viernes, 11 de abril de 2008

Apostillas al Nombre de la Derecha

Eduardo Robredo, en su post Por Qué No Soy De Derechas, ha replicado el mío anterior.

Según deduzco de sus palabras, para él mercado libre y capitalismo no son lo mismo. Si por capitalismo se refiere al sistema económico realmente existente en gran parte del mundo, no le falta razón. El intervencionismo promovido tanto por gobiernos de izquierdas como de derechas es enorme. Ahí tenemos al presidente Bush tratando de capear la crisis económica provocada por organismos reguladores como la Reserva Federal... con más regulaciones. Y las trabas a la libertad de mercado no son sólo responsabilidad de los gobiernos. Muchos empresarios y grandes grupos económicos son los primeros que tratan de obtener privilegios de la administración que restrinjan la libre competencia en su favor. Elogian hipócritamente el capitalismo mientras no hacen más que violar sus reglas. Esto no es un fenómeno nuevo, evidentemente, y ya lo describió Adam Smith en páginas de penetrante lucidez.

Aun así, el capitalismo real sigue siendo el mejor sistema que ha existido nunca, el que ha creado con diferencia la mayor cantidad de riqueza de la historia. Por supuesto que las instituciones no dejan de evolucionar. Defender el capitalismo no es defender la Reserva Federal (¡un organismo burocrático, a fin de cuentas!) o el FMI (ídem de ídem), ni a multinacionales cómplices de dictaduras africanas, sino a ese tejido de millones de pequeños empresarios que dan empleo al 90 % de la población de los países ricos y generan por tanto casi toda su prosperidad. No conozco mucha gente de izquierdas que sea sensible a esta realidad. Ellos prefieren pensar que todos los empresarios son unos puercos explotadores y destructores del medio ambiente. Bueno, exceptuando a los empresarios de según qué medios de comunicación, los artistas y Al Gore. No hay nada como ser progre para que te perdonen tu riqueza, y sobre todo para incrementarla a cargo del presupuesto.

Eduardo también critica mi defensa de la tradición judeocristiana. Por un lado afirma que la idea de que la libertad necesita de la tradición se contradice con la existencia de regímenes pasados sostenidos ideológicamente por la religión y el clero. Y por otro lado señala que toda tradición es algo cambiante (por ejemplo en épocas pasadas la esclavitud era aprobada), lo que demostraría que debemos ser escépticos ante ella. Por supuesto, yo no defiendo una actitud acrítica ante la tradición. Pero Eduardo no hace más que poner de manifiesto una de sus dos características esenciales: Que cambia, no es inamovible. La otra característica es que al cambiar, lo hace lentamente. Pues bien, ¡eso es la evolución espontánea de la sociedad! Se trata de un proceso natural que permite a la sociedad adaptarse sin brusquedades, y que es exactamente lo opuesto a los utopismos y a los precipitados reformismos a los que son tan aficionados los progres.

Por otra parte, conviene estar prevenido ante mucha mercancía que se quiere hacer pasar por tradición. Si a unos gamberros se les ocurre un día tirar una cabra desde lo alto del campanario de su pueblo, por mucho que lo repitan varios años seguidos no merece ser considerado una tradición. Existe multitud de ejemplos de tradiciones apócrifas, que retrospectivamente son revestidas del prestigio de una falsa antigüedad. Parafraseando la conocida frase de Samuel Johnson sobre el patriotismo, podría decirse que la tradición es el último refugio de los canallas. Pero no parece lógico deducir de ello que el problema es la tradición, y no los canallas.

En cuanto a la connivencia entre poder y religión, nadie pretende negarla. La idea que he defendido otras veces en este blog (ver etiquetas) es que sin religión ni tradición, el poder es todavía más ilimitado. Porque la ausencia de un cierto orden espontáneo o heredado favorece la intromisión legisladora del poder, so pretexto de suplir la inevitable desorientación que tal vacío normativo comporta. Si los fumadores hubieran cultivado asiduamente ciertas viejas normas de urbanidad, nos habría parecido absurdo e intolerable que la administración se entrometiera hasta el punto de sancionar al dueño de un establecimiento privado por permitir fumar a sus clientes o trabajadores. La mala educación engendra inexorablemente funcionarios que velan por el cumplimiento de aquellas normas que no hemos sabido asumir voluntariamente.

Eduardo cree también que no es prudente rehabilitar la marca derecha, demasiado asociada a toda una serie de términos negativos procedentes del Antiguo Régimen, es decir, anteriores al siglo XIX. Pues yo creo justamente lo contrario, que es la izquierda la que está lastrada por ciertos episodios nefastos del siglo XX. Me hace gracia que en una discusión sobre el concepto de derecha me hablen de la Inquisición, cuando la peor Inquisición de la historia, sin comparación, ha sido la organizada mucho más recientemente por Estados sostenidos por ideologías izquierdistas.

Por último, respecto al lema “Menos Lakoff, más Pinker”, lo comparto sobradamente, y hago mía, hasta donde puedo juzgar del tema, la crítica que el segundo hace de las teorías del primero en Cómo funciona la mente, Ed. Destino (2000) págs 404-405, y también en su artículo Block That Metaphor. Pero de casi todo libro se puede aprender algo, y no seré yo quien rechace una idea aprovechable. Ni que venga del mismo Lenin.