miércoles, 17 de septiembre de 2008

Una vida de héroe

¿Para qué sirven los políticos? Hay quien está tentado de contestar: para nada bueno. Una persona que cree, o quiere hacernos creer (no sé qué es peor) que puede mejorar las vidas de los demás ¿no debería levantar las peores sospechas? Sin embargo, hay algo que no me satisface de esta respuesta, y que podría resumirse con las palabras evangélicas: Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. En efecto ¿no estamos todos, sin excepción, en un grado u otro, aquejados de la manía de predicar la Solución Definitiva de Todo? Detengámonos un instante a escuchar cualquier conversación de bar. Quien no cree tener la fórmula mágica para acabar con la crisis económica, o para poner fin al terrorismo, imparte al menos lecciones de táctica futbolística, con las cuales su equipo favorito tendría la victoria asegurada. Y en fin: ¿qué decir de los que encima escribimos un blog?

El gran pensador rumano Emile Cioran lo expresó magistralmente en un pasaje ya clásico. Vale la pena citarlo:

"Un ser poseído por una creencia y que no buscase comunicársela a otros es un fenómeno extraño a la tierra, donde la obsesión de la salvación vuelve la vida irrespirable. Mirad en torno a vosotros: Por todas partes larvas que predican (...) Todos se esfuerzan por remediar la vida de todos: aspiran a ello hasta los mendigos, incluso los incurables: las aceras del mundo y los hospitales rebosan de reformadores. (...) La sociedad es un infierno de salvadores. Lo que buscaba Diógenes con su linterna era un indiferente... Me basta escuchar a alguien hablar sinceramente de ideal, de porvenir, de filosofía, escucharle decir 'nosotros' con una inflexión de seguridad, invocar a los 'otros' y sentirse su intérprete, para que le considere mi enemigo. Veo en él un tirano fallido, casi un verdugo, tan odioso como los tiranos y verdugos de gran clase." (Breviario de podredumbre, Ed. Taurus.)

Descontando, pues, el hecho de que los políticos, al igual que los periodistas o los intelectuales, no escapan a las debilidades y las patologías propias de la especie -como no podía ser de otro modo, cabe replantear la pregunta sobre cuál es su función. Y creo que existen básicamente dos respuestas, que podemos expresar recurriendo a las metáforas del capitán de barco, y la del ingeniero. (Pero también podríamos invocar las figuras del arquitecto, el artista, el explorador, el héroe...)

El capitán de barco tiene una misión bien delimitada: arribar a puerto. Su trabajo consiste en guiar la nave a través de una ruta previamente delimitada, tomando las decisiones que considere más oportunas ante cualquier imprevisto, a la luz de su experiencia y sus conocimientos. El capitán de barco como tal no es un creador, no pretende cambiar lo establecido, y precisamente por ello, los pasajeros pueden confiar en poder continuar ocupándose de sus asuntos sin contratiempos.

El ingeniero, o el arquitecto, en cambio, es un individuo que se aplica a la transformación de la realidad, que traza caminos nuevos, horada túneles, erige edificios o diseña máquinas o tecnologías que cambian nuestra vida. De manera comparable, los artistas y los descubridores también aportan o nos desvelan cosas que no estaban antes en el mundo que conocíamos.

Ciertos políticos se identifican claramente con esta segunda metáfora, o colección de metáforas. Sin ir más lejos, el alcalde de Madrid, Ruiz-Gallardón, lo ha expresado claramente en televisión diciendo que "transformar la realidad es algo fascinante y apasionante, y eso es lo atractivo de la política."

En un sentido trivial, el político puede ser efectivamente un tranformador: ordenando a los profesionales y artistas que ejecuten sus proyectos. Pero cuando Gallardón habla en abstracto de transformar la realidad, creo que no se refiere sólo al soterramiento de la M-30. Él es de los que piensa -me temo- que ha sido llamado por el destino a cambiar la sociedad.

El peligro de esta clase de políticos es patente. En ellos, el vicio universal de pretender salvar al prójimo -incluso aunque éste no manifieste mucho entusiasmo por su salvación- alcanza su máxima expresión. Al creer que sin ellos, el mundo no progresará, lo que sucede frecuentemente es que acaban interfiriendo la espontánea pero firme y regular marcha de las cosas, la cual en parte se debe a la multiforme y discreta labor de muchos verdaderos ingenieros y creadores en general, no a las ocurrencias de un diletante que acaso se inspira escuchando a Wagner.

Por cierto, hablando de buena música: Les dejo con Una vida de héroe, de Richard Strauss. Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.