viernes, 31 de agosto de 2007

Réplica a una profesora

Dada su relativa extensión, trasvaso aquí mi último comentario a las réplicas de Pau (que agradezco) a mi reseña del manual Ciutadania (ver antecedentes en el post Un arma cargada de estupidez).

Me insistes en que la intención de la asignatura de Educación para la Ciudadanía es desarrollar el espíritu crítico. Yo no juzgo de intenciones, yo me baso en los contenidos que conozco, y desde mi punto de vista tienden a una especie de catequesis progresista, eso sí, en el lenguaje seráfico al uso de tirar la piedra y esconder la mano.

¿Desde cuándo una definición de la familia debe tener en cuenta lo que diga el BOE? ¿Hablamos de antropología o de qué hablamos?

En cuanto a los cuatro supuestos que atribuyes a los críticos con la Epc:
1) El gobierno es malísimo. Te repito que yo no juzgo intenciones, sino actos. Y nada temo más que los políticos cargados de buenas intenciones.
2) Los adolescentes son estúpidos. Aquí me tengo que extender (no, tranquila, no creo que lo sean), o sea que lo dejo para el final.
3) Los profesores podéis imponer vuestras ideas con gran facilidad. Pues quizás esto es exagerado, pero sí que creo que os encontráis en un lugar privilegiado para divulgar vuestra visión de las cosas.
4) Los profesores queréis imponer vuestras ideas. Pues es posible que muchos quieran y que otros sin querer lo hagan. Y que la mayoría de enseñantes cojean del pie izquierdo, vaya, mi experiencia ha sido claramente esa, sobre todo en secundaria. Y yo admiraba en general a mis profesores. A lo mejor es que yo sí era estúpido.
Esto me lleva a tu supuesto 2, sobre el que quiero decir algo que tal vez sorprenda.

¿Son idiotas los adolescentes? No lo creo, y tanto es así que pienso que en realidad, tal como está planteada la EpC, les hará más bien que mal. Puede parecer que me contradigo, pero te explico el por qué. Luchar contra las ideas establecidas atrae más a los jóvenes, esto siempre ha sido así, y posiblemente sea un factor saludable socialmente. Un gran problema contemporáneo, en mi opinión, es que existe una industria de la comunicación que ha detectado esto hace tiempo, y se ha dedicado a producir rebeldía perfectamente estandarizada y etiquetada, y la juventud, pero no sólo ella, cae muy fácilmente en esa trampa de ser anti-sistema en una dirección que no beneficia a nadie salvo a grupos económicos y partidos políticos perfectamente instalados en el sistema. Que los jóvenes no son idiotas pero tampoco son necesariamente más listos que los mayores, y encima les falta la experiencia. Llevar la camiseta del Che (un asesino como lo fue Pinochet) puede ser muy guay, pero al sistema le hace cosquillas, y en cambio ayuda a crear el ambiente propicio, en el mejor de los casos, para que las visiones en pro de las libertades individuales queden ahogadas en medio de reclamaciones delirantes de intervencionismo del Estado que -se ha demostrado hasta la saciedad- no crearán más puestos de trabajo para el de la camiseta ni para nadie, sino todo lo contrario, entre otros efectos perniciosos.
Por eso, si esta rebeldía de pacotilla empieza a ser lo que se espera de los chicos buenos, lo establecido, es posible que la reacción de éstos sea inclinarse en la dirección contraria, hacia el liberalismo y el redescubrimiento de ciertos valores tradicionales. En realidad, creo que esto ya lleva sucediendo desde mucho antes de que se planteara la Epc. Así que yo seguiré oponiéndome a la Epc, no porque piense que va a tener un gran éxito adoctrinador, sino porque precisamente es el momento de prepararse para recoger los frutos de la juventud desencantada del paradigma seudoprogresista, y ofrecerle una alternativa.
Un saludo.

martes, 28 de agosto de 2007

Farlopundit me ha enviado el meme de las 7 maravillas del mundo actual. Pero voy a descansar de memes una temporada. En lugar de eso, os invito a que visitéis su blog compartido, Cocaína intelectual, siempre se aprenden cosas, aunque no todas buenas.

Más comentarios a Un arma cargada de estupidez, mi post sobre la Epc.

lunes, 27 de agosto de 2007

Catalonia Twenty Fourteen


Según Carod-Rovira, Cataluña dejó de ser un Estado en 1714, y podría volver a serlo si así lo deciden los catalanes en 2014, tres siglos después. George Orwell, que por cierto también escribió sobre Catalonia, tituló su novela más famosa Nineteen Eighty-Four, entre nosotros más conocida como 1984 (MCMLXXXIV), donde recrea un siniestro futuro en el cual -entre cosas mucho más atroces- se moldea incesantemente el pasado para adaptarlo a las necesidades del todopoderoso Partido que oprime a la población. La comparación, ya lo sé, no es nueva, incluso es posible que a veces abusemos de la fábula orwelliana, al igual que ocurre con la frecuente alusión al nacional-socialismo, a la que recurrimos probablemente en exceso ante cualquier tic autoritario del nacional-progresismo (por utilizar la certera expresión de Miquel Porta Perales). Vamos, lo que quiero decir es que debemos evitar trivializar, a fuerza de repetición, adjetivos como "totalitario" o "nazi" que sería saludable que continuasen inspirando pavor en quien los escucha, y no que acaben sonando como latiguillos de uso demasiado fácil. Reproche que me aplico en ejercicio de autocrítica, pero que es justo señalar, son los seudoprogresistas de la izquierda quienes más lo merecen, sobre todo si consideramos la variante coloquial "facha". (Si todo el que no les gusta es facha, ¿cómo -me pregunto siempre- denominarán al verdadero fascista?)

Pero el hecho es que uno de los ingredientes fundamentales del nacionalismo consiste en la manipulación del conocimiento histórico a fin de justificar sus reclamaciones. Y esto merece una contra-argumentación, más allá de recordar la unión dinástica entre Castilla y Aragón llevada a cabo por los Reyes Católicos en el siglo XV, porque es de suponer que ese dato no pretenden ignorarlo los nacionalistas. Cataluña, es cierto, poseía antes de 1714 unas Corts que reunía el rey, y unas constituciones, que éste debía jurar. La llamada Diputació del General era de hecho una especie de Diputación Permanente, una comisión delegada de las cortes para cuando éstas no estaban reunidas. No era ningún gobierno, por más que algunas de sus funciones podían asemejársele. La actual Generalitat, cuyo nombre fue resucitado por un ministro de la segunda república (Fernando de los Ríos, socialista), no se corresponde con la institución así denominada hasta el siglo XVIII. Es por tanto absurdo ver a Tarradellas, Pujol o a Montilla como herederos de Pau Claris, el presidente de la Generalitat durante la Guerra de los Segadores de 1640. Dicho claramente, no existía siquiera un gobierno autónomo catalán. Lo que tampoco existía, hasta 1812, era una constitución unitaria de España, los reyes juraban -o no- las de los distintos reinos, pero nada tiene que ver eso con una supuesta estructura confederal del Estado. Sencillamente, el concepto de nación no había fraguado todavía, y los monarcas estaban en algún punto de la evolución desde una concepción patrimonialista del Estado hacia la concepción de la soberanía nacional, que sin duda, supuso un refuerzo de su poder -al contrario de lo que se suele suponer. Los intelectuales nacionalistas más inteligentes, valga la redundancia, como Víctor Ferro, han sabido poner en cuestión las simplificaciones y los tópicos de la historiografía progresista cuando les ha convenido para defender su tesis de que bajo el Ancien Régime existían unas libertades que el despotismo ilustrado, y luego revolucionario, les arrebató. Y tienen su parte de razón. Pero si como ocurrió en algunos países europeos, se hubiera dado una evolución más o menos gradual desde esos privilegios estamentales hacia las libertades individuales actuales, es muy dudoso que eso hubiera implicado el desarrollo de unas identidades nacionales diferenciadas. Más bien todo lo contrario, la ruptura que supuso la revolución francesa -y que ha sido catastrófica para la libertad, piense lo que piense casi todo el mundo- fue especialmente favorable, a lo largo del siglo posterior, a la germinación de tendencias colectivistas, las cuales, donde las libertades individuales han prosperado en condiciones más sosegadas, han arraigado con mucha más dificultad.

Unos de mis libros de historia preferidos es L'Onze de Setembre, de Santiago Albertí (1972, 2ª ed.), una documentadísima historia militar del sitio de Barcelona en 1714. Aunque el autor no oculta su ideología nacionalista, su narración de los hechos es tan pormenorizada que puede aislarse fácilmente de su interpretación, cosa más difícil con obras menos detalladas, como son la mayoría, y que por tanto pueden resultar más tramposas, haciendo pasar por objetividad histórica lo que no es más que una hábil e interesada selección de los hechos. En este libro vemos cómo Rafael Casanova, el héroe nacional a cuyo monumento se dedican ofrendas florales cada 11 de setiembre, tras la derrota de la ciudad a manos de Felipe V, levemente herido, se hace pasar por muerto, llegándose a inscribir su fallecimiento en el registro de un hospital, y huye a Sant Boi de Llobregat, donde vivirá oculto -pero sin pasar estrecheces económicas- durante cinco años, tras los cuales regresó a Barcelona sin ningún problema, a ejercer su profesión de abogado. Terminaría sus días retirándose de nuevo a Sant Boi, de donde era originaria su esposa, y habiéndosele restituido todos los bienes. ¿Se corresponde lo que sabemos de esta figura histórica con la de un dirigente de una nación anexionada por la fuerza de las armas, o más bien con la de un funcionario que escogió el bando equivocado en una guerra sucesoria? Creo que si Rafael Casanova levantara la cabeza, y escuchara a Carod-Rovira hablar del 2014, se sorprendería sobremanera, y hasta me atrevo a imaginar que nos aconsejaría: "No se compliquen la vida, les hablo por experiencia. Dedíquense cada uno a trabajar para ganarse el bienestar de su familia, no existe acto de patriotismo más eficaz." No otra fue al parecer la conclusión que sacaron los barceloneses de la época. Cuando las tropas franco-españolas entraron en la ciudad, tras su capitulación, estos "adoptaron una actitud indiferente, entregados de lleno al trabajo, y con las tiendas y los talleres abiertos, donde se daban grandes muestras de actividad normal." (pág. 372). Creo que a los catalanes -y a todos los pueblos, en verdad- es como nos ha ido mejor, dedicándonos a trabajar. En cambio, cuando hemos escuchado a los Companys que la fatalidad parece engendrar cíclicamente, las consecuencias han sido indudablemente trágicas. Esperemos que lo de Carod-Rovira no sea más que otra patochada como la protagonizada en Jerusalén, cuyas secuelas no vayan más allá de la risa y el desprecio que merecen.

domingo, 26 de agosto de 2007

Cinco blogs que hacen pensar


Gracias, Aguador, por tu premio. Y a Calandria también. Sinceramente, no creo que un blog que lleva tan poco tiempo como el mío lo merezca. Pero intentaré al menos ganarme ese merecimiento en adelante; no es poca la responsabilidad, teniendo en cuenta que también lo han recibido blogs de la categoría de Martha Colmenares. Los cinco blogs que me hacen pensar a mí, y que no lo han recibido ya, que yo sepa (aunque no es obligatorio cumplir esta condición para recibirlo) son los siguientes:
  • Lady Godiva, aunque discrepo de ella en cuestiones de fondo, su blog es un generador de debates de altura, y su viveza lo hace estimulante como pocos. Le transmití un meme del que no hizo ni caso, la verdad, pero en cambio es muy atenta con los comentarios que se le envían a sus posts.
  • Lejos del Fragor de la Noche Sabática, aunque lo descubrí más recientemente (creo que la experiencia fue mutua), es uno de los blogs que más se parecen a lo que yo pretendo con el mío, es decir, posts elaborados, a modo de, modestamente, breves ensayos de contenido político e ideológico, algo que también se aplica al
  • Bloc d'en Francesc Xavier Bonet i Coll, un político nada convencional -no puede serlo quien se presenta por el Partido Popular en un pequeño pueblo de Cataluña- escrito en catalán pero no nacionalista, defensor sin complejos del liberalismo y del vínculo Europa-Estados Unidos, en fin, que rompe esquemas y ello siempre se agradece.
  • CO2. Un blog sobre climatología de uno que sabe de lo que habla, no como Al Gore. Por último, aunque no por ello "deja de ser el menos importante" (como dijo un resentido Luis del Olmo refiriéndose a Federico Jiménez Losantos en la entrega de unos premios),
  • Blog del Excmo. Sr. Don José Luis Rodríguez Zapatero, pozo de sabiduría insondable al que os invito a beber a todos.
Para los premiados, tres cosas a tener en cuenta:
  • Si (y solo si) alguien te da el premio escribe un post con los 5 blogs que te hacen pensar.
  • Enlaza el post que te lo ha concedido para que la gente pueda encontrar el origen del premio.
  • Opcional, enseña el botón del premio enlazando el post que has escrito en respuesta.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Un arma cargada de estupidez


Mis hijos son todavía pequeños para recibir la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Con un poco de suerte, cuando tengan la edad suficiente, habrá sido suprimida. De todos modos, como me gusta formarme mi propia opinión de las cosas, me he hecho con un libro de texto de 3º de Eso, de la editorial Barcanova, titulado Ciutadania, en catalán. (En adelante, todas las citas del libro son traducidas.)

El primer capítulo, titulado “Somos iguales, pero no idénticos”, arranca con el concepto de la evolución humana, para distinguir entre nuestro patrimonio genético y el cultural. En un estilo de vaguedades y generalizaciones tan difíciles de objetar como perfectamente insípidas, se le hurtan al alumno algunas consideraciones mínimas sobre lo que conocemos de la naturaleza humana y nuestro larguísimo pasado de cazadores-recolectores, sobre nuestras tendencias innatas a la cooperación, pero también a la agresividad, la territorialidad, etc. Nos encontramos ya de lleno desde el primer capítulo en el País de lo Políticamente Correcto, preparados para asimilar la tesis de que todo mal procede de la sociedad, y todo conflicto puede solucionarse simplemente mediante la educación y el diálogo, confundiendo, en suma, bondad con buenismo. Así, “estaremos [gracias a las relaciones interpersonales] en condiciones de establecer críticas, juicios y valores para aportar a la sociedad y quizás modificarla” (pág. 12). Me pregunto si hablar de modificar la sociedad antes de entrar en el análisis de sus imperfecciones no equivale acaso a consagrar el cambio por el cambio, a hacer de él un valor en sí mismo, a halagar interesadamente a los adolescentes a los que va dirigido el texto, aunque carezcan de la menor experiencia acerca de lo que realmente debe cambiarse, y de la prudencia con la que debe enfocarse toda reforma, por bienintencionada que sea (¡sobre todo cuando lo es!). El caso es que, una vez establecido el rol de buen chico progresista que se espera de los alumnos, ya puede ser introducida la siguiente definición de la familia: “Es la unidad social formada por un grupo de individuos ligados entre ellos por relaciones de matrimonio, parentesco o afinidad” (pág. 13). Desafío al lector a que imagine algún tipo de agrupación que no encaje dentro de esta definición. Si se quiere que los homosexuales puedan adoptar niños –sin preguntarles a estos últimos, por lo visto- dígase bien claro, no se les lave el cerebro a los adolescentes para desarmarlos conceptualmente antes de que adivinen lo que les quieren colar. El capítulo, en fin, termina con unas poéticas palabras sobre “los hombres y mujeres” que “han decidido agruparse en diferentes organizaciones... para protestar, denunciar y poder cambiar estructuras y maneras de hacer y mejorar las condiciones de vida de la sociedad” (pág. 18). La foto, un cartel de Greenpeace, con la leyenda “Stop CO2. No más centrales térmicas”. ¿Qué hay de malo en el hecho de que a jóvenes de quince años se les ponga Greenpeace como ejemplo? –se preguntará más de uno. El problema es que libros como éste se imponen con la finalidad de que a los futuros adultos ni siquiera se les plantee esa posibilidad de “establecer críticas, juicios y valores” (son sus propias palabras) que no sean los homologados por el seudoprogresismo imperante.

¿Soy demasiado puntilloso? Tanto el primer capítulo, como el segundo, del que ahora paso a ocuparme, deben valorarse en función del contenido restante del libro. Espero demostrar que su sesgo ideológico es evidente. El capítulo 2, quizás el único con material aprovechable, está consagrado a los derechos humanos. Con un enfoque positivista, se expone someramente su historia desde el siglo XVIII hasta nuestros días, enfatizando el papel de las Naciones Unidas, y poniendo al mismo nivel los derechos a la vida, la libertad y la libertad de expresión, con los llamados derechos de segunda y tercera generación (socioeconómicos y colectivos, respectivamente) como serían el derecho al trabajo, a gozar de un nivel de vida adecuado, a una vivienda digna, la salud y la educación, así como los derechos a la paz, la autodeterminación, el desarrollo sostenible y el patrimonio común de la humanidad. En mi opinión, por mucho que lo diga la Onu, sólo son verdaderos derechos los llamados de primera generación (al que añadiría como fundamental el de propiedad), porque son los únicos que realmente protegen al individuo frente a la arbitrariedad de otros individuos, incluidos los gobernantes. En cambio, la larga y siempre ampliable lista de desiderátums socioeconómicos y colectivos que se pretenden hacer pasar por derechos, cuyo cumplimiento requiere el empleo de recursos sin cuento, es el gran caballo de Troya de los Estados para penetrar en la ciudadela de los verdaderos derechos, esas formalidades burguesas que se interponen en el camino del paraíso terrenal. Nuestros educadores lo dicen más finamente que yo, por supuesto: “Los estados tienen el deber de respetar estos derechos y garantizarlos, pero también tienen el deber de actuar de manera activa (sic) a fin de que los ciudadanos los puedan ejercer plenamente” (pág. 31). Esto conecta directamente con el capítulo 4, “Democracia y Estado social democrático y de derecho”, aunque antes, en el capítulo 3, se nos habla de las desigualdades. Sin entrar a fondo en las causas de la pobreza, se sugiere que el problema del Tercer Mundo es el de la “dependencia económica” (pág. 45), forma sibilina de culpar a los países ricos, y... ¡la deslocalización! (pág. 50) Pues, ingenuo de mí, yo creía que la deslocalización era un problema de los países desarrollados, mientras que los más pobres se beneficiaban de que las empresas quieran instalarse en ellos por sus bajos salarios. Es decir, que la deslocalización, como uno de los fenómenos constitutivos de la globalización, era una manifestación de que los países más atrasados también pueden progresar, sobre todo cuando aplican políticas liberales que animan a la inversión y proporcionan seguridad jurídica. Pero el concepto que tienen nuestros pedagogos de la globalización no es demasiado favorable que digamos. Ya en el cuarto capítulo, que es una apología franca del Estado Providencia, se imputa a la globalización de ser el instrumento de “las grandes compañías trasnacionales y los organismos económicos y financieros mundiales”, que “determinan las condiciones de vida de millones de habitantes del planeta sin que nadie los haya elegido y, por tanto, sin tener legitimidad democrática” (pág. 63). De lo que se deduce que si se tiene legitimidad democrática, entonces sí es válido determinar la vida de las personas.

Llegamos así a la apoteosis del capítulo 5, dedicado a la sociedad de consumo, que se caracteriza como aquella en la que los individuos, eternamente insatisfechos como consecuencia del bombardeo publicitario, tienden a consumir cosas superfluas, originando la destrucción del medio ambiente y las grandes desigualdades económicas (pág. 81). Quién decide lo que es superfluo, no nos lo aclaran. Lo que nos proponen es el consumo ético, solidario y ecológico, y no retroceden ante recomendaciones tan minuciosas como “apagar la luz... cuando no se utilice... ducharse en lugar de bañarse” y “caminar, utilizar el transporte público o la bicicleta” (pág. 84). De esta forma, “los consumidores, y no los trabajadores, son los nuevos agentes capaces de transformar la sociedad y hacer la revolución.” (pág. 79) No nos dejemos engañar por el hecho de que, junto a esta concepción del consumidor revolucionario, expongan con aparente neutralidad un par más, evidentemente de relleno. ¿Les suena el discurso? A mí también. Donde dicen sociedad de consumo, pongamos capitalismo, y ya todo resulta mucho más familiar. Se llegan a decir sandeces, en esta línea in crescendo, como que hay que eliminar los intermediarios comerciales (pág. 82), “reestructurar el sistema económico para que la producción satisfaga las necesidades básicas de las personas y no produzca bienes superfluos” y “redistribuir los productos y los servicios, ya que los habitantes de todas partes tienen derecho a consumirlos de manera equitativa” (pág. 83). Conmovedor, pero ¿no se intentó eso ya en un país llamado URSS, entre otros? Tengo entendido que no le fue demasiado bien, pero quizás esté mal informado.

Pues esta mierda –vamos a dejarnos ya de bromas- es lo que pretenden impartir a nuestros hijos. El resto del libro no merece mayor atención. Tras un capítulo en el que enseñan a los jóvenes a analizar críticamente la publicidad comercial (lástima que no hagan lo mismo con la propaganda política), el séptimo y último se dedica a las nuevas tecnologías. ¿Puede sorprenderse alguien a estas alturas de que propongan (pág. 123) que “las leyes deberán regular la circulación” en Internet?

Manuales de antiliberalismo para movilizar a la juventud, antes de que se le ocurra movilizarse un día por sí misma. En el libro aparecen diferentes fotografías, con intención obviamente favorable al pacifismo, de episodios bélicos de nuestro siglo y el anterior, y no podía faltar otra (pág. 63) de una manifestación contra la guerra de Iraq. Yo añadiría una fotografía de un misil Matra (ver arriba), fabricado por el Grupo Lagardère, al que pertenece la editorial Anaya, a la que pertenece la editorial Barcanova, a la que pertenece el libro que acabo de reseñar. E invitaría al siguiente tema de reflexión: Cuando los poderosos de este mundo, tanto el poder político como los grupos económicos que medran a su sombra, animan a la juventud a ser crítica y contestataria y a luchar contra las injusticias, ¿lo hacen por un deseo sincero de mejorar el mundo, o porque realmente es mejor canalizar ciertas energías en una dirección previsible?

lunes, 20 de agosto de 2007

Abuso de la simetría

Hará unos veinte años, alguien dejó una pintada en la estación de tren de Tarragona. Decía simplemente, "Marcuse vive". Me acuerdo porque, aunque no fui yo el autor, podía perfectamente haberlo sido, pues por aquella época (quizás un año después, para ser más exactos) yo era lector de Herbert Marcuse, autor de libros como Razón y Revolución y El hombre unidimensional, que aún conservo. Este pensador alemán, afincado en Estados Unidos tras huir del nazismo, actualizó la crítica marxista al capitalismo, intentando mostrarlo como un totalitarismo mucho más sutil que el soviético, pero al fin y al cabo no menos destructor de la verdadera libertad. Durante la guerra fría, esa idea -generalmente mucho menos elaborada que en las obras aludidas- de no estar ni con unos ni con otros, de situarse más allá de tirios y troyanos, sirvió a mucha gente de izquierdas para oponerse al "imperialismo yanqui" sin que pareciera que hacían el juego a la estrategia de la URSS.

Hoy ese abuso de la simetría se repite en términos muy parecidos en relación con el conflicto entre Occidente y el Islam. So pretexto de huir de una visión maniquea de buenos y malos, se cae en un simplismo no menos burdo, para el que Occidente no debe ufanarse de llevar la razón en un choque de civilizaciones que sólo interesa a dirigentes poco menos que intercambiables de ambos lados. Cuando alguien saca a colación las violaciones sistemáticas de los derechos humanos que tienen lugar en los países de religión musulmana, se le reprocha aquello tan cacareado de la doble vara de medir, y que "en todas partes cuecen habas", como dijo un periodista de El País en un debate televisivo, aludiendo a los "campos de concentración" creados por Estados Unidos. No importa que las condiciones de los presos recluidos en Guantánamo sean, en comparación con las de Mathausen o Buchenwald, las de un centro de Spa. Al utilizar una expresión emocionalmente unívoca, como la de "campo de concentración", se consigue el efecto deseado sin mayor argumentación, ni necesidad alguna de exponer hechos objetivos.

En la izquierda, este situarse más allá del bien y del mal tiene un origen bastante evidente en la filosofía materialista de Marx y Engels. Según los padres del socialismo pretendidamente científico, las ideas sociales y políticas no son más que emanaciones de las condiciones materiales de la existencia. Las ideas se reducen a meros epifenómenos que acompañan a los procesos físicos, sin que ejerzan la menor influencia en éstos. Por supuesto, los comunistas han sido los primeros en olvidar en la práctica sus propias tesis, si tenemos en cuenta el virtuosismo con el que han cultivado las técnicas de propaganda. Pero no han tenido reparo en utilizarlas contra las construcciones ideológicas de sus enemigos, convirtiéndolas en mero decorado de los más siniestros intereses. Así, en boca del adversario político, la libertad o los derechos humanos no son más que pretextos para inmiscuirse en la política interna de los países a los que se querría dominar. El sabio de taberna que consigue su minuto de gloria cuando afirma que todo es "por el petróleo", puede permitirse ignorar por completo el funcionamiento del mercado mundial del crudo y por supuesto no saber una palabra de materialismo histórico, ni puñetera falta que le hace. Como más tosca es una idea, más fácilmente podrá difundirse. Pero aunque no lo sepa, está interpretando la partitura marxista. Lo cual es la mejor refutación de que las ideas no son influyentes por sí mismas.

Sin embargo, esta interpretación cojearía si olvidáramos que también desde el campo liberal han surgido críticas rotundas a la política antiterrorista de George Bush. En la blogosfera son especialmente activos los anarco-capitalistas, abreviadamente ancaps, como María Blanco, que se oponen a la existencia incluso de un Estado mínimo, defendiendo la privatización de la policía y del ejército, y cuestionando tanto la intervención militar exterior como las medidas de seguridad implantadas en el interior, a las que consideran como dos caras de una misma moneda que, en resumen, nos conducen a un futuro orwelliano. Los ancaps llegan, pues, a conclusiones parecidas a las de la extrema izquierda, pero partiendo de bases teóricas antagónicas, es decir, de una defensa radical del capitalismo. El liberalismo clásico siempre había considerado que la protección de los individuos de la agresión, tanto de los otros individuos como de la procedente de las fronteras exteriores, era una de las pocas funciones imprescindibles que hacían necesaria la existencia del Estado, y no sólo eso, sino que se trataba de una de las condiciones de la existencia de esa libertad que con la restricción de la esfera de actuación legítima de los gobiernos, querían preservar. En mi opinión, el anarco-capitalismo incurre en una falacia muy grosera, como es la de uno que, aconsejado por el médico de que sanaría de sus dolencias limitando su ingestión de alimentos, dejara de comer por completo para alcanzar el estado de salud perfecto. Lo que no creo es que esa falacia sea totalmente inocente. Algún atractivo debe de tener eso de parecer muy radical y nada de "derechas", y al mismo tiempo reírse de los que visten la camiseta del Che. Pero se engaña lastimosamente el ancap que piensa que el de la camiseta no le va a meter en el mismo saco de la "derecha extrema" y demás repertorio de calificativos gregarios, por mucho que se desgañite proclamando que él es igual de anti-Bush y anti-Aznar y lo que haga falta.

Más influyentes que esas posiciones teóricas extremas, desde la derecha tenemos posturas como la del diputado popular Jesús López-Medel, quien ya en su día se desmarcó de la posición de su partido en relación con la guerra de Iraq, y que en un artículo publicado en El Periódico Extremadura el pasado jueves, profirió perlas del estilo de "el pensamiento neoconservador, como clara manifestación ultra" (no sabe lo que es el pensamiento neoconservador, o bien juega con la ambigüedad del término ultra), pretende "generar terror" (ahora entiendo por qué los soldados norteamericanos no paran de poner coches bombas en Iraq), entre otras lindezas. Especialmente cómico me resultó que considerara la ideología neocon extraña a la cultura europea, en la cual "el valor de los derechos humanos, como conquista plasmada en la Revolución Francesa, forma parte del acervo histórico". Vamos, que los congresistas americanos que en 1776 proclamaron como inalienables los derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, no sabían que tenían que esperar todavía trece años a que el pueblo francés iniciara su modélica revolución, cuya práctica del respeto por la vida humana, desde Luis XVI hasta el más humilde clérigo, asombró al mundo entero, y se vio coronada por las brillantes gestas filantrópicas de un tal Bonaparte. ¿Se puede ser más ridículamente engreído con nuestros aliados del otro lado del Atlántico? Francamente lo veo difícil. Por eso cuando concluye su artículo manifestando sus escúpulos liberales ante la ley de escuchas telefónicas limitadas que ha recibido el apoyo en Washington tanto de republicanos como demócratas, sinceramente su retórica de "¿quién controla al poder omnímodo?" me parece tan digna de conmiseración como los penosos párrafos que la preceden. Nadie, salvo los fantasmas imaginados por la izquierda y los centristas acomplejados, defiende prerrogativas ilimitadas de los gobiernos en la lucha contra la yihad. En mi opinión, tiene mucho más peligro el Estado cuando se inventa nuevos derechos que trata de proteger violando los de propiedad o libertad de expresión, que cuando detiene a criminales y derroca dictadores, por mucho que la fuerza y el dinero empleados en lo primero sean mucho menos visibles y espectaculares que lo segundo. Sí, exacto, estaba pensando en Zapatero, no en Bush.

P.S.: En la edición de papel de El Periódico, el artículo de López-Medel, titulado "Democracia frente a terrorismo", viene acompañado de una ilustración en la que aparecen un soldado estadounidense y un combatiente islamista como figuras vagamente simétricas.

sábado, 11 de agosto de 2007

Un libro para leer en vacaciones -y siempre


En una cena en la que nos conocimos personas de ideología común me preguntaron, medio en broma, medio en serio, cuándo se produjo mi "conversión" (al pensamiento liberal-conservador). Porque efectivamente, hoy en día lo normal es ser un seudoprogresista biempensante y definirse de manera distinta es algo que requiere explicación. Entonces contesté vagamente que lo mío ha sido un proceso gradual, cosa absolutamente cierta, aunque poco emocionante. Me han influido como es lógico mi propia experiencia personal, incluso la vivencia de acontecimientos históricos como la demolición del Muro de Berlín y, lo que yo creo es más importante, mi propio carácter, reacio a los tópicazos, las hipocresías y el buenismo, que me llevaron a rebelarme contra prejuicios que no casaban conmigo. Pero la transición no es fácil, vivimos inmersos en los conceptos políticamente correctos, forjados durante décadas, y se requiere un trabajo de seria reflexión para podernos desembarazar de ellos, para siquiera descubrir que existe una alternativa intelectual al pensamiento establecido. Para ello son fundamentales una serie de libros que van dejando su poso.

La primera vez que leí Sobre el poder, de Bertrand de Jouvenel (clicar foto), me impactaron muchas de sus aparentes paradojas, como por ejemplo su tesis de que la revolución francesa fue una victoria del estatalismo irreversible. No es una tesis original de Jouvenel, desde luego, pero entonces aún no había leído a Tocqueville, y por eso me escandalizó, en cierto modo. O que el Estado por naturaleza es revolucionario, es enemigo de la tradición, porque no puede sufrir ninguna limitación basada en la costumbre, la religión o el derecho consuetudinario. En aquel momento no supe integrar aquellas reflexiones en mi concepción general de las cosas, pero oscuramente entreví que allí hablaba un sabio al que había que escuchar. El recuerdo de aquella lectura me persiguió durante mucho tiempo, antes de que volviera a buscar el libro (apenas recordaba el nombre del autor) y esta vez lo adquiriera para mi modesta biblioteca-cuarto-de-planchar-y-otros-trastos. Cuando vuelves a leer un libro después de un periodo considerable, tú ya no eres el mismo, has cambiado -y en este caso, pensé, el propio libro había contribuido sordamente a ese cambio. Reconocí en él cosas que yo pensaba aunque había olvidado... ¡que las había leído allí! En fin, son aventuras espirituales que conoce todo aficionado a la lectura. Por supuesto, no fue mero azar que Sobre el poder fuera a parar a mis manos la primera vez. Uno siempre busca instintivamente los libros que encajan con su manera de ser, y a veces éstos te recompensan, y te buscan a ti.

Estaré hasta el 19 de agosto desconectado de la blogosfera. Amigos Cesc, Martha, Aguador, Quim, que no os habéis alejado hasta ahora del ordenador, y las legiones de visitantes que no me dejáis comentarios (calculo que entre catorce o quince millones), ¡qué tengáis unas felices vacaciones!

miércoles, 8 de agosto de 2007

Alerta Naranja


Geert Wilders, el líder del Partido para la Libertad de Holanda, ha propuesto prohibir El Corán por ser un libro fascista. No estoy de acuerdo con prohibir ningún libro. El político holandés aduce el precedente de la prohibición de Mein Kampf, escrito por Hitler antes de su llegada al poder, pero lo único que demuestra eso es que ni siquiera este odioso libro debería ser prohibido, porque sienta, en efecto, un precedente a la restricción de la libertad de expresión. Por eso mismo estoy en contra de las leyes contra el revisionismo, que tratan de impedir que se difundan las teorías negacionistas del Holocausto. Por supuesto que esas teorías son falsas de cabo a rabo, pero ¿puede un tribunal establecer la verdad científica? Y sobre todo, ¿dónde está el límite entre lo que es claramente inmoral y perverso y lo que un juez concreto, con sus eventuales prejuicios ideológicos, puede decidir que entra dentro de esas categorías? Porque no han faltado los cínicos que han comparado las obras filonazis de David Irving con las de Pío Moa y César Vidal (¡precisamente este último uno de los máximos conocedores y denunciadores de las supercherías revisionistas como las de Irving!).

Ahora bien, dicho esto, he de decir, aun a riesgo de parecer que me contradigo, que he sentido una gran simpatía por el gesto de Wilders. Su denuncia valiente y rotunda de la naturaleza fascista del islamismo, que le convierte en digno heredero del gran Pim Fortuyn, el "populista y xenófobo" (según el periódico de Pedro J. Ramírez, que cuando se pone políticamente correcto no es mejor que El País) que se atrevió a oponerse al avance del islamismo, y fue asesinado en 2003, cuando estaba a punto de ganar las elecciones en Holanda, no puede menos que llevarme a demostrar mi admiración. No hace falta prohibir El Corán. Mucho mejor es denunciar implacablemente, cuantas veces sea necesario, la mentira de un Islam moderado y pacífico, con la cual los lobos con piel de cordero tratan de anestesiar a Occidente, con la impagable ayuda del donjulianismo seudoprogresista. Como aquellos viejos comunistas inasequibles a la experiencia, siempre dispuestos a salvar la doctrina de sus catastróficas aplicaciones prácticas, abundan aquellos que pretenden distinguir entre una religión que defiende la guerra santa y la opresión de la mujer y... la guerra santa y la opresión de la mujer. Pues bien, políticos como Geert Wilders son una esperanza, en medio de tanto autoengaño. No es tan importante el que su propuesta sea acertada o no -de todos modos es inaplicable en la era de Internet- si con ella consigue que Europa empiece a despertar de su sueño.

lunes, 6 de agosto de 2007

¡Proteccionismo o muerte!

La libertad de comercio perjudica a los comerciantes. ¿Verdad que suena absurdo? Y sin duda lo es, pero aun así es algo que creen muchos... comerciantes. Se replicará que hay que distinguir entre pequeños comerciantes y las grandes superficies. De acuerdo. Hagámoslo. Carrefour tiene abierto todo el día, hasta las diez de la noche. Es evidente que, a corto plazo, le conviene que la mayor parte del pequeño comercio aplique unos horarios mucho más restringidos. Así se beneficia de esa reducción artificial de la competencia, sobre todo en las horas de mediodía y de la noche. Las grandes superficies no defienden la libertad de horarios comerciales, a veces ni siquiera para ellas mismas (no sea que abran los ojos a otros competidores). En cuanto al pequeño comerciante, evidentemente no lo defiende porque ello le obligaría a contratar personal. ¡Qué horror, correr riesgos! Claro, debe admitirse que la legislación laboral no le facilita las cosas, al entorpecer el despido de personas poco productivas o ineptas, pero ello es precisamente parte del mismo problema, el intervencionismo de la administración Por Nuestro Bien. Seguramente el pequeño empresario que empieza será más favorable a eliminar todo tipo de restricciones administrativas que el ya instalado hace tiempo -en todos los sentidos de la palabra instalado. Este último más bien tenderá a ver como un contratiempo todo lo que contribuya a favorecer la aparición de más competencia.

En realidad, el miedo a la libertad es consecuencia de un egoísmo miope. La mayor libertad de comercio posible, lo cual incluye libertad de horarios, beneficia sobre todo a los consumidores (o sea, a todos nosotros), que tenemos más dónde elegir, y por tanto a mejor precio. La liberalización de horarios, con turnos laborales de mañana, tarde e incluso noche, implica un aumento del consumo porque, primero, para poderse mantener estos turnos, se crean más puestos de trabajo, es decir, aumenta la gente con más capacidad de consumo, y segundo, porque el trabajador que antes, cuando salía de su puesto de trabajo, se lo encontraba casi todo cerrado, ahora posiblemente tenga mañanas y tardes libres, a semanas alternas, lo que le permite disfrutar de más horas de ocio continuas. O sea, consumir más. El círculo virtuoso es evidente. El comercio prospera por el aumento del consumo, por tanto, se crean más empresas, más puestos de trabajo -más consumo de nuevo, y vuelta a empezar. La gente gasta más, sí, pero también gana más, con unos niveles de paro mínimo, los salarios tienden naturalmente a crecer, hay menos conformismo entre los trabajadores, que saben que tienen más posibilidades de encontrar otro trabajo si el actual no les satisface.

En Tarragona pronto empezará a construirse un Corte Inglés. Las barreras a la libertad de comercio, reales o psicológicas, no harán más que acentuar las desventajas que padece el pequeño comercio. ¿Cúal es la reacción del presidente de la FUBT, (Federació d'Unió de Botiguers de Tarragona), Jordi Figueras? ¿Pedir más libertad, menos regulaciones? No, su propuesta es típica de la miopía a la que me refiero. Pide una subvención apenas encubierta, como es rebajar los precios de los aparcamientos de zona azul (¿por qué los comerciantes no regalan el ticket de aparcamiento, como de hecho ya hacen muchos?) que además no servirá de nada, porque el que sean más baratos no aumenta el número de aparcamientos, al contrario, disminuye la rotación, al poderse permitir, el automovilista que consigue uno, el lujo de permanecer más tiempo en él. Es la típica medida antiliberal que consigue justo el efecto contrario al deseado.

La pena es que sea el pueblo -dejemos lo de "sociedad civil" para cuando el apelativo sea más merecido- el que grite "vivan las caenas". El pequeño comercio pide protección. Es decir, pide continuar siendo pequeño, y eso es lo que conseguirá. A El Corte Inglés ya le va bien, aunque a la larga mejor le iría una Tarragona más rica y más dinámica.

sábado, 4 de agosto de 2007

Símbolos

Con los sentimientos de pertenencia nacionales ocurre algo análogo a las creencias religiosas. Los fanáticos ocupan el vacío dejado por los tibios. Los que están más obsesionados con los símbolos, acaban imponiendo los suyos a costa de los otros. El problema es que a las imposiciones simbólicas acabarán siguiendo las otras. En Europa, el indiferentismo religioso ha dejado el campo abierto al oscurantismo islámico. En España, la pérdida del orgullo nacional desde 1898, ha dado alas a los nacionalismos provincianos, a chovinismos enanos sustitutorios.

Sigo con el paralelismo. La obsesión por desterrar toda manifestación religiosa de la vida pública, en lugar de afianzar la separación Iglesia-Estado que está en los cimientos de la civilización occidental, puede acabar teniendo justo el efecto contrario, es decir, favorecer la expansión de una religión, como es la islámica, que no renonoce en absoluto la distinción entre la esfera religiosa y la civil. Del mismo modo, unas elites intelectuales que desde sus prejuicios seudoprogresistas se han dedicado a idealizar la ocupación islámica, desmitificar la Reconquista y la colonización de América, y prácticamente desde entonces no han visto más que derrota y decadencia (nadie diría que nos encontremos entre las diez primeras potencias industriales del mundo), no es de extrañar que hayan esterilizado cualquier amago de sano patriotismo, cediendo el terreno a naciones de fábula con las que resultaría más grato identificarse.

No propongo volver a ningún tiempo pasado supuestamente mejor, ni en el aspecto religioso ni en el nacional. El espíritu autocrítico forma parte de lo mejor y de lo peor de Occidente. Ejercido con inteligencia, es la base de la aproximación científica a la realidad, y se emparenta con los conceptos de tolerancia, igualdad de todos los seres humanos, libertad de pensamiento... Pero cuando se aplica de manera mecánica y burda, nos lleva al nihilismo y al relativismo, es decir, a la autodestrucción de cualquier civilización que se precie. El progreso se basa en la asimilación inteligente de la tradición acumulada. Si pretendemos partir de cero para crear un mundo perfecto, desdeñando la experiencia cosificada de milenios, tenemos garantizado el desastre. Esto, entre otras cosas, significa asumir nuestro pasado. España tiene una historia maravillosa, como la de muchas otras naciones. Y las propias historias del País Vasco y de Cataluña adquieren una grandeza mucho mayor desde la perspectiva española, todo lo contrario que si las vemos como naciones que nunca han tenido la fuerza ni la voluntad suficientes para independizarse, a pesar de lo supuestamente decadente que ha sido su supuesta opresora.

viernes, 3 de agosto de 2007

La invasión de los replicantes

Alejandro Fernández, la esperanza liberal de Tarragona, me ha puesto en un aprieto, lo llaman meme, y aunque no pensaba que era un insulto, que ya leí El gen egoísta hace tiempo, estos rituales de la blogosfera son nuevos para mí. En todo caso, ahí va:
  • Blog en catalán: Lo descubrí vía Barcepundit (ver a continuación): Nihil Obstat.
  • Blog en castellano e inglés: Es el primer blog al que me enganché, cuando ni por asomo me imaginaba que yo también acabaría formando parte de la cofradía bloguera: Barcepundit
  • Post recomendable: Uno bastante inspirado de Ciudadano Liberal, en la línea de lo que yo pretendo en mi blog.
  • Un sitio web: Para escuchar a altas horas de la noche mientras blogueas...
  • Una herramienta: Tampoco seré original. San Google ¿hace falta incluir el link?
  • Un vídeo: El gran fraude del calentamiento global, una hora de argumentos de efecto acumulativo. Sensacional, aunque supongo que ya lo habrá visto todo el mundo.
  • Un audio: Es una pianista y cantante que me ha descubierto mi hermana hace poco, me encanta: Eliane Elias.
Y ahora le paso el meme (con perdón) a Martha , a Persio, a Jorge y a Mary. Les sugiero que sustituyan lo del blog en catalán, si quieren, por uno en otra lengua que no sea castellano.