los primeros aparatos, no hubiera existido, la telefonía móvil de uso masivo no hubiera llegado a desarollarse jamás.

Algunos replican a esto que el teléfono móvil, como muchas otras creaciones del capitalismo, es en realidad un ejemplo de necesidad artificial que no nos hace más felices, sino que nos encadena más férreamente a una sociedad consumista que sólo beneficia realmente a los capitalistas, los verdaderos creadores de tales necesidades. Sin embargo, este argumento plantea el problema de quién decide cuáles son las necesidades verdaderas: ¿los individuos de manera descentralizada o un comité de “sabios” (burócratas)? Cuando en el paleolítico alguien descubrió la cocción, sin duda creó una necesidad nueva, que antes no existía porque se consumían los alimentos crudos. Podríamos discutir si desde entonces la felicidad humana ha aumentado o disminuído, pero en cualquier caso, lo cierto es que en la medida en que el progreso terminó conduciendo al surgimiento de la civilización, esto supuso el fin de la igualdad de la horda primigenia.

Formulémoslo de otra manera. Imaginémonos que tratamos de imponer la igualdad, la nivelación de las rentas por la fuerza. Evidentemente, sólo hay tres maneras de hacerlo, o bien aumentando las de todos hasta el nivel de los más ricos, empobreciendo a todo el mundo hasta el nivel de los más pobres, o empobreciendo a unos y enriqueciendo a otros a un nivel intermedio. Ahora bien, nótese que de estas tres posibilidades lógicas, la primera es materialmente imposible. En cualquier momento de desarrollo dado, es inconcebible que toda la sociedad pueda acceder al nivel de vida de los más ricos. Imaginemos que todo el mundo pretendiera tener avión privado. Seguramente no habría suelo suficiente para construir las pistas de aterrizaje requeridas, ni trabajadores cualificados para construir tantos aviones, ni alcanzarían las materias primas para fabricarlos, ni darían abasto las academias de vuelo, etc, salvo quizás que detrayéramos todos estos recursos de otros sectores productivos. Esto es algo muy distinto de afirmar que exista un determinado modo de vida que por siempre será inaccesible al pueblo. Hoy no podemos imaginar qué avances se producirán en el futuro, tales que volar individualmente de un punto a otro del planeta se convirtiera en una actividad trivial accesible a casi todo el mundo, como hoy lo es viajar por vías terrestres con vehículos a motor. Pero el hecho es que con la tecnología actual, resulta imposible.

La igualdad, por tanto, sólo puede imponerse igualando por abajo a una parte de la sociedad, nunca por arriba. Es decir, necesariamente habrá que reducir el nivel de vida de aquellos que, por sus superiores ingresos, son capaces de estimular la introducción de novedades y de productos de calidad superior, como las obras de arte que luego acaban beneficiando a toda la sociedad. Los igualitaristas replican a esto que esa función de impulsor de la innovación y de mecenas la puede realizar el Estado, pero entonces simplemente estamos sustituyendo la clase de los “ricos”, a los cuales acabamos de desposeer, por una nueva clase de administradores, cuya posición no se basa en su habilidad para satisfacer la demanda de los consumidores, sino en el medro político. Se concluye, pues, que la igualdad no es posible, salvo que renunciemos al progreso.

Cierto es que en nuestra cultura cristiana hemos sido educados para no ver con buenos ojos la coexistencia de la pobreza y la riqueza. La mayoría no podemos evitar experimentar un rechazo moral al hecho de que en los países avanzados existan hoteles para perros, mientras algunos seres humanos viven sin techo. Sin embargo, el razonamiento nos indica que si pretendemos erradicar políticamente la desigualdad, acabamos perjudicando más a los pobres, pues les negamos la posibilidad de mejorar. El progreso sólo es posible gracias a las desigualdades sociales, que impulsan cambios que por su propia naturaleza, sólo pueden ser al principio de alcance minoritario, aunque luego se extiendan al resto de la sociedad.

Aunque suene paradójico, esto refuerza la importancia de los valores morales, que en el caso occidental, son inseparables del legado judeocristiano. El hecho de que nos escandalice la pobreza es un sentimiento loable, pero en cambio no lo es que nos lleve a defender, para combatirla, métodos ineficaces y contraproducentes. Por eso, en un mundo donde la desigualdad es inevitable (si queremos progresar) los valores cristianos de solidaridad y compasión juegan un papel crucial, porque contribuyen a paliar los efectos más indeseables de esa desigualdad, como que mueran niños por falta de atención médica o desnutrición. En cambio, es la redistribución estatal la que con frecuencia, además de no realizar la igualdad, tiende a disgregar esos principios morales, exonerando a los individuos de su responsabilidad, y desprestigiando conceptos como la caridad y la ayuda desinteresada dentro de la familia.

Así pues, cuando alguien se defina como “progresista”, sería bueno interrogarle acerca de su idea de la igualdad, para saber si su progresismo es real, o solo estético y voluntarista. Probablemente descubriríamos que quienes se suelen calificar orgullosamente de esa manera son quienes menos favorecen con sus ideas el progreso, esto es, la mejora del nivel de vida de la mayor parte de la población.

miércoles, 9 de junio de 2010

Cómo subvertir la civilización occidental

Cuando yo hacía la mili, una tarde me leí un librito titulado Subversión y Contrasubversión, o algo parecido, que encontré fisgando en una pequeña biblioteca restringida a oficiales. En aquellos tiempos (hablo de 1988 o 1989), yo pensaba que la lectura a escondidas de ese texto me confirmaría el carácter incurablemente facha del ejército, pero incluso con mis ideas progres de entonces, me sorprendió el estilo objetivo de esta obra destinada a la formación del militar profesional. Desgraciadamente, no recuerdo el autor, ni apenas nada del contenido, excepto un dato muy concreto, que me llamó la atención. Decía el libro que para subvertir un Estado bastaba una organización de unas doscientas personas. Inevitablemente me acordé de esto al leer ayer a Pilar Rahola, en La Vanguardia, advertir contra El Peligro salafista. Dice la periodista catalana que solo en Cataluña podría haber, según los cálculos del CNI, cien mil radicales islámicos, adeptos a "una ideología que quiere destruir nuestro modelo social". Es decir, subversiva. Es una lástima que ahora ya no se utilice mucho esta palabra, pese a ser tan necesaria para describir técnicamente lo que está ocurriendo. Por supuesto, no se trata de que esos cien mil radicales estén participando en planes terroristas, sino de que constituyen una cantera más que suficiente para reclutar a mártires de Alá.

Eso sí, la complicidad de la izquierda con esta subversión no se puede despachar, como hace la articulista, hablando de "despistados". Esto no es un despiste, sino una patología tan grave, que ya va siendo hora de que personas inteligentes como Pilar Rahola se pregunten qué es lo que falla en el núcleo del pensamiento de izquierdas para que posiciones como la suya sean tan excepcionales. Quizás serían mucho más útiles, y contribuirían a despertar muchas consciencias adormecidas, si públicamente rompieran con esa izquierda que parece compartir con los islamistas el ansia por el suicidio.


martes, 8 de junio de 2010

Cómo vender libros en Europa

Vender libros en Europa para un escritor de los Estados Unidos es más fácil si sabe halagar a los europeos. ¿Y qué es lo que les gusta escuchar a éstos? Pues que los estadounidenses son unos obtusos vaqueros: ¡Con decir que desconfían del Estado! No hay nada como sentirse superior a los yanquis cuando se va a comprar una novela de un autor yanqui.

miércoles, 2 de junio de 2010

Mañana será tarde

Hoy El País titula en primera página: "Crece la cruzada contra el burka". Sutil el mensaje. Quienes están siempre prestos a denunciar la incitación al odio y la islamofobia, reales o imaginarias, no tienen empacho en atizar la occidentalofobia y la cristianofobia, tomando un término de la propaganda yijadista como es "cruzada". Supongo que esto es lo que entienden por un debate "sereno", otra palabra idiota que los políticos emplean a mansalva.

Las iniciativas que en varios municipios catalanes tratan de prohibir el burka y el nikab (velo integral) alimentan un debate en el cual ya he expuesto mi opinión antes, y no me voy a repetir. Pero hay otro aspecto que conviene no olvidar. A los que niegan que se trate de un problema urgente, que valga la pena legislar sobre un fenómeno que por ahora es más bien raro en nuestra geografía, yo les pregunto: ¿Debemos esperar a que en nuestras calles proliferen los burkas y similares? ¿Será entonces más fácil o más difícil legislar sobre ello?

Creo que haríamos bien en aprender de las experiencias de otros países europeos, como Inglaterra, donde demasiado tarde se están dando cuenta de que ciertas nociones falsamente liberales les han conducido a albergar en su seno a una comunidad radicalmente antiliberal, cada vez más crecida e insolente, que apenas oculta sus pretensiones de implantar la ley islámica (en algunos barrios rige de facto), ya sea por métodos democráticos, demográficos, violentos o -lo que es más probable- una mezcla de todos ellos. Actuemos ahora, antes de que sea demasiado tarde.

Solidarios

Algunos datos fácilmente rastreables por internet sobre los activistas españoles que formaban parte de la "flotilla solidaria", que tan mal ha terminado:

Manuel Tapial, David Segarra y Laura Arau pertenecen a la Asociación Cultura, Paz y Solidaridad Haydée Santamaría, con sede en Leganés.

(Haydée Santamaria era la revolucionaria cubana que, junto a Fidel Castro, participó en el asalto al cuartel de Moncada. Fue directora de la Casa de las Américas, una de las plataformas propagandísticas de la dictadura. Se suicidó el 26 de julio de 1980, en el aniversario del asalto a Moncada.)

David Segarra es periodista de Telesur, un medio venezolano afín al chavismo.

Manuel Tapial es autor del libro Venezuela: La aventura de vivir, un panegírico de la figura de Hugo Chávez que provoca bochorno en multitud de párrafos. En uno de ellos, una señora relata cómo sus hijos, gracias al presidente venezolano, ahora tienen acceso a una educación. Y comenta el autor: "Mientras esta mujer nos contaba ésto, a Sonia y a mi se nos humedecían los ojos del sentimiento y la fuerza que la mujer expresaba con sus palabras. A ella nadie le iba a decir que Chávez era un dictador ni nada parecido." Más adelante, viendo por televisión a Chávez y a Castro juntos en La Habana, Tapial reflexiona de esta guisa: "Tumbado en la cama pensaba en como Fidel Castro había conseguido desde una pequeña isla, construir el mayor imperio jamás conocido de exportación de solidaridad." (Que se lo digan a Angola.)

Solidaridad con el castrismo, con el chavismo, con Hamás... Carmelo Jordá se pregunta si estos "solidarios" sabían a lo que iban. Desde luego, siempre hay idiotas que no se enteran de que están siendo manipulados. Pero otros saben perfectamente lo que están haciendo; tienen un criterio infalible para detectar regímenes tiránicos... y solidarizarse con ellos.