sábado, 23 de mayo de 2009

Por qué somos una minoría

Según el último barómetro de opinión política de Cataluña, sólo un 4,4 % de los encuestados declaran ser de derechas, frente a un 34 % que se considera de izquierdas. A nivel nacional, el estudio equivalente del CIS de marzo no ofrece resultados demasiado dispares, aunque las preguntas no son estrictamente comparables. La encuesta realizada en Cataluña propone al encuestado situarse entre izquierda, centro-izquierda, centro, centro-derecha y derecha, mientras que la del CIS propone una escala numérico-espacial, en la que izquierda y derecha ocupan los extremos. Esto hace que la gente que se defina tanto de izquierdas como de derechas sea muy inferior, del 6,8 y del 2,5 %, respectivamente. Pero el hecho es que los que se definen cómo de izquierdas son casi tres veces más que los que se definen como de derechas.

Sin embargo, tal asimetría a favor de la izquierda no parece casar con los resultados electorales, en los que siempre se dan en número de votos unos resultados cercanos al empate, aunque luego la ley electoral magnifique las pequeñas diferencias y atribuya más escaños a una formación u otra. De hecho, si nos circunscribimos al caso de Cataluña, no parece muy congruente que, siendo sólo el 11,5 % los que se consideran de centro-derecha o derecha, y al mismo tiempo opinando más del 55 % que CiU es un partido de centro-derecha o de derecha simplemente, más de un 40 % reconozca sentirse “cercano” o “muy cercano” a él. O sea, resumiendo, casi nadie quiere ser de derechas, pero luego la votan casi tanto como a la izquierda, y a veces, o según en qué comunidades, incluso más.

Todo indica que lo que ocurre es que la gente (tanto los de izquierdas como la mayoría de los de derechas) ha llegado a percibir el término derecha como un insulto, hasta el punto de que cuando defiende ideas de derechas, niega que lo sean. Y los dirigentes del principal partido de la derecha española, el PP, se atienen a esta realidad, habiendo abandonado hace mucho tiempo toda esperanza de revertirla. Por eso siempre repiten que lo que necesitamos no es ideología sino buena gestión, sentido común, y demás tópicos retóricos. El problema es que, así la cosas, la izquierda goza de una ventaja decisiva, porque en el terreno de las ideas, la derecha se ha retirado del combate. Como no se atreve a presentarse como tal, basta con que el adversario hable de la derechona, del ultraliberalismo o los neocón para tener mucho ganado, y a la derecha a la defensiva, o queriendo pasar desapercibida. Quizá de esta manera se pueda ganar a veces las elecciones (¡aunque tiene mérito!) pero desde luego, una vez en el gobierno, no se podrá aplicar el programa con el que se ha presentado, ni hacer frente a la aplastante hegemonía cutural de la izquierda. Más bien se corre el riesgo de que la derecha gobernante se convierta en un remedo de la propia izquierda, es decir, populista, autoritaria e intervencionista.

Revertir este estado de cosas sería bueno para todos, porque la izquierda es un camino equivocado, que conduce al empobrecimiento y al despotismo, como he tratado de argumentar numerosas veces en este blog. Pero para ello, es necesario conocer sus causas.

En mi opinión, las causas básicamente son dos. La primera es el triunfo de una interpretación de la historia, por la cual los desastres provocados por el fascismo y el nazismo se cargan en la cuenta de la derecha, mientras que la izquierda actual no parece sentirse concernida por los que han provocado los sistemas socialistas, pese a que siempre los ha bendecido, por acción u omisión. La segunda y más profunda es la fuerza de ciertos prejuicios atávicos de tipo anticapitalista, que están enquistados en nuestra naturaleza, debido a nuestro pasado de cazadores-recolectores (el 90 % de la historia humana; la civilización es una creación reciente). Esto explica que los mensajes gregarios e igualitaristas calen fácilmente, porque encuentran terreno abonado en nuestra psicología profunda, forjada en pequeñas comunidades en las que apenas existía propiedad privada ni intercambio, ni tampoco Estado, por lo que ni estamos preparados para asimilar el individualismo sin un esfuerzo intelectual previo, ni inmunizados frente a los peligros del estatismo.

Ahora bien, para poder trabajar en la causa profunda, hay que centrarse en la primera o coyuntural, que actúa en gran medida como un dique mental que impide a muchísima gente replantearse sus esquemas y abrirse a un discurso alternativo al seudoprogresismo imperante. Más concretamente, es preciso:

1) Desmontar la imagen del fascismo como lo más antitético a la izquierda, cuando en realidad se describe mucho mejor como una forma de socialismo despojado de la retórica humanista, tal y como mostró Hayek en su clásico Camino de servidumbre, y como demuestra la historia de la evolución del Estado alemán desde sus orígenes prusianos, de los inicios socialistas de Mussolini, etc. Por cierto, que es un error pensar que esto sólo tiene un interés académico. Estos temas, tratados en un estilo divulgativo, pueden interesar a muchísima gente; sólo una derecha burocratizada y esclerotizada es capaz de creer que la ciudadanía sólo está interesada en el precio de las judías o de los garbanzos. Hay que promover debates, exposiciones, actos de todo tipo que den a conocer la verdad de la historia desde el punto de vista del liberalismo y del conservadurismo ilustrado.

2) Denunciar implacablemente las dictaduras socialistas pasadas y presentes, convocar manifestaciones de rechazo del régimen cubano o venezolano, dar a conocer mejor las atrocidades del GULAG soviético, de la revolución cultural china, de la actual dictadura posmaoísta… E insisto, es de una ceguera total pensar que a la gente le importa un pito la situación de Cuba o de China. ¿No moviliza la izquierda a las masas por Palestina o Iraq? ¿Quién dice que no se puede hacer lo mismo contra las violaciones de los derechos humanos en los países islámicos?

3) Estrechamente ligado con lo anterior, explicar la globalización, desmontando el mito de que en el mundo cada vez hay más pobres por culpa del capitalismo, cuando es exactamente al revés, como demuestran libros como el ya clásico de Johan Norberg, En defensa del capitalismo global.

4) En el caso particular de España, insistir en la divulgación (en la línea de la obra de Pío Moa) del papel de la izquierda en el desencadenamiento de la guerra civil, para terminar con la patraña de asociar a priori democracia con izquierda y autoritarismo con derecha. Para ello es necesario conocer mejor la historia del siglo XIX y principios del XX, mostrar cómo las ideas utópicas, milenaristas y antiespañolas de unos intelectuales alejados del conocimiento empírico no hicieron más que sabotear y desprestigiar las reformas posibilistas de la derecha, hasta desembocar en el conflicto del 36.

Una vez se extienda el conocimiento objetivo de los hechos, es posible que se abra paso la pregunta esencial, que nos lleva a la causa profunda de que hablaba antes. ¿Por qué el socialismo no funciona y el libre mercado sí? ¿Por qué lo que se suele entender por progresismo en realidad no resuelve nunca los problemas, sino que los cronifica, los exacerba o incluso los crea –eso sí, culpando siempre a la derecha?

Esta es la tarea, pero entiéndaseme bien, se trata de una tarea de la sociedad civil, de todos nosotros, no de un partido político, que en todo caso no es el PP, que ha demostrado sobradamente su incapacidad y su nula voluntad para trabajar más allá del cortoplacismo electoral, dejando de lado honrosas excepciones personales, como el ex presidente Aznar (¡más vale tarde que nunca!).