miércoles, 20 de enero de 2010

La maldad sin límites del Imperio

Sabíamos que el “capitalismo salvaje” tiene la culpa de todos los males. Tiene la culpa, ante todo, de la pobreza en el mundo... a pesar de que en los últimos dos siglos ha generado el mayor crecimiento económico de toda la historia, y centenares de millones de seres humanos han podido acceder a unos niveles de vida que antiguos príncipes no hubieran podido soñar siquiera. El capitalismo, por supuesto, tiene la culpa de las guerras... a pesar de que todos los conflictos bélicos del siglo pasado y del actual han sido provocados por Estados ferozmente intervencionistas, autoritarios o totalitarios. El capitalismo, qué duda cabe, tiene la culpa del calentamiento global, y si en los próximos años se produce un enfriamiento global... también será culpa del capitalismo. La industria capitalista, en fin, tiene la culpa de la deforestación y la contaminación, a pesar de que los agricultores llevan milenios talando bosques, y de que los niveles de contaminación de los países del “socialismo real” fueron muy superiores a los del mundo libre.

Por si todas estas calamidades no fueran suficientes, al capitalismo, o más concretamente a la CIA, se la ha llegado a culpar de la epidemia del sida, a pesar de que los científicos han datado los orígenes del virus entre finales del siglo XIX y principios del XX.

Pero lo que nos faltaba por leer son unas declaraciones de Hugo Chávez (quién si no), culpando a la marina de Estados Unidos de haber provocado el terremoto de Haití. Es decir, que a la pobreza, a las guerras, al cambio climático y a las enfermedades, ahora habrá que sumar las catástrofes naturales en el debe del pérfido sistema capitalista, o del malvado imperio yanqui, como prefieran.

Es fácil ver el lado chusco de estas fantasías paranoicas, y tratar de imaginarnos cómo debe ser la máquina de hacer terremotos. Acaso podría servir para el guión de la próxima película de James Bond. Pero no nos engañemos. La anécdota nos ilumina acerca de la estrategia coherente y sistemática del pensamiento totalitario a lo largo de décadas. Para compensar los estragos causados por el comunismo, cifrados por la historiografía seria en unos cien millones de muertos, es necesario (ya que es harto difícil negarlos u ocultarlos) acumular hecatombes en el otro platillo de la balanza, en el que militan los Estados Unidos. Sólo así podremos relativizar el insondable sufrimiento causado por las ideologías colectivistas, y seguir presentándolas como una alternativa.