domingo, 31 de enero de 2010

Reivindicación de la moraleja

Hoy he visto una buena película, pero cuyo final me ha decepcionado. No diré de cuál se trata, para no fastidiar a quien no la haya visto. El protagonista es un joven de origen humilde que se ha casado con la hija de un rico hombre de negocios, y se encuentra dividido entre el deseo de mantener su nueva posición social y una relación pasional con otra mujer, una eterna aspirante a actriz (aunque bellísima). La cosa se complica cuando ésta se queda embarazada y le obliga al protagonista a que cumpla su promesa, una y otra vez aplazada, de contárselo todo a su esposa y dejarla. De lo contrario, ella misma lo hará. Ante esta situación, el joven adúltero decide asesinar a la amante, de manera que parezca obra de un ladrón. A partir de este momento, la película entra decididamente en ese género de suspense en el cual no podemos dejar de inquietarnos por la suerte del protagonista, pese a que se trata evidentemente de un auténtico miserable. Asistimos con zozobra a los preparativos del crimen, a su ejecución, a la huida, y en todo momento el director, con genial perversidad, nos hace contener la respiración, como si quienes temieran ser descubiertos, o dejar una pista fatal, fuéramos los espectadores. Vamos, que nos lo pasamos de miedo.

Sin embargo, como digo, el desenlace me ha decepcionado. ¿Por qué? Pues porque al final, por una pirueta del azar, la policía, que había andado cerca de descubrirlo todo y arruinar su vida, le adjudica erróneamente el crimen a un muerto, de manera que el protagonista acaba saliéndose con la suya. "¿Así termina todo?", me he dicho al ver aparecer los títulos de crédito. Luego me he sorprendido un tanto de mi propia reacción, pues en otras películas de argumento similar, en las que el malvado acaba siendo descubierto, una parte de nosotros también se identifica con él y lamenta su fracaso final. Sin embargo, una ulterior reflexión me lleva a pensar que sentimos una mayor satisfacción, pese a la existencia de sentimientos encontrados, por el triunfo de la Justicia. A fin de cuentas, queremos que los malos acaben perdiendo, aunque la magia del cine nos haya hecho en algunos momentos encarnarnos en ellos.

Pero ¿he dicho "queremos" en plural? Se me ocurre que no todo el mundo se habrá sentido decepcionado por el final. Es posible que algunos espectadores hayan suspirado aliviados, y que incluso la ausencia de toda lección moral les parezca un rasgo de genio del director. Desde luego, no soy de los que creen que la misión del arte es transmitir valores morales. Al igual que cualquiera, también disfruto con aquellas películas o novelas en las que un personaje un tanto canalla, pero buen tipo en el fondo, consigue salirse con la suya con métodos poco ortodoxos. Sin embargo, en esta película de la que hablo, el personaje no hace absolutamente ningún mérito para caernos simpático. Todo lo contrario, el espectador desde el primer momento no puede dejar de preguntarse por qué este idiota se complica la vida de esta manera, cuando tiene una mujer encantadora y unos suegros forrados de millones que le aprecian sinceramente. Bien es cierto que al final, al eliminar a la incómoda amante, conserva su familia y su posición, pero si estuvo a punto de perderlo todo no fue más que por culpa suya.

No, decididamente, el final me parece el único error de una película (excelente, por lo demás: el resumen no le hace ninguna justicia) a la que le han faltado unos minutos más, en los que un nuevo e inesperado giro del destino llevara a la policía a llamar a su puerta. Quizás sea que nunca me creí lo del superhombre de Nietzsche.