domingo, 1 de junio de 2008

Ecologismo y barbarie

Ayer se manifestaron varios miles de personas en San Sebastián en contra del Tren de Alta Velocidad. La plataforma convocante, AHT Gelditu!, está instrumentalizada por el entorno proetarra, pero el lenguaje que emplea es ecologista.

No es casual que el ecologismo se haya convertido en un instrumento de la izquierda más radical. Véase al respecto el discurso anticapitalista de Evo Morales o de Castro, basado en argumentos medioambientales y en la letanía del cambio climático. Tanto el socialismo como el ecologismo explotan nuestros instintos más atávicos, como son el gregarismo forjado durante nuestro larguísimo pasado cazador-recolector, y el miedo a lo desconocido que plantea el progreso tecnológico.

Una de las portavoces de la manifestación, según El Mundo de hoy, ha afirmado, refiriéndose al proyecto ferroviario, que el "crecimiento indefinido" es imposible, dado que "los recursos naturales son limitados". Es un espíritu prácticamente idéntico al de aquella carta escrita por el jefe indio Noah Sealth al presidente de los Estados Unidos en 1854, en contra de la civilización traída a América por los europeos. Conmovedora, no lo niego, pero de una ingenuidad (hablemos en serio) indefendible, salvo por el típico maestro romántico, ávido de impresionar a sus adolescentes alumnos. Aunque quizás la comparación más pertinente sea la de aquellos pueblos primitivos que temían ser fotografiados por temor a que su alma quedara atrapada. Sin salir de Europa, Cioran contaba el caso de un aislado pueblo rumano en el que, a principios del siglo pasado, el fotógrafo tuvo que salir por piernas...

Los sabotajes contra las infraestructuras y las empresas constructoras en el País Vasco forman parte de la estrategia de ETA, que reproduce la metodología de campañas anteriores. Pero no es mera anécdota que se intenten justificar apelando a la misma mentalidad cerril contra el progreso que impulsaba a aquellos lugareños a querer linchar a un fotógrafo. Lo mismo puede decirse de los actos violentos contra entidades financieras o empresas de trabajo temporal. Los prejuicios contra la economía de mercado y la propiedad privada, como argumenta Hayek en las clarividentes páginas de su última obra, La fatal arrogancia, son en gran medida reminiscencias de nuestro pasado precivilizado. Si a ello añadimos el componente nacionalista, es decir, el instinto territorial incrustado en las capas más profundas del cerebro humano, no debe extrañar que la mezcla resultante sea tan potente y peligrosa. Lo suficiente para que se acojan a ellos muchos incautos que, por descontado, se consideran a sí mismos impecablemente "progresistas".