martes, 1 de enero de 2008

Peligros de la lectura

Seguramente más de uno, al leer La ciudad que fue, se sorprenderá de que Federico Jiménez Losantos militara en el PSUC, tuviera buenas relaciones con el ambiente gay de la Barcelona de los 70, o firmara manifiestos defendiendo la enseñanza obligatoria del catalán en Cataluña, y que simplemente los padres pudieran elegir el castellano como lengua en la que se impartieran las demás asignaturas. Posiblemente, lo único que ha cambiado básicamente es su afiliación al PSUC (nada, detalle sin importancia), por más que algunos que no leen a Aquiles confundan mundo gay con zerolismo, o equiparen antinacionalismo con anticatalanismo.

No importa. FJL es facha, y punto.

Se me ocurre, de todos modos, una sugerencia para los progres que estén deseando leer el libro, pero teman por su reputación. Existen unas fundas con las cuales, además de proteger los libros de todo tipo de incidencias domésticas o de transporte, se oculta con total discreción el título y el autor. Si a uno le preguntan "¿qué estás leyendo?", siempre puede contestar "La última novela de Boris Izaguirre", y quedar como un perfecto progre sin mácula.

Bien es verdad que más valiente resulta coger el toro por los cuernos, y mostrar ostentosamente la sobrecubierta. Cuando yo tenía dieciocho años y era (o creía ser) de izquierdas, me puse a leer El Capital de Marx. Mi padre, conservador de ideas claras, al ver el rostro barbudo que ilustraba la portada del grueso volumen, me preguntó: "Uy, ¿quieres decir...?", o algo así. Hipócritamente (aunque dudo que le engañara) le contesté más o menos que "hay que conocer todas las posiciones", etc. Y aparentemente, con esa explicación se tranquilizó. No mucho después, haciendo la mili, un teniente descubrió en mi taquilla Razón y Revolución, de Herbert Marcuse (también con la delatora efigie de Karl Marx en la portada) pero en lugar de cogerme manía (que era lo que temía) resultó ser un militar progre y se apuntó un tanto elogiando vagamente mi interés por la lectura. Entonces yo odiaba el Ejército y esa muestra de tolerancia no me conmovió. Ahora que estoy libre de prejuicios pacifistas, supongo que discreparíamos por otras razones, si es que aquel oficial (ahora me imagino que debe ser general o poco menos) sigue siendo un fiel lector de El País.

A donde quería ir a parar, y perdóneseme el excurso autobiográfico: ¡No pasa nada! Lean, señores progres, a Federico en el banco de un parque, sin miedo. Si alguien les afea semejante proceder, habiendo niños cerca, siempre pueden replicar aquello de que "este lector no comparte necesariamente las opiniones vertidas en este volumen". Incluso puede que, por el contrario, reciban la embarazosa aprobación de algún facha. Eso sí, existe el peligro de que la lectura les acabe influyendo en su manera de pensar. Es el riesgo de la curiosidad intelectual: Se puede llegar a cambiar.