jueves, 12 de febrero de 2009

Eluana: Respuesta a Albert Esplugas

Al último artículo de Albert Esplugas sobre la muerte de Eluana cabe objetar lo siguiente: Según él, si no admitimos el concepto de auto-propiedad de nuestro cuerpo, se siguen "absurdas conclusiones", como que el Estado me pueda dictar lo que puedo comer o no. Ahora bien, de ese principio también se siguen conclusiones que no todos estamos dispuestos a aceptar. Imaginemos que descubro a alguien a punto de tirarse de un puente, con ánimo evidente de quitarse la vida. Según la ética rothbardiana, lo máximo que puedo hacer es tratar de persuadirle de que no lo haga, pero no tengo ningún derecho a impedírselo. Si llamo a los bomberos para que coloquen una red que amortigüe la caída, estoy lesionando el derecho de ese señor a disponer de su propio cuerpo.

Bien, no sé si Esplugas estará de acuerdo con esta conclusión, pero en todo caso no me parece ni más ni menos absurda que aquella según la cual el Estado puede limitar mi derecho a comer hamburguesas. En mi opinión, no hay nada esencialmente ilógico en el hecho de que el Estado se inmiscuya hasta en el último detalle de nuestras vidas, y no por ello dejo de estar rotundamente en contra. Luego trato de explicarme.

Otra cosa distinta -y esto me lleva a una segunda objeción- es la cuestión de si es lícito quitarle la vida a alguien (con su consentimiento) cuando ése es el único modo de poner fin a un sufrimiento insoportable. Hay que decir que se trata de una situación extrema y menos frecuente de lo que gustan de plantear los partidarios de la eutanasia, salvo que juguemos con la imprecisión del término sufrimiento, que puede albergar un sentido psicológico (¡o incluso existencial!) muy amplio. Pero planteémosla de todos modos. Imaginémonos dos amigos que se encuentran alejados de la civilización, sin esperanza de recibir a tiempo ningún tipo de asistencia médica. Uno de ellos sufre un accidente o enfermedad grave que le produce dolores intolerables, hasta el extremo de que le suplica a su compañero: "¡Mátame!" Si el amigo no accede a su ruego, el otro morirá con toda seguridad, pero después de una larga y cruel agonía. Si lo mata, le ahorra ese calvario inútil. ¿Qué harían ustedes? Personalmente, accedería al ruego de mi amigo, aunque no sin experimentar un angustioso conflicto.

Ahora bien, el caso de Eluana, como el de otros muchos que saltan a los medios de comunicación, no es ese. No tenemos razones para pensar que está sufriendo físicamente. Por tanto, cuando al final del artículo Esplugas introduce innecesariamente para su razonamiento la expresión "enorme sufrimiento" (aun sin referirse a Eluana) traiciona el estilo sobriamente lógico de su argumentación para acabar cayendo en la manipulación emocional tan en boga cuando de estos temas se trata.

Del mismo modo que puede haber quienes acepten la despenalización del aborto bajo determinados supuestos, pero están en contra del aborto libre, puede haber quien acepte la eutanasia en casos límites como el descrito, pero no en los demás. Es decir, defender el aborto apelando a casos como el de la violación, etc o la eutanasia aludiendo al dolor físico, para luego extrapolar su validez a todos los demás, es sencillamente hacer trampa.

El problema de fondo se halla en el intento de basar la ética en premisas racionales. Se trata de una vieja ilusión. La razón en sí misma no podrá dictaminar jamás lo que está bien y mal, como dejó claro David Hume en el siglo XVIII. Ahora bien, la alternativa no es únicamente alguna forma de convencionalismo estricto o de relativismo. Creo que existen otras dos, no necesariamente incompatibles. Una es la evolucionista, que consiste en ver en las normas morales tradicionales (no matar, no robar, etc) el resultado de un proceso evolutivo que ha permitido sobrevivir a la sociedad hasta ahora, y del que por tanto sería temerario hacer tabla rasa por motivos de tipo constructivista (Hayek, La fatal arrogancia). La otra alternativa es suponer un origen trascendente de la moral tradicional, que es la posición clásica de Locke, y que en la actualidad se tiende a descartar demasiado a la ligera.

Generalmente, fuera de círculos intelectuales, la izquierda no suele ser constructivista en un sentido consistente. Es más bien una basura sentimentaloide y manipuladora, que trata de minar la moral tradicional por el procedimiento de presentar a todos sus defensores como seres insensibles, oscurantistas y crueles. El resultado objetivo, más o menos remoto, del relativismo (independientemente de que se pretenda de manera consciente o no) es un Estado mucho más poderoso al quedar liberado de constricciones morales rígidas. Cuando todo es relativizable o justificable de algún modo, una gran mayoría de la población no se indigna, y menos aún se subleva, por nada que no le afecte directamente, porque todo es opinable y discutible; nada es sagrado, ni siquiera la propia vida.

Por supuesto, que las consecuencias de una idea sean indeseables, no demuestra que esa idea sea falsa. Sólo nos invita a ser mucho más prudentes, o si se prefiere, conservadores.