martes, 19 de agosto de 2008

De Asimov a Heidegger

Isaac Asimov ha sido uno de los más grandes autores de ciencia-ficción de todos los tiempos. Guardo un entrañable recuerdo de muchas de sus novelas, como la trilogía iniciada por Fundación, El fin de la eternidad o Yo, robot. No conozco ningún otro autor que haya trazado un cuadro del futuro, desde el más cercano hasta el más remoto, tan consistente, detallado y reflexivo. Y lo de reflexivo verán hasta donde puede llevarnos.

En Yo, robot, Asimov aborda el futuro más próximo, la segunda mitad del siglo XXI. El mundo está dividido en cuatro Regiones, y la economía de cada una de ellas está gobernada por una Máquina de inteligencia sobrehumana. La pobreza y los conflictos sociales han desaparecido. El sistema económico dirigido por las Máquinas no es ni capitalista ni socialista, el mundo ya no debe elegir entre "Adam Smith o Karl Marx", dice Asimov. Ya no tiene sentido hablar de propiedad pública o privada, porque las decisiones no las toman ni los empresarios ni los políticos y burócratas, sino las computadoras. De hecho, una de las cuatro áreas en que se divide el planeta, la Región Nórdica, incluye los territorios de los antiguos Estados Unidos y la Unión Soviética. (El libro se publicó en 1950).

Sin embargo, años antes, el economista austriaco Ludwig Von Mises ya había formulado su teoría de la imposibilidad del cálculo socialista, que es lo que de hecho llevan a cabo las Máquinas asimovianas, por mucho que no se quiera calificar de socialismo al resultado. Un sistema en el que los precios no están determinados por el libre mercado, carece de la información indispensable para tomar las decisiones económicas básicas. Ninguna autoridad central puede saber qué debe producirse ni en qué cantidad, porque ello es el resultado de la experiencia y las actuaciones interrelacionadas de millones de individuos. Toda intervención autoritaria en la formación de los precios sólo puede conducir a una mayor ineficiencia, esto es, a un menor aprovechamiento de los recursos y a un menor nivel de vida de toda la poblacion -salvo previsiblemente, la casta de los dirigentes.

El relato de Asimov plantea, por tanto, una cuestión fascinante. ¿Podría la Inteligencia Artificial resolver el problema del socialismo? ¿Podría ser que, a fin de cuentas, el advenimiento del socialismo sólo fuera una cuestión de progreso tecnológico? El blogger K Budai (recientemente agregado a Red Liberal) contestó negativamente a esta pregunta en un post antiguo titulado "Inteligencia artificial y el teorema de la imposibilidad del socialismo", partiendo de una crítica formal a los argumentos ofrecidos por Jesús Huerta de Soto en el mismo sentido. Sus razonamientos suenan convincentes, aunque admito no haberlos estudiado a fondo.

Con todo, vamos a suponer que fuera posible un mundo como el descrito por Asimov, regido por máquinas. ¿Sería además deseable? ¿No se trataría de hecho del sueño del liberalismo clásico, de un mundo regido por leyes objetivas e impersonales, no por hombres parciales y caprichosos? Evidentemente, aquí surgen toda una serie de interrogantes sobre quién programa a las máquinas, quién les proporciona los datos con los que trabajan y cómo se garantiza la obediencia de los humanos a sus benévolas decisiones. Asimov se plantea todas estas cuestiones en su relato, y la verdad es que no podemos decir que sus respuestas sean plenamente satisfactorias, pero vamos a seguir con la reflexión. Supongamos que efectivamente, tal y como imagina el autor, las máquinas son inmunes a cualquier intento de manipulación, y actúan guiadas exclusivamente por el bien de la humanidad, que sólo ellas conocen. Y que los seres humanos aceptan con mayor docilidad el dictado de las máquinas que no el de sus congéneres -esto último no lo veo descabellado, y podemos hallar ejemplos de ello en el presente. La pregunta obvia es si nos encontramos ante la descripción del paraíso o de la pesadilla. ¿No habremos sacrificado la libertad en nombre de la felicidad, pero esta vez de verdad, a diferencia de los totalitarismos históricos que en realidad no son más que groseras -y crueles- parodias de semejante Utopía?

Planteemos la cuestión en toda su radicalidad: Si tal Utopía fuera factible ¿qué sentido tendría el concepto de libertad? ¿No sería acaso una reliquia romántica destinada a ser barrida por el progreso, como una de tantas supersticiones que han acompañado a la humanidad en sus fases iniciales de desarrollo? Según la respuesta que se dé a esta pregunta, tendríamos dos clases de liberales. Quienes piensen que, llegados a ese grado de evolución tecnológica, el concepto de libertad, tal como ahora lo entendemos, ya no sería necesario, ya habría cumplido su función histórica; que una vez conseguidos los resultados que se perseguían por medio de la libertad, habría llegado el momento de desprenderse de ella -estos son los utilitaristas. (Los socialistas serían unos utilitaristas impacientes, que creen que incluso sin los robots positrónicos de Asimov, ya es realizable su sueño.) En el otro lado tenemos los moralistas, aquellos que piensan que la libertad es un derecho inalienable del ser humano, que no es un medio, sino un fin, y que sin ella la vida no es digna de ser vivida.

Obsérvese que existe una sutil variante del argumento utilitarista que a veces se confunde con la posición moralista. Consiste en afirmar que, en un mundo regido por las máquinas, el ser humano languidecería, que la libertad, el derecho a equivocarse, el riesgo, son esenciales para la vida, la cual sin estos ingredientes, decae y se extingue. No se está afirmando -nótese- que la libertad sea un valor absoluto, sino que es -en esencia- saludable. Sin embargo, aunque sin duda se encierra aquí una verdad no desdeñable, también podría decirse que hay en ello una atávica desconfianza hacia el progreso material, algo así como el de uno que temiera que los automóviles atrofiarán las extremidades inferiores de la especie humana. Pasemos por alto también, de momento, esta última objeción. ¿Dónde está la verdad, pues, en el utilitarismo o en el moralismo?

Mi respuesta personal a este profundo interrogante parecerá decepcionante a muchos. Creo que no existe
[podemos dar con la demostración de] tal respuesta. Creo que, al igual que en otros muchos problemas filosóficos, no existe una solución definitiva e incontrovertible. Por supuesto, la Utopía planteada es extremadamente improbable, por no decir imposible. Pero lo único realmente incuestionable es que el ser humano desconoce lo que le depara el futuro. Otra cosa es que, mientras ese futuro no llega, quizás la actitud más sabia (¡que no necesariamente "verdadera"!) sea la moralista, en el sentido de que es la que mejor permite luchar contra la coacción política (expresión redundante para algunos) y a favor del progreso de la especie humana.

El utilitarismo y el moralismo entrañan en el fondo concepciones profundamente distintas de la existencia, y quizás por ello nunca existirá unanimidad en torno a ellos. El utilitarismo es esencialmente ateo, y el moralismo, teológico. Esto no significa que no existan utilitaristas creyentes o moralistas ateos, sino que la forma más depurada de utilitarismo consiste en considerar al hombre como la medida de todas las cosas, según la fórmula de Protágoras, mientras que el moralismo, en su forma más potente, y en contra (soy consciente) de lo que defienden autores como Rothbard, requiere un Dios, es decir, tiende a considerar al hombre como un ser que aspira a trascenderse, y por tanto reconoce normas inamovibles, que no proceden de sí mismo, aunque lógicamente sean congruentes con su naturaleza.

Existe una tercera posibilidad, que es la desarrollada por Heidegger a partir de su pensamiento sobre el Ser, pero al estar éste desprovisto del carácter personal, propio del Dios judeocristiano, entraña el peligro cierto de fundamentar un antihumanismo radical. De ahí el rechazo a la técnica en el pensamiento del filósofo alemán. Quizás lo que nos demuestra esta deriva del pensamiento es que la verdadera oposición no se encuentra entre la Ilustración y el cristianismo, sino entre el humanismo en sentido amplio, y las ideologías o las religiones antihistóricas, como el nacional-socialismo o el islamismo, basadas en conceptos de tipo telúrico o comunitario, en los cuales el individuo queda en una posición totalmente subordinada. En cuanto al socialismo, sería como ya he dicho simplemente un utilitarismo mal entendido, aunque por sus consecuencias prácticas pueda resultar en ocasiones tan nefasto como el antihumanismo. Pero creo que, para haber empezado hablando de Asimov, por hoy ya es suficiente.