miércoles, 12 de diciembre de 2007

El Estado tocapelotas

El gobierno se va a gastar mil millones de euros en convencernos de lo mucho que se preocupa por nosotros. Enternecedor. Pero esta cantidad no deja de ser insignificante en comparación con todo el volumen de gasto estructural dedicado a traer el Reino de la Felicidad sobre la Tierra.

Las funciones que desempeñan los Estados se podrían clasificar en tres grandes grupos:

  1. La función política, o núcleo duro. Dentro de éste englobaría defensa, seguridad, justicia, parlamento, hacienda, etc. Son las funciones que se asocian inextricablemente con el Estado desde sus orígenes.
  2. La función empresarial. Aquí incluyo infraestructuras, educación, asistencia médica, prestaciones sociales, deuda pública, etc. Se trata de aquellas funciones que absorben la mayor parte del presupuesto, a pesar de que prácticamente todas podrían ser asumidas por la iniciativa privada, que además las gestionaría con mucha más eficacia.
  3. La función tocapelotas. Se trata de todos aquellos capítulos de gasto tales que:
    • O bien su utilidad social es remota o muy dudosa. Por ejemplo, el Ministerio de Administraciones Públicas, el de Presidencia, el Consejo de Estado, la Casa del Rey, etc.
    • O bien consisten en toda una serie de regulaciones y medidas supuestamente de apoyo a la industria, la agricultura, la salud, la cultura, la vivienda, el medio ambiente, el empleo, la igualdad de género etc, etc.

A esta función se dedican más o menos la mitad de los ministerios actualmente existentes, absorbiendo quizás entre un 10 y un 15 % del presupuesto del Estado, unos 40.000 millones de euros.

Si queremos que algún día el Estado se repliegue a su función política, antes de cuestionar todo el sector público, debemos empezar por atacar la función tocapelotas del Estado, es decir, el dinero de nuestros impuestos que se destina, no a educación o a hospitales, sino a mantener ejércitos de burócratas parásitos, subvencionar películas que no queremos ver, imponer al comercio cuándo debe abrir y cerrar, o subvencionar a los agricultores que más carreteras cortan. Después ya veríamos si necesitamos sus hospitales y sus escuelas.