sábado, 29 de septiembre de 2007

Sobre lo divino y lo humano (y III)

Al final del post del 26 de setiembre escribí:

El segundo problema es el teleológico, o finalista. Spinoza lo planteó así: “Dicen que Dios ha hecho todas las cosas con vistas al hombre, y ha creado al hombre para que le rinda culto.” Ahora bien, señala el filósofo, “si Dios actúa con vistas a un fin, es que... apetece algo de lo que carece”, lo cual se contradice con su infinita perfección.

Spinoza era judío, por lo que forzosamente había de tener muy presente al Jehová del Antiguo Testamento. Un Dios celoso, con raptos de cólera, que exigía adoración y sacrificios rituales y que, en definitiva, nos resulta más cercano a los dioses de las mitologías paganas que al de los Evangelios.

No resulta verosímil, en efecto, que un ser omnipotente esté interesado por que se le rinda culto. Pero, descartadas las explicaciones aparentemente primitivas, no parece fácil responder a la pregunta de por qué Dios habría creado el universo. Según la Iglesia Católica la creación es un acto de pura bondad. Ahora bien, cabe hacer a esta respuesta esencialmente la misma objeción que a la anterior: ¿No caemos en el antropomorfismo cuando atribuimos a la divinidad sentimientos tan humanos como el deseo de ser amado o la bondad?

David Hume, a quien antes citábamos en apoyo del escepticismo sobre la ciencia, también fue un escéptico respecto de la religión. El filósofo escocés advirtió que el obrar de acuerdo a un fin -la inteligencia- es una característica animal (no sólo humana, pero para el caso es lo mismo) que al postular la existencia de Dios elevamos a fundamento último de lo existente:

¿Por qué –se preguntaba- seleccionamos un principio tan insignificante, tan débil y tan limitado como la razón y la capacidad de planificar que encontramos en los animales que habitan este planeta? ¿Qué particular privilegio puede tener esta pequeña agitación del cerebro que llamamos pensamiento, para que hagamos de ella el módulo del universo entero?(Diálogos sobre la religión natural, Alianza Ed.)

Cierto que la Biblia parece adelantarse a esta argumentación, al afirmar que es el hombre el que ha sido creado a imagen y semejanza de su Creador... La psicología evolucionista puede explicar las emociones humanas como el resultado de un proceso causal, carente por completo de finalidad, pero ¿no podría haber detrás de ello, pese a todo, un Plan infinitamente sabio que contara de antemano con ese resultado? El problema es que características humanas como son la inteligencia o el sentimiento de bondad parecen perder todo sentido más allá de las concretas circunstancias en las que han surgido. ¿Estamos diciendo realmente algo cuando hablamos de una Inteligencia Infinita? ¿No es por definición la inteligencia la capacidad de los organismos desarrollados para obtener determinados fines? ¿Qué sentido tiene aplicársela a un Ser incondicionado, no limitado por ninguna circunstancia?

La respuesta a estas preguntas estriba acaso, una vez más, en adquirir clara conciencia de nuestra ignorancia. Porque efectivamente, parece que no podemos entender el concepto de Dios, pero ¿entendemos algo en absoluto? ¿Sabemos lo que es la materia, a pesar de los aceleradores de partículas cada vez más grandes que construimos? Bertrand Russell, nada sospechoso de defender posturas irracionalistas, concluye su obra El conocimiento humano (Planeta-Agostini) con estas melancólicas palabras:

"En verdad, los errores que hemos creído encontrar en el empirismo han sido descubiertos por la estricta adhesión a una doctrina que ha inspirado la filosofía empirista: Todo conocimiento humano es incierto, inexacto y parcial. No hemos hallado ninguna limitación a esta doctrina."

Sobre bases tan poco sólidas parece cuando menos aventurado querer desterrar por completo la dimensión trascendente del hombre. En todo caso, no se ve qué podemos ganar con ello, como no sea poner en entredicho la dignidad humana, en la confianza de que podremos fundarla sobre bases supuestamente racionales.