sábado, 22 de septiembre de 2007

El poder no me va a cambiar


Mucha gente tiene una particular concepción del sentido del humor. Les hace gracia que se metan con otros, o con las creencias, las ideologías o los símbolos de los otros, pero cuando las bromas se dirigen hacia ellos mismos, la tolerancia que tanto les gusta exigir a los demás no les dura ni un minuto. Recuerdo el caso de un anuncio televisivo de una cadena de bocadillos que con el eslogan "quédate con lo mejor del campo", en alusión a las materias primas utilizadas en sus productos, ironizaba acerca de las incomodidades de la vida rural. Una asociación de agricultores puso el grito en el cielo, obligando a recortar el anuncio... Es difícil imaginar algún chiste que no pueda entenderse como una ofensa hacia algún grupo o individuo lo bastante susceptibles. ¿De qué deberíamos reírnos si no, de los fenómenos atmosféricos?

Lo que está claro es que Zapatero, por mucho que sonría, considera que su imagen es algo más serio que la de Jesucristo o el Papa, a juzgar por las diferentes reacciones a los agravios contra estas, y al inocente chiste contra (?) la suya. "El poder no me va a cambiar", dijo tras ser elegido presidente. Puede que, en efecto, ya fuera antes igual de embustero, sectario y solemne que ahora, pero resulta revelador que empezara su mandato hablando impúdicamente del poder. Lo que nos obsesiona siempre pugna por expresarse.