viernes, 19 de octubre de 2007

Abajo la igualdaz

La igualdaz es la idea fundamental de la izquierda. No la igualdad ante la ley, que ésa siempre están dispuestos a conculcarla con medidas de discriminación positiva, consistentes en favorecer a determinados colectivos con el fin de corregir desigualdades de facto. Por supuesto, la discriminación positiva consigue exactamente lo contrario de lo que dice pretender, pues impide a esos colectivos demostrar sus méritos propios, lo que sólo pueden conseguir si se les permite competir en igualdad de condiciones, sin enojosas "ayudas". Pero lo que sucede es que este tipo de medidas favorecen el clientelismo de las organizaciones que hablan en nombre de los susodichos colectivos, convirtiéndolas en máquinas succionadoras de votos, por lo que no debe sorprender que su fracaso se oculte sistemáticamente.

Y es que la izquierda entiende la igualdaz de otra manera. Para ella igualdaz es que desparezcan las diferencias de hecho entre pobres y ricos, entre hombres y mujeres, entre heterosexuales y homosexuales, etc. No es que vaya más allá de la igualdad de derechos, en la cual se habría varado el trasnochado liberalismo, sino que para lograr sus objetivos tiene necesariamente que pasar por encima de la igualdad ante la ley, al sustituir el concepto de individuo por el de grupo. Pero la igualdaz presenta dos problemas:
  • El primero, nada desdeñable, es que es imposible. Es sobradamente conocido el igualitarismo que se disfruta en los paraísos socialistas, y que Orwell formuló añadiendo al principio de que todos somos iguales, la pertinente aclaración "pero unos son más iguales que otros". En cuanto a las diferencias de origen biológico, como por ejemplo las sexuales, a los niños por lo general les interesan los coches, y no las muñecas, y a las niñas lo contrario, desde antes que ninguna educación "sexista" haya tenido tiempo de influirles. Hay diferencias en las carreras universitarias, en las profesiones, en las formas de ocio, etc, que prefieren hombres y mujeres, y sólo quien esté completamente cegado por los prejuicios políticamente correctos puede explicarlas por la pervivencia de un machismo ancestral en todos estos ámbitos.
  • El segundo problema al que se enfrenta la igualdaz es que, aunque fuera posible, no sería deseable. El mundo se paralizaría, al no existir los incentivos de mejora. (Una brillante explicación de esto aquí.) No digamos ya si hombres y mujeres fuéramos completamente iguales en nuestros intereses, motivaciones y habilidades. ¿Quién demonios puede realmente desear acabar con la salsa de la vida?
Dicho esto, siempre me ha intrigado el por qué de esta obsesión por la igualdaz. Naturalmente, la izquierda lo asimila a un anhelo proverbial de justicia, pero esa explicación es circular. No nos explica por qué sería injusto, en todos los casos, que unos tengan más y otros menos. La compasión ante la miseria es una cosa, y culpar de ella a los que, según se cree, podrían remediarla (siempre son otros, porque siempre hay alguien más rico que uno mismo) es otra. Una interpretación corriente es que el igualitarismo nace del sentimiento de envidia. Aunque creo que esto tiene su parte de verdad, no me satisface completamente. Es cierto que los demagogos saben explotar las más bajas pasiones de las masas, pero no lo es menos que la gente se complace en conocer las vidas de los ricos, consume telenovelas protagonizadas por ellos y en general tiende a mezclar la admiración con la envidia, así como el deseo de emulación. Lo cual no es precisamente compatible con el anhelo igualitario. Además, no sirve en el caso de las desigualdades llamadas de género y de otro tipo.

En mi opinión, existe un sentimiento en la psique humana en el que no siempre se repara suficientemente, y es el deseo de orden. El ser humano teme aquello que no puede controlar, que no puede prever, y por eso trata de crear un orden, un territorio donde los imponderables se reduzcan al mínimo posible. Sería difícil negar todo el bien que halla su origen en esta característica del ser humano. Pero toda fuerza tiene su lado oscuro, que diría George Lucas. El concepto de orden está por supuesto relacionado con los de uniformidad e igualdad. La pluralidad es más difícil de manejar que la unicidad. Si leemos los relatos de tantos utopistas, nos resultará evidente un rasgo común en todos ellos, que es efectivamente una especie de frenesí uniformizador, a veces incluso en el vestir. No debe engañarnos el hecho de que la pluralidaz esté siempre en la boca de los izquierdistas. Habría que detenerse a analizar qué es lo que entienden por esa palabra. No les gusta, por ejemplo, que haya unos rasgos culturales o religiosos predominanes, su ideal es que estos se encuentren mezclados en proporciones aproximadamente iguales. Lo cual, si se diera en todos los países, significaría a la postre que todos serían más o menos... iguales. Les molesta, por ejemplo, que cierta emisora de radio defienda con claridad un ideario determinado, que no sea "plural". Quieren que sea como todas las demás. En efecto, si en todos los foros se encuentran en equilibrio todas las ideas, las creencias y los gustos, todos son Uno y el Mismo. La pluralidaz de izquierdas es un término neolingüístico, una palabra que expresa al mismo tiempo un concepto y su contrario. Desconfío siempre que la oigo.

¿Cómo? ¿Pretende decirnos -estará pensando más de uno- que lo que subyace en el concepto de igualdaz es precisamente el deseo de orden, es decir, aquello que siempre hemos asociado con la mentalidad de derechas, incluso con la reacción? ¿Insinúa que la izquierda actual es en el fondo la verdadera reacción? Aunque estoy tentado de responder afirmativamente a estas preguntas, veo en ello una posible trampa. Porque es evidente, como acabo de decir antes, que el orden es algo necesario, ya no sólo para el porvenir de la civilización, sino incluso de la vida. Entendido en este noble sentido, me declaro sin dudarlo de derechas si ello equivale a sostener esa verdad. El problema tal vez proviene de olvidar que el orden es un medio y no un fin. De que existe una fascinación malsana por el orden que no tiene nada que ver con el pragmatismo ni la inteligencia. Esa fascinación se acostumbra a asociar por error o por mala fe exclusivamente con las ideologías derechistas, pero es evidente que se da tanto en la derecha como en la izquierda. Cuando ésta habla de regular, de ordenar, a fin de cuentas, el mercado, tiene tanto éxito porque está pulsando un íntimo resorte de la naturaleza humana, está jugando con nuestra atracción por el orden y por la simplicidad. Por la igualdaz, en lugar de la igualdad.

P.S. En principio esta entrada no hacía referencia a la actualidad más rabiosa, pero la gracieta de Zapatero me lo ha puesto a huevo, como vulgarmente se dice.