sábado, 6 de febrero de 2010

El empedrado del infierno

Los medios de comunicación se abalanzan cada mes sobre las cifras de intención de voto y las valoraciones de los líderes políticos reflejados por el Barómetro de opinión del CIS. En cambio, los datos menos coyunturales sobre las tendencias ideológicas de los españoles no suelen recibir demasiada atención. En la encuesta de enero, a las preguntas 9 y 10 (si califican como "ser de derechas" o "ser de izquierdas" una serie de palabras) los encuestados ofrecen las respuestas siguientes (clic para ampliar):

Más adelante, los resultados de la pregunta 11 ("¿cómo se definiría Ud. en política, según la siguiente clasificación?") se muestran en esta otra tabla:

Un primer vistazo a estos datos parece abonar la extendida tesis de que los españoles tienden más al centroizquierda, independientemente de lo que luego voten. Esto queda perfectamente resumido en los resultados de las preguntas 21 y 22. Cuando se pregunta a la gente a qué partido votaría mañana si se celebrasen elecciones generales, el PP adelanta en 0,7 puntos al PSOE; en cambio, cuando se pregunta por qué partido se siente más simpatía, el PSOE supera al PP en 6,1 puntos. Es decir, aunque en determinados momentos los ciudadanos den más importancia a la eficacia en la gestión, o sencillamente opten por no ir a votar, en la opinión pública predominaría la mentalidad de izquierdas. Prueba de ello, aparentemente, es que las definiciones inequívocamente de izquierdas (socialdemócrata, socialista y comunista) suman el 28,3 % de la población, mientras que las de derechas (conservador y demócrata-cristiano) aglutinan sólo al 20,7 %.

Se podría discutir si los liberales son de derechas o de izquierdas, o ninguna de las dos cosas, pero según los resultados de la otra tabla, más del 40 % de encuestados asocian liberalismo con "ser de izquierdas", y apenas la mitad lo hacen con "ser de derechas". Es más, claramente los términos asociados a la izquierda gozan de mucha mayor aceptación social que los relacionados con la mentalidad opuesta. Así, la derecha evoca conceptos hoy más bien desprestigiados, como tradición, orden, o autoritarismo, mientras que los de igualdad, derechos humanos o libertad individual parecen consustanciales a la izquierda, ateniéndonos al sentir de muchos ciudadanos.

Ahora bien, que los españoles se sientan más cómodos con la etiqueta de izquierdas, no significa que sean de izquierdas. Una cosa es ser de izquierdas y otra muy distinta decir que uno es de izquierdas o centroizquierda, porque es lo que se lleva, o porque no queremos que nos llamen fachas. Lo más verosímil es que la mayoría de la gente comparta una mezcolanza irreflexiva de ideas tanto de derechas como de izquierdas, pero que a la hora de definirse tengan sólo en cuenta estas últimas. Que el 40 % de los encuestados considere el liberalismo como parte de la tradición de la izquierda, cuando las políticas socialistas no se caracterizan precisamente por preconizar la reducción del Estado, es un dato que por sí solo nos lleva a cuestionar lo que la gente entiende por ser de la derecha o la izquierda, más allá de los chistes subnormales de Wyoming. Y qué decir de la adjudicación del nacionalismo a la derecha, cuando Rodríguez Zapatero, que se autodefine como "rojo", ha basado toda su estrategia política en el pacto con el nacionalismo catalán.

A los españoles les gusta decir que son de izquierdas, pero luego quieren disfrutar de todas las ventajas del sistema de libre mercado, incluida la de poder despotricar de él a placer. Quieren mostrarse más "avanzados" que nadie, tolerantes con la homosexualidad y las "otras formas de familia", pero a la hora de la verdad, tanto homosexuales como heterosexuales valoran por encima de todo la familia tradicional constituida por los padres, hijos, hermanos y abuelos...

Si ser de izquierdas se reduce a un catálogo de intenciones (estar "a favor de" los trabajadores, del medio ambiente, etc), y sobre todo se evitan las verdaderas cuestiones (cómo se beneficia realmente a los trabajadores, etc), no es raro que la gente corra al grito de "derechista el último". Una definición tan autocomplaciente como arbitraria hará equivaler "ser de izquierdas" a "ser buena gente", por estúpidas y nocivas que sean las políticas de esa izquierda supuestamente bienintencionada.