domingo, 17 de junio de 2007

Arrogancia intelectual vs. religión

Bertrand de Jouvenel, en su libro Sobre el poder, señala como la religión, en contra de lo que se suele pensar, ha servido más para limitar el poder que para justificarlo. Incluso Voltaire reconoció que confiaría más en la justicia de un creyente que en la de un ateo, aunque algo incoherentemente defendió también la viabilidad de una sociedad de ateos. Lo que está claro es que en un estadista los escrúpulos religiosos, o la necesidad de aparentarlos, tenderán a limitar su poder. En cambio, no puedo imaginar nada más peligroso que un dirigente henchido de buenas intenciones, y capaz de justificar cualquier medio en aras del Bien Común, la Paz o cualquier otro absoluto de sobrecogedora vaguedad. Pero hay una razón más profunda para no relegar la religión a una supuesta etapa infantil de la evolución humana. Y es que el entendimiento humano es demasiado limitado para poder decidir la cuestión de la existencia de Dios. Esa arrogancia de los que "saben" que Dios es una ficción va estrechamente ligada a la de creer que el Estado sabe lo que nos conviene mejor que nosotros mismos, que Greenpeace sabe lo que ocurrirá dentro de 50 años con el clima y que la verdad acerca del 11-M será la que digan los jueces, en su infinita sabiduría. Lo cual no obsta para que la religión que predique la guerra santa y sentencie a muerte a los blasfemos sea objeto de trato diferenciado en la heroica república de las artes y las letras.