lunes, 21 de enero de 2008

Cataluña ya está dividida

Tras la propuesta de Rajoy de acabar por ley con la inmersión lingüística obligatoria, el conseller de Educación catalán, Ernest Maragall, ha emitido el mantra de rigor en estos casos: Que el permitir elegir a los padres la lengua en las que se imparte la enseñanza de sus hijos, es "dividir a los catalanes". Pero es exactamente al revés. Lo que divide a los catalanes es imponer el catalán como lengua vehicular a todos, colocando en desventaja a aquellos que no la tienen como lengua materna. En cambio, en un sistema en el que los catalanoparlantes estudiaran el castellano como una asignatura más, y los castellanoparlantes el catalán, pero cada individuo pudiera recibir, si así lo deseara, el resto de las materias de estudio en la lengua en la que pudiera ofrecer el máximo rendimiento, quizás conseguiríamos que Cataluña abandonase los primeros puestos de Europa en fracaso escolar, y ello sin renunciar a que el conocimiento mínimo de las dos lenguas oficiales fuera universal.

La comparación con Estados Unidos, donde muchos defienden, no sin parte de razón, el monolingüismo frente al pujante español, no es adecuada, salvo quizás en los Estados más hispanizados, como Miami. Porque si como defiende Judith Rich Harris en El mito de la educación, los niños aprenden el idioma, entre otras cosas, principalmente de sus compañeros de edad, en Cataluña lo que ocurre es que nuestros hijos jamás encuentran ni en la calle ni en el patio de recreo esa inmersión que tanto anhelan extender a todos los ámbitos los fanáticos nacionalistas, y que además no podrán imponer jamás -al menos por medios respetuosos con la libertad individual. Los italianos, alemanes, polacos, asiáticos que emigraron masivamente a Estados Unidos, se convirtieron todos ellos en angloparlantes en la primera o segunda generación, gracias al hecho de que no oían prácticamente otro idioma en las calles, escuelas, puestos de trabajo, etc. Es obvio que esta situación no se da en Cataluña, salvo quizás en los núcleos de población rural más pequeños.

Podríamos discutir sobre las ventajas prácticas del monolingüismo, que sin duda las tiene, pero en una sociedad liberal no se puede imponer desde arriba una situación que afecta a todos los aspectos de la vida cotidiana, como tampoco se puede imponer una religión única. Pienso además que en Estados Unidos, lo importante no fue tanto la lengua como los valores de responsabilidad individual, trabajo duro y democracia que asimilaron los inmigrantes. En Cataluña, fuera del pa amb tomàquet y un cierto culto reverencial por la pela, carecemos de unos valores específicos que nos distingan del resto de España y de Europa. La lengua no es más que un instrumento de comunicación, que no nos separa, salvo si una quiere imponerse sobre la otra. Por eso los que sueñan con la independencia de Cataluña, desde los que adoptan maneras más moderadas hasta los más radicales, ven en la política lingüística el principal instrumento para lograrla. Los más inteligentes, e implacables, son conscientes de que eso sólo puede hacerse a costa de restringir las libertades individuales. Los más ilusos (sí, me refiero a CiU, por si no se acaba de notar), no quieren darse cuenta de que en una Cataluña independiente, los primeros en sufrir las consecuencias de haber colaborado con gente sin escrúpulos serían los mencheviques. O sea, ellos.