viernes, 15 de agosto de 2008

Sarkozy, mátame

El País continúa dale que te pego con su campaña pro eutanasia. Esta vez destaca el caso de Rémy Salvat, un joven francés que padecía una enfermedad incurable, y que se ha suicidado en su casa ingiriendo una sobredosis de medicamentos. El artículo sutilmente nos presenta al presidente Sarkozy, por haberse negado a que el sistema público de sanidad le "ayudara a morir", como un ser insensible.

Ya he expresado mi opinión sobre el tema en entradas anteriores (ver etiquetas) y no quiero repetirme. En vez de ello, el caso particular de este joven me lleva a hacerme la siguiente pregunta:

¿Qué es lo que conduce a una persona a desear que en su muerte intervenga la administración, cuando todavía está capacitada físicamente para acabar con su vida sin necesidad de ninguna ayuda?

Por supuesto, es imposible conocer con certeza lo que pasa dentro de la cabeza de otra persona. Sólo podemos ensayar hipótesis, como por ejemplo:

  • Que no quiera morir solo, pero en este caso, el joven se suicidó en su domicilio familiar. ¿Debemos pensar que la presencia de un funcionario público le habría aportado un mayor consuelo?
  • Que haya querido pasar a la posteridad provocando un cambio en la legislación francesa, o al menos un debate con amplias repercusiones. También me cuesta comprender que se pueda hallar una gran consolación por esta vía.
  • Que pretenda, gracias a la asistencia médica, asegurarse el resultado, evitando sufrimientos innecesarios en el caso de que el intento de suicidio resultara fallido. Tampoco me convence mucho esta posibilidad. La mayoría de suicidios fallidos suelen ser falsos suicidios, ya se realicen para llamar la atención o para intentar despertar compasión. El que quiere matarse de verdad, no suele fallar.
En fin, si a alguien se le ocurren otras explicaciones, no carecería de interés que las diera a conocer.

Por mi parte, soy incapaz de entender que alguien pueda ver como un progreso de la "libertad" el hecho de que sea el Estado quien nos dé la muerte. Al menos, yo prefiero que siga teniendo límites, que sigan existiendo normas morales que los gobernantes no se puedan saltar, incluso en aquellos casos (que no este) en que un peculiar humanitarismo miope nos pudiera llevar a desearlo.

Ah, y desgraciadamente, en estos tiempos embargados por la peor especie de pornografía sentimental -por usar la certera expresión de Josep Pla- se hace preciso decirlo, por obvio que sea: Que alguien sufra, no siempre le da la razón.